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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De Irak a Nueva York, pasando por Berlín

La estabilización de Irak requiere una pronta recuperación de su soberanía por los propios iraquíes, en un proceso legitimado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ayer, en Berlín, Schröder, Chirac y Blair coincidieron en el principio, pero sólo lograron "puntos de coincidencia" y todavía no una "línea común" sobre la forma de llegar a ese resultado y el calendario preciso para ello.

Tony Blair argumentó que lo esencial es la reconstrucción del país, sin la que la ONU no podrá ejercer eficazmente su labor. Para Jacques Chirac, sin embargo, es necesario acelerar la transferencia de poder a las autoridades provisionales iraquíes como la mejor forma de favorecer esa reconstrucción. Gerhard Schröder remitió la discusión sobre los puntos de desacuerdo a la negociación "no pública" entre los miembros del Consejo de Seguridad.

Las aguas, por tanto, no han vuelto a su cauce, pues el destrozo ha sido grande. La crisis de Irak nunca tendría que haber salido del marco de las Naciones Unidas. Las armas de destrucción masiva se están volviendo una quimera, y ahora el propio Bush reconoce sin pudor que no hay prueba alguna de que el régimen de Sadam Husein tuviera algo que ver con los atentados del 11-S. Y, sin embargo, una gran parte de la población de EE UU estuvo convencida de ello, y por eso apoyó la invasión.

Con estas conversaciones de Berlín, que siguen a las de Ginebra el sábado anterior y preceden a las de la semana próxima en Nueva York, no se trata sólo de buscar un terreno de entendimiento con Washington, sino entre los propios europeos. Por eso resulta también significativo que ayer Alemania, Francia y el Reino Unido se mostraran unidos en la revisión propuesta por Chirac y Schröder del Pacto de Estabilidad, en la iniciativa franco-alemana de crecimiento y en la necesidad de no reabrir, en la Conferencia Intergubernamental que ha de aprobar la Constitución Europea, la reforma de las instituciones de la UE que salió de la Convención.

Esto último choca con la postura de Aznar al respecto. Ni éste, pese a sentarse España en el Consejo de Seguridad, ni Berlusconi fueron invitados a Berlín. Aznar tendrá que acudir mañana a Londres para ser informado por Blair. Aznar, y con él España, está pagando, al menos en su posición dentro de la UE, un precio por su actitud ante la guerra y también ante el debate europeo.

A estas alturas, nadie, ni siquiera Francia, habla de vetos o bloqueos en el Consejo de Seguridad. La Administración de Bush -que también necesita madurar su compleja toma de decisiones interna, con Cheney y Rumsfled contra Powell y ahora parte de la Casa Blanca- precisa un acuerdo lo más amplio posible para conseguir del Congreso los fondos que reclama. Las mayores diferencias parecen estar en el ritmo de la devolución del poder a los iraquíes. EE UU intentará preservar todo el control que pueda sobre la situación. Lo que no excluye que llegue a aceptar la autoridad coordinadora o última de un representante especial de la ONU en Irak.

Ahora bien, la ONU en cuanto tal, como ha recordado Annan, no quiere ni puede hacerse cargo de la administración de Irak, aunque sí debería supervisar la dimensión económica y los contratos otorgados. Algunos iraquíes propugnan, en la línea francesa, la rápida elaboración de una Constitución, seguida de elecciones, con lo que esta parte del proceso político podría estar culminada a mediados del año próximo. Pero sin seguridad no será posible la reconstrucción. En el terreno militar, la discusión sobre una fuerza multinacional se centra sobre su mandato y sobre su control político antes que sobre el mando operativo (que nadie, salvo EE UU, desea asumir). El mandato de la ONU permitiría la participación de tropas de muchos otros países, aunque no sería conveniente que el Consejo de Seguridad aceptara no ponerle límites temporales.

De todas formas, mientras se desarrollan unas nuevas fuerzas iraquíes, no es previsible ni, llegados a este punto de caos, conveniente una precipitada retirada estadounidense. EE UU debe dar muestras de estar dispuesto a salir de Irak, y las fuerzas españolas, que hoy asumen plenamente las responsabilidades sobre la región que tienen asignada, disponer también de un horizonte temporal de retirada. La deseable aceleración de la devolución de la soberanía a Irak debería además acelerar los tiempos, no necesariamente coincidentes, de la salida de nuestras tropas.

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