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Entrevista:NORMA ALEANDRO | Actriz

"Me tendrán que sacar del teatro tirándome de los pelos"

La bonaerense Norma Aleandro se subió a los nueve años a un escenario y a los 13 empezó a tomarse en serio eso de ser actriz. Creció en el ambiente de una familia de teatro y, como ocurre a muchos hijos de actrices, fue criada por su abuela materna, que era de Arévalo (Ávila): "Yo conocía Arévalo, aunque no hubiera estado nunca, con los ojos cerrados". Su padre, el actor Pedro Aleandro, se casó con la actriz madrileña María Luisa Robledo, a la que llevó a Buenos Aires siendo muy joven. La madre de Norma, aún hoy, con 92 años, da recitales con textos de Cervantes, Góngora, García Lorca, Lope de Vega o Eduardo Marquina, autor este último que da nombre al teatro de Madrid donde su hija representa estos días, junto a Sergio Renán, Mi querido

"La ciencia enseña más del hombre que la historia, que es medio mentirosa"
"Si alguien cree que en Argentina todos somos actores o psicoanalistas, ¡está en lo cierto!"

embustero, de Jerome Kilty.

Aleandro, cuando representa personajes como el de esta obra -una conocida actriz que mantuvo una larga y oculta relación con Bernard Shaw- o como La señorita de

Tacna, de Mario Vargas Llosa, no puede evitar hacer paralelismos con el significado último de la vida, concluyendo que ésta es algo que pasa rápidamente y tras caer el telón ya no hay nada más: "A mí me fascinan esas obras, me gustan, es como ensayar los pasos de la vejez, la muerte... Y es que la vida es eso, y es mejor saber que uno tiene canas, aunque se las tiña, cuando aparecen". Y añade: "Hay que acostumbrarse al paso del tiempo, en Occidente tenemos una cultura que no nos prepara ni para la vejez, ni para la muerte, y nos coge como de sorpresa, como si no fuera con nosotros..., uno debería prepararse para ese tránsito lo más dignamente posible".

Para Norma Aleandro, el teatro es muy generoso con el actor: "Te permite ensayar esas cosas, e incluso meterte en la piel de seres que a lo mejor desprecias y vivir situaciones que uno desconoce".

El talento de esta gran actriz sólo empezó a ser conocido fuera de las fronteras de su país gracias a sus trabajos cinematográficos. Sobre todo por dos películas: La historia

oficial, de Puenzo, donde hizo su primer papel protagonista en 1985, y El hijo de la

novia, de Juan José Campanella. A ella le hace gracia que esto le haya ocurrido ya mayor, cuando llevaba décadas dejándose la piel a tiras encima de los escenarios. "¡Pero qué cosas tiene la vida tan raras!", comenta. Hace muy poco, Norma Aleandro ha terminado de rodar Seres

queridos, película de Harari y Pelegrí que ha producido Gerardo Herrero. "No hice antes nada de cine porque no tenía operada la nariz, y en Argentina todas las actrices de mi edad tienen naricitas, porque si no era imposible trabajar para la gran pantalla".

Habla con menos orgullo de su candidatura en 1986 a un Oscar como mejor actriz protagonista por Gaby -de L. Mandoki- que del hecho de que en Argentina se la conozca por su trabajo en el teatro. Valora, sobre todo, el premio Obie del Village Voice que le entregó Robert de Niro -él lo había recibido el año anterior- por su trabajo en los escenarios teatrales de Nueva York.

Aleandro se gana la vida como actriz, directora de teatro y de ópera, pero mantiene una serie de actividades, unas más ocultas que otras, a las que se entrega con pasión y minuciosidad. Una es la escritura: de hecho, ha publicado con un cierto éxito algunos libros de poemas, de relatos breves y de teatro, aunque confiesa que la mayor parte de su producción literaria permanece oculta. Otra es la pintura, pero "sólo los muy allegados tienen algún aleandro". Sin embargo, su interés más oculto y del que nunca habla es su afición por las matemáticas, la astronomía y las ciencias exactas: "Fue ya mayor cuando descubrí a Planck, Einstein, Hawking o Hoyle, algunos de los grandes teóricos que escribieron textos introductorios para los neófitos. Me ayudaron a comprender algo que siempre me ha fascinado, que es el universo, además de la antropología y las religiones comparadas..., ahí es donde podemos estudiar mucho mejor al hombre que a través de la historia, que siempre es medio mentirosa", dice la actriz, que a pesar de su miedo a volar estaría dispuesta a apuntarse a un viaje a Marte.

Como Stella Campbell, el personaje que ahora representa, Norma Aleandro confiesa "tendrán que sacarme del teatro tirándome de los pelos, y quiero terminar rodeada de mi familia y de los míos". Una familia típicamente argentina. Ella es actriz; su marido, Eduardo Le Poole -con el que lleva más de treinta años-, psiquiatra psicoanalista. Luego está el hijo de Norma, Óscar Ferrigno, que se dedica a las mismas labores que su padre, ya fallecido, las de actor y director, y también tiene un nieto que ya apunta maneras.

Fue su familia, y también su propio país, los que cortaron su carrera en Hollywood, que la actriz inició en los años ochenta. "Al final me quedé donde tenía el corazón. Nunca dejaría mi país, y menos aún cuando esté enfermo, como tampoco dejaría nunca a un amigo".

Sobre su familia, comenta: "Si alguien piensa que en Argentina todos somos actores o psicoanalistas..., ¡está en lo cierto!".

Aleandro, que habla sin pudor de lo sorprendida que está de que pasen años y años y no desaparezcan los deseos de estar junto a su marido, dice que se lo pasan muy bien juntos "porque ni yo me pongo de actriz estupenda, ni él saca el psicoanalista que lleva dentro, se limita a asistir a los estrenos temblando". Eso sí, recurrió a él para interpretar a una enferma de Alzheimer en El hijo de la

novia: "Me dio pautas de comportamiento, porque yo no quería que la enfermedad pasara a un primer plano, sino la personalidad de esa mujer".

También la actriz comparte con la Campbell el sentido del humor: "Detesto la autocompasión, el humor me ha salvado muchas veces de caer en la amargura". Una amargura que afloró cuando Aleandro y su familia tuvieron que exiliarse en 1978 a España, tras ser ella amablemente invitada a abandonar Argentina en 24 horas tras una llamada telefónica anónima, una bomba de gas en el teatro y una bomba con explosivos en su casa.

Aleandro deja aflorar en su trabajo en el teatro Marquina de Madrid su debilidad por los perdedores, como el personaje que interpreta: "Siempre me pasa, yo veo a un buen profesor que lleva su trajecito de muchos años e inevitablemente me cae bien, como cuando conozco a un político que no tiene coche, es como si fuera una garantía de que no han hecho trabajos sucios".

Algo así pasa cuando se observa su pequeña mesa en un céntrico hotel madrileño. En ella se ven libros de ilustraciones de Chagall, Hopper, Klimt o textos de Yasunari Kawabata, Marguerite Duras, Bram Stooker, H. G. Wells, Marguerite Yourcenar o Henry James.

La actriz Norma Aleandro la pasada semana en Madrid.
La actriz Norma Aleandro la pasada semana en Madrid.LUIS MAGÁN
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