Ahora todos somos Arafat
Dentro de un par de semanas, el Parlamento Europeo adoptará o rechazará el informe sobre Paz y dignidad en Oriente Próximo, del que soy autor. En él se defiende la consecución de la paz en los términos que prescribe la famosa Hoja de Ruta, esto es, mediante un pacto negociado que debe terminar "con la ocupación israelí iniciada en 1967, comprende una solución acordada, justa, equitativa y realista al problema de los refugiados, e incluye una solución negociada sobre el estatuto de Jerusalén, además de hacer realidad la idea de dos Estados, Israel y una Palestina soberana, democrática y viable, capaces de vivir juntos en paz y seguridad". No obstante, y curándome en salud, a la luz de cómo se están desarrollando los acontecimientos, recomiendo que, "en el caso de que en el inmediato futuro la Hoja de Ruta resultara bloqueada y dada la suma gravedad que de ello se derivaría al provocar aún mayores sufrimientos a israelíes y palestinos, se prevean nuevas opciones y, en particular, el establecimiento de un mandato internacional en Palestina, bajo la autoridad del Cuarteto, que comprenda una fuerza internacional sobre el terreno".
En mi opinión, la Hoja de Ruta constituye la última posibilidad no traumática para la credibilidad del mundo occidental -especialmente de los Estados Unidos, pero también de Europa- ante la opinión pública árabe e islámica. Su fracaso -por incumplimiento del Gobierno de Israel y la complicidad de la Administración de Bush- implicaría el hundimiento de las posibilidades de paz, dignidad y estabilidad para la región, y muy probablemente el ascenso imparable entre los palestinos de la popularidad de Yihad Islámica y de Hamás, cuyo líder espiritual, el jeque Yasín, ha estado a punto de ser asesinado recientemente por Israel.
El tema es de máxima y -lamentablemente hasta ahora- permanente actualidad e incluye la denominada política israelí de asesinatos selectivos, que al parecer tiene al propio Arafat como objetivo. Que el viceprimer ministro de un Gobierno de un país democrático como Israel declare: "Definitivamente, una de las opciones es matar a Arafat" (EL PAÍS, 15-9-03), y que se atreva a argumentar con la categoría moralidad ("Desde un punto de vista moral, no hay diferencia con matar a otros que están implicados en actos de terrorismo") es, precisamente, inmoral, cínico y sobrecogedor. No valen matices posteriores cuando, según se acaba de filtrar Avi Dichter, jefe del servicio secreto Shin Bet, manifestó en la última reunión del Consejo de Ministros que es mejor matar a Arafat que exiliarlo.
Es igualmente sobrecogedor que Washington vete en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una resolución equilibrada que pretendía exigir al Gobierno de Israel que desistiera de "todo acto de deportación y dejara de amenazar la seguridad del presidente electo de la Autoridad Palestina", al tiempo que solicitaba de israelíes y palestinos el cese de todos los actos de violencia y expresaba su apoyo a la Hoja de Ruta. Es, por otro lado, frustrante y echa un nuevo jarro de agua fría sobre la supuesta política exterior común (PESC) de la UE el hecho de que el Reino Unido y Alemania, que deberían defender acendrados valores europeos, se abstuvieran. Sin embargo, nada en la política de la Administración de Bush es sorprendente si nos atenemos a la carga ideológica contenida en el documento Estrategia Nacional de Seguridad (20-9-02) y a las especiales relaciones entre Israel y EE UU, que parecen haber llegado a un punto en que Washington resulta más influenciado por Tel Aviv que viceversa, lo que no resulta extraño dada la dominante personalidad del primer ministro y la peculiar del mandatario norteamericano. De ahí que sea interesante analizar brevemente la relación bilateral Sharon-Bush en lo que a Arafat se refiere.
No está de más comenzar recordando al historiador judío Avi Shlaim, quien clasifica a los presidentes de Estados Unidos en dos escuelas: la del "Israel, primero", y la que denomina escuela equilibrada. Dice que la mayoría han pertenecido a la primera, constituyendo Carter y Bush padre dos notables excepciones. Refiriéndose a Oriente Próximo, Shlaim comenta que, de cara a un acuerdo viable, "un presidente norteamericano ha de ser equilibrado y no sólo lograr seguridad para Israel, sino también justicia para los palestinos. De acuerdo con su trayectoria hasta ahora, Bush es el presidente más pro-israelí de la historia norteamericana".
A pesar de ello, suele haber un momento en casi cualquier Administración norteamericana (generalmente alejado en el tiempo de la fecha de las siguientes elecciones) en que el presidente se siente obligado a exigir difíciles demandas a Israel. En el caso de Bush, ese momento llegó en la primavera de 2002, en que debió juzgar que la brutalidad de la reocupación israelí de varias ciudades palestinas, Yenín incluida, y el elevado número de muertos le forzaba a reprender seriamente a su aliado estratégico. Para asombro de la mayoría, Bush pasó en dos semanas de simpatizante a crítico, aunque ello a su vez durara también unas pocas semanas. Merece la pena recordar la secuencia tragicómica de los acontecimientos. A principios de abril, el presidente norteamericano pide al primer ministro israelí que se retire de los territorios reocupados. Ni caso. El 7 de abril dice estar seguro de que "Sharon escuchará mi consejo" (EL PAÍS, 8-4-02). No fue así. Dos días después insiste: "Ya está bien", mientras el Ejército israelí sigue machacando Cisjordania. Horas más tarde, Bush dice que exige la retirada "sin mayor dilación" (The Wall Street Journal Europe, 15-4-02). Harto de tanta insistencia, Sharon "pide a EE UU que no le presione porque tiene que 'acabar el trabajo" (EL PAÍS, 11-4-02). Bush parece estar desesperado ante el ridículo que sufre. The Washington Post escribe: "La intransigencia de Sharon ante las repetidas exigencias de Bush para que ponga fin a los ataques israelíes podría hacer aparecer al presidente como ineficiente y erosionar su posición en el mundo" (12-4-02). Bush insistía: "Tiene que ser ya, sin tardanza", y luego: "Tiene que ser ya" (The Wall Street Journal Europe, 15-4-02). Aliviado, Bush aún diría: "Sharon me ha dado un calendario y lo está cumpliendo" (EL PAÍS, 19-4-02). Hasta hoy.
Las contradicciones y la cuando menos sui géneris personalidad del presidente norteamericano quedan en evidencia durante esas semanas. En esos días de abril, en concreto el 18, Bush dice nada menos que "Sharon es un hombre de paz", lo que indignaría al mundo en general y al árabe-islámico en particular, en momentos en que perseguía ya con ahínco aliados para su programada invasión de Irak. El príncipe heredero saudí le contestaría que "Sharon es un hombre que lleva la guerra en la cabeza". Más de un año después, con Irak invadida y concentrados en Aqaba para impulsar la Hoja de Ruta en presencia de Abu Mazen, se produce una anécdota reveladora. Según The Washington Post (3-6-03), Sharon dijo a Bush en un encuentro informal que era "un hombre de paz y seguridad", a lo que el presidente le habría respondido: "Sé que es usted un hombre de seguridad. Ahora quiero que trabaje con mayor interés la faceta de la paz. Yo dije que era usted un hombre de paz, pero quiero que sepa que tuve que tragarme muchos sapos por ello".
¿Qué decir de la actitud del presidente norteamericano hacia el presidente palestino? En la primavera de 2002 denunciaba que Arafat era un mentiroso (ignoro si Bush conoce que una vez Ben Gurion espetó a Sharon que dejara de mentir), que "no merece confianza porque jamás ha cumplido su palabra" (EL PAÍS, 7-4-02). Supo, no obstante, Bush diferenciar la faceta humana de la política, de modo que en la visita que Sharon le hace en mayo de 2002 le dice que el líder palestino es un interlocutor indeseable pero inevitable en cualquier proceso de negociación. Y el portavoz Ari Fleischer declara: "El presidente cree que Arafat no sólo le ha fallado a él, sino a todo el pueblo palestino. Sin embargo, entiende que Arafat es visto por los palestinos como su líder" (EE UU rechaza la petición israelí de apartar a Arafat, EL PAÍS, 8-5-02). Mucho más líder es desde que un sector clave del establecimiento israelí lo ha declarado potencial objetivo susceptible de eliminación física. Tan líder, que Colin Powell tuvo que llamarlo este verano para que cooperara en el proceso de paz (International Herald Tribune, 23-8-03). El mismo Colin Powell (tantas veces contradicho por la Casa Blanca o el Pentágono), en la tan agitada primavera que he descrito, declaraba que "los líderes árabes con los que me he entrevistado me han insistido en que Israel tendrá que tratar con Arafat como socio en algún momento" (EL PAÍS, 14-4-02).
Poco le duró a Bush la dosis de realismo político, pues al parecer Sharon le convenció en un mes de que Arafat ya no era líder. De manera que en junio de 2002 el presidente declaraba que "Arafat no es un socio para la paz". Desde entonces, un cúmulo de manifestaciones en esta línea hasta la muy reciente ante el rey de Jordania en Washington: "Arafat ha fracasado como dirigente. Los palestinos tienen que entender que, si quieren paz, necesitan un líder que esté absolutamente comprometido en la lucha contra el terrorismo" (EL PAÍS, 19-9-03). ¿Qué necesitarán los israelíes?
En cualquier caso, aparte de la desvergüenza e inmoralidad de la acción, Bush ha cometido un error craso al vetar en la ONU la resolución que pedía a Israel que deje de amenazar de muerte. Porque si quería contribuir a relegar al presidente palestino -elegido democráticamente en 1996 en comicios limpios y con presencia de observadores internacionales, incluidos los de la UE-, ha conseguido lo contrario: todo su pueblo, como una piña, está ahora con él. Además, curiosamente, ha conseguido que rabinos israelíes vayan a solidarizarse con él en su sitiada y semidestruida residencia de Ramala y que incluso el propio presidente de Israel, Moshe Katsav, haya dicho, para asombro de muchos, que Arafat puede jugar un papel en el camino hacia la paz si logra una tregua y desmantela la infraestructura terrorista en Palestina. Igualmente, ha logrado que un prestigioso periodista palestino, Daud Katab, conocido por su oposición y desacuerdo con la dirigencia palestina, haya declarado: "Ante las amenazas de Israel, todos somos Arafat".
Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Declaraciones prensa
- Opinión
- Hoja de ruta
- George W. Bush
- Ariel Sharon
- Yasir Arafat
- Estados Unidos
- Política exterior
- Territorios palestinos
- Israel
- Represión política
- Oriente próximo
- Geopolítica
- Conflicto árabe-israelí
- Negociaciones paz
- Gobierno
- Gente
- Proceso paz
- Asia
- Conflictos
- Administración Estado
- Relaciones exteriores
- Política
- Administración pública
- Sociedad