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Columna
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Pujol: la razón del autogobierno

Josep Ramoneda

"Reclamamos el autogobierno, sobre todo, porque lo necesitamos para seguir siendo catalanes". Lo dijo Pujol, semanas atrás, en Madrid, en una conferencia balance de su largo mandato. Una etapa más en la despedida de un presidente que se va contra su voluntad -sin entender muy bien por qué- atendiendo a los requerimientos de la razón y de la presión de su entorno. La frase podría quedar en la lista de las inefables cláusulas de estilo de cualquier discurso nacionalista. Un repertorio que encabeza otro latiguillo favorito del pujolismo: "No somos un país cualquiera", como si hubiese países necesarios -auténticos- y países prescindibles -sin atributos precisos. El nacionalismo, aun el más democrático, siempre se esta moviendo al borde del precipicio de la autocomplacencia y del desprecio a los demás: "Somos los mejores". El nacionalismo catalán no va a ser una excepción. Si algo caracteriza a las ideologías -y el nacionalismo es una de ellas- es el mimetismo y el uso de la repetición. Por eso, en el discurso nacionalista leemos tan a menudo frases perfectamente intercambiables, donde sustituyendo Cataluña por España, por Francia o por Eslovaquia seguirían significando lo mismo. Todos los nacionalismos se consideran únicos, irrepetibles e imprescindibles, de modo que en este sentido todos son iguales. Las ideologías no sirven para explicar el mundo, sino para meter una idea del mundo en la cabeza de los ciudadanos. Y ya se sabe que la repetición es una técnica muy vieja tanto de la pedagogía como de la propaganda.

Pero volvamos a la frase del principio: necesitamos el autogobierno para seguir siendo catalanes. Probablemente, a nadie le ha sorprendido. Forma parte de las ideas recibidas que se dan por buenas sin hacer el esfuerzo de preguntarse realmente qué significan o si significan alguna cosa. Como ha explicado Kundera, lo característico de la estupidez moderna no está en la ignorancia, sino en la escalada irresistible de las ideas recibidas, que, propagadas por los media, asfixian cualquier originalidad sin que nadie las ponga en cuestión.

Pienso que el autogobierno puede ser necesario para mejorar la condición de los ciudadanos de Cataluña; para potenciar estrategias que le sitúen en el espacio global conforme a sus potencialidades y recursos, más fáciles de conocer y de orientar desde la proximidad; para trabajar por una mayor cohesión social; para hacer una política educativa que permita a los jóvenes alcanzar mayores niveles de autonomía y de independencia; o para ubicarnos mejor en Europa. En fin, para decirlo al modo de Bruno Latour, para trabajar en la composición de un bien común -un modus vivendi- y no para imponer una idea del bien común -un modus morendi. Creo que el concepto de bien común merece ser recuperado. Y pienso -con Amartya Sen- que frente al utilitarismo dominante que apuesta por los resultados en términos de mejores condiciones para un mayor número de personas hay que apostar por la optimización de las capacidades que hacen a los ciudadanos más autónomos en el ejercicio de su libertad y de su responsabilidad social. Por todo ello estaría justificado pedir más autogobierno, pero frágil debe ser en la conciencia de Pujol la condición de catalanes si piensa que depende de tener un poco más o menos poder.

Más autogobierno para seguir siendo catalanes, ¿qué significa? ¿Es una manifestación más del eterno victimismo de una idea de país que acude demasiado a menudo a utilizar sus déficit como coartada o es una nueva figura de la apelación esencialista que tiene la virtud de ser irrebatible como todo lo inefable? ¿Las esencias necesitan la gasolina del autogobierno para alimentarse? Por este camino, todo razonamiento es absurdo. Los catalanes hemos sido catalanes con y sin autogobierno. No por estar sometidos hemos dejado de ser catalanes. Yo personalmente me considero catalán y no veo mi condición afectada por componente externo alguno. Las cuestiones de pertenencia son subjetivas, difícilmente pasan por el autogobierno, si acaso por el autogobierno individual e irreductible de cada uno. Entonces, ¿de qué se trata? ¿De potenciar la lengua y la cultura? Está bien y es importante -aunque tenga pocos precedentes- que un gobierno entienda que la cultura es un bien de primera necesidad. No se ha distinguido por ello el Gobierno de Pujol. El general De Gaulle hizo a Malraux ministro de Estado y lo sentó a su derecha en el Consejo de Ministros para que quedara clara la importancia que se otorgaba a la cultura. Era en un momento en que Francia, en la resaca de la II Guerra Mundial y con el problema de Argelia delante, necesitaba afirmarse a sí misma, y nada mejor que hacerlo a partir de la voluntad universal que la cultura francesa siempre ha llevado incorporada.

Vivimos en tiempos en que las sociedades ya no serán nunca más homogéneas -si es que lo fueron alguna vez- y las relaciones interculturales se harán muy complejas. El autogobierno deberá potenciar y proteger la lengua y la cultura catalanas y hacerlas atractivas -y no ofensivas ni impositivas- a los muchos ciudadanos que vengan de fuera, pero al mismo tiempo crear las condiciones -si hablamos de ciudadanos autónomos- para que cada cual pueda desarrollarse como mejor le parezca, dentro del respeto a las reglas del juego comunes.

¿Qué entiende Pujol por seguir siendo catalanes? ¿Se trata de potenciar la natalidad para que haya más autóctonos que foráneos? Eso, además de discutible (y potencialmente xenófobo), en un mundo globalizado, es puro voluntarismo. Puede incentivarse económicamente tener hijos, pero los resultados siempre serán relativamente marginales. Cataluña es un espacio cultural y social. Como toda sociedad, es cambiante: en su composición, en sus prácticas y costumbres y en sus referencias. Si seguir siendo catalanes significa potenciar y mejorar las condiciones y capacidades de cada ciudadano me parece razonable. Pero entonces, ¿por qué catalanes y no portugueses o suizos? No me parece que el bienestar colectivo sea una aspiración que diferencie a los catalanes de los demás. ¿De qué se trata, por tanto? De utilizar el autogobierno para imponer unas costumbres y unos referentes que son los que el nacionalismo de CiU entiende como propios de los catalanes. Pero, ¿no habíamos quedado en que son catalanes todos los que viven y trabajan en Cataluña? Siempre he sospechado que el nacionalismo es una coartada ideológica para que manden siempre los mismos.

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