Pierden todos
Los lodos de Irak y el caso Kelly no sólo amenazan la carrera política del primer ministro británico Tony Blair, a quien ahora querrían ver dimitir el 43% de sus conciudadanos. También han arrastrado la credibilidad de ese mito periodístico que es la reverenciada BBC.
Durante las últimas semanas, un puñado de responsables de la cadena pública han testificado ante el juez Hutton para aclarar las circunstancias del suicidio del científico David Kelly, que sirvió de fuente a uno de sus periodistas-estrella. La BBC sigue manteniendo, pese a las recientes conclusiones contrarias del comité parlamentario de Espionaje y Seguridad, que el Gobierno exageró el potencial de Sadam para justificar el ataque a Irak. Su presidente sostuvo ayer ante el juez que la emisora ha soportado presiones informativas intolerables del entorno inmediato del primer ministro.
Pero los testimonios también plantean serias dudas sobre la correcta aplicación de los procedimientos en los que se ha cimentado la credibilidad de la BBC. Hasta el punto de que un 30% de los británicos admiten ahora que su confianza en el rigor de la emisora -vista como una institución tan identitaria y vertebradora como el Parlamento y la monarquía- se ha evaporado.
No se trata sólo de las heterodoxas prácticas del periodista Gilligan en busca de la notoriedad, desde sus perdidas notas de una entrevista crucial con Kelly hasta la revelación de su fuente en un correo electrónico al Comité de Asuntos Exteriores. Los directivos de la BBC han venido a reconocer la ausencia de mecanismos de control en la manera en que fue tratada la historia que condujo al suicidio del científico. Son más que fundadas las sospechas de que Gilligan y su emisora también sucumbieron a la tentación de hacer más sexy su información sobre Irak -mucho más de lo imprescindible- para competir en el inmisericorde mercado de las noticias 24 horas al día, siete días a la semana.
El tiempo dirá si el asunto Irak-Kelly es el último y más grave episodio de una equivocada polarización que se produjo a partir de 1997, cuando la arrolladora victoria de Blair puso a la BBC en la tesitura de erigirse en pieza fundamental de la oposición dejada vacante por los conservadores. Los británicos no creen a su primer ministro sobre Irak. Pero más allá del acoso contra la cadena pública cuyos estándares profesionales todavía son envidiables para lo que se estila en Europa, existe el convencimiento de que la emisora, que se asegura su independencia del Gobierno mediante más de 4.000 millones de euros anuales derivados del canon que pagan los televidentes, necesita revisar sus procedimientos. La investigación del juez sugiere que tanto Downing Street como la BBC han llevado su batalla sobre Irak demasiado lejos.
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