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LA COLUMNA
Columna
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Aznar y el terrorismo

Josep Ramoneda

LA ARROGANCIA de Aznar no discrimina las tribunas. En la ONU ha menospreciado a quienes se preguntan por las causas del terrorismo. "Más que las causas, lo que ha de interesarnos del terrorismo son sus efectos". Aznar, en la peor tradición de la derecha española, no quiere caer en la funesta manía de pensar. Desgraciadamente, los efectos del terrorismo los conocemos perfectamente: destrucción, muerte, sufrimiento, odio, temor, confusión. Sus variantes son función de las circunstancias de cada lugar y de la capacidad de respuesta de cada sociedad. Por tanto, los efectos tienen dos dimensiones: las consecuencias directas -los asesinatos, los estragos y la contaminación moral del terrorismo- y las consecuencias indirectas -la respuesta social y gubernamental-. Cuando las respuestas alteran el buen hacer democrático se convierten en el mayor éxito de los terroristas.

La cuestión de las causas es más complicada. Es cierto que destruir es una de las cosas que más rápidamente se aprende; es cierto que la agresividad va con la especie humana, y es cierto que la pulsión nihilista forma parte del paisaje humano. Pero que el terrorismo sea conforme a la naturaleza de la especie -que por algo ha tratado de domesticar sus instintos en el proceso de civilización- puede ser útil como ejercicio de humildad colectiva -nada inhumano nos es ajeno-, pero es insuficiente para afrontar el que es hoy uno de los principales problemas de la seguridad.

Si entendemos por terrorismo cualquier tipo de violencia presuntamente política contra civiles e inocentes, los casos que entran en la definición son muchos y, por esa misma razón, inevitablemente diversos. Si ponerlos todos en un mismo saco quiere decir que "quien asesina en nombre de una patria, un dios o un modelo de organización económica y social no es un patriota, ni un creyente, ni un idealista: es un asesino", como dice Aznar, puedo estar perfectamente de acuerdo. Sobre todo si sacan todas las consecuencias de la frase, a las que probablemente Aznar no llega: en nombre de Dios mata Hamás, pero también el Estado de Israel. Si no se atiende la peculiaridad de cada situación, la palabra terrorismo se convierte en una noción puramente ideológica: no sirve para explicar y afrontar los hechos, sino simplemente para condenarlos.

ETA, Al Qaeda, Hamás y los activistas chechenos cometen acciones terroristas, pero son organizaciones completamente distintas tanto por las circunstancias como por los fines. ETA es un anacronismo, uno de los pocos legados que quedan del franquismo -como ha dicho Semprún-, que practica la violencia en un marco de libertades democráticas con el supuesto objetivo de construir un Estado independiente en Euskadi. Al Qaeda es una organización terrorista de nuevo tipo, una franquicia internacional, cuyo único objetivo es la destrucción, medio y fin a la vez. Hamás es una organización que no puede entenderse desligada de la micropolítica de la humillación permanente a la que está sometido el pueblo palestino por parte del Estado de Israel. Y el terrorismo checheno no puede analizarse sin la premisa principal: la destrucción de Grozni y de la casi totalidad de Chechenia por el ejército soviético, con miles de víctimas inocentes. Cuatro casos, cuatro situaciones: ni las respuestas pueden ser las mismas, ni los juicios pueden ser genéricos.

La amalgama -todos los terrorismos son lo mismo- que tanto le gusta a Aznar tiene el poder de lo simple, pero ni explica ni ayuda a avanzar. Permite, eso sí, dividir el mundo entre buenos y malos: los que luchan contra el terrorismo y los que están con el terrorismo, clasificados subjetivamente según la opinión de Bush y Aznar, su profeta. Por obra y gracia de las afinidades de Bush, Sharon, que con sus ataques a civiles palestinos y sus ejecuciones teledirigidas de activistas de Hamás debería estar en el lado de los que utilizan la religión para cometer crímenes, y Putin, que arrasó Chechenia, son acogidos en el eje del bien. No por venir del Estado la violencia indiscriminada deja de ser terrorismo.

Pero la amalgama tiene también clave interna. Al atribuir a ETA y Al Qaeda la misma naturaleza y presentar las muchas diferencias como secundarias, Aznar pretende que toda su política antiterrorista sea avalada sin matices, porque forma parte de la única estrategia contra un único enemigo. Una batalla que lidera Bush, frente a la que, según Aznar, no hay alternativa alguna en el mundo. Aznar sigue especulando políticamente con el terrorismo.

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