Que todo siga igual
Nunca me entusiasmó la reforma del teatro romano de Sagunt. Y aunque a la obra le reconocí riesgo -requisito ineludible de todo arte auténtico- el riesgo devino en grave error. Creo que el viejo teatro de Sagunt quedó muy perjudicado con la intervención Grassi/Portaceli, y a mí nada me influyó que la obra viniera apadrinada, legítimamente, por una dirección socialista a la que, por otra parte, mucho debe esta comunidad en el período 1983/95, cuando se puso en marcha la nueva administración autonómica. Pero ya digo, el paredón monstruoso de Sagunt y la gradería "bronstruosa" (de cartón-piedra de Samuel Bronston) nunca me convencieron. Lo doloroso es que todavía me convence menos su demolición. Sé, eso sí, que hay sentencias inapelables; sé que el fallo del Supremo está en trance ejecutorio, y, es más, sé que se habría ejecutado ya si España fuera, plenamente, un estado de derecho. Pero como no lo es del todo (ahí está como ejemplo último el de esos dos primos famosos y ricos condenados en firme por ladrones a entrar en chirona y que no han entrado), aún creo que se podrá llegar a un apaño leguleyo y bochornoso y se podrá evitar un mal peor que el mal inicial: derruir una reforma falsaria pero útil a la gente y a las artes escénicas, a la música y a los honrados hosteleros de Sagunt. Y lo mismo digo respecto del proyecto de llevar el paseo de Blasco Ibáñez hasta el mar. No discuto la legitimidad democrática del ayuntamiento de Valencia al acometer esa obra, pero bien cierto es que no deja de ser una lástima: un tramo final curvo y sin armonía que destroza la antigua villa marítima y que busca el Mediterráneo en medio de una selva de especulación. Creo que también es mejor dejarlo todo como está: con esa avenida que se estrella contra la estación del Cabañal. A fin de cuentas también se estrella la avenida del Oeste contra el casco viejo y nadie reivindica llevar esa calle hasta el puente de San José, tal y como se proyectó en su día. Decía Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual. En Valencia y Sagunt somos menos enrevesados: que nada cambie para que todo siga igual.
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