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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'lehendakari' y la Constitución

El 'lehendakari' Ibarretxe no ha participado nunca en los actos de celebración de la Constitución. Otros presidentes autonómicos, unas veces participan y otras no; pero hace muchos años que ni Ibarretxe ni sus antecesores en Ajuria Enea lo hacen. Por eso es significativo que ayer acudiera a la recepción ofrecida por el Rey al Comité de Honor de la celebración del XXV aniversario de la Carta Magna, al que pertenecen todos los presidentes autonómicos. Se trata de una iniciativa real que, por mucho que pudiera parecer desangelada -sin discursos institucionales ni grandes declaraciones-, tiene el valor de marcar la pauta de lo que debería ser la conmemoración por todas las fuerzas democráticas, sin exclusiones ni autoexclusiones, de las bodas de plata de la Constitución de 1978, el próximo 6 de diciembre.

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El lehendakari tuvo interés en aclarar que su presencia intentaba "transmitir un gesto de normalidad institucional" y demostrar que su propuesta "no es de ruptura, sino de tolerancia y respeto". Hay motivos, por tanto, para celebrar el cambio de actitud. Un gesto similar habría sido improbable hace algunos meses. Si ahora lo ha habido es seguramente porque la firmeza de los partidos mayoritarios y sectores sociales representativos han hecho ver a Ibarretxe el aislamiento político en que se encontraba, y ha intentado romperlo. No es probable que Ibarretxe retire su plan, pero esa firmeza de las fuerzas democráticas ya ha provocado pequeños movimientos de repliegue, como el aplazamiento (por un año, de momento) de la votación de su plan en el Parlamento y la precisión de que la consulta tendría que ser aprobada en cada una de las provincias vascas.

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El ministro del Interior atribuyó el gesto al "doble lenguaje" de los nacionalistas. Es posible, pero la experiencia demuestra que gestos y palabras en público acaban comprometiendo. Si Ibarretxe rechaza albergar cualquier voluntad rupturista tendrá que modificar una propuesta que lo es claramente. No sólo porque rompe con el marco autonómico que emana de la Constitución, sino porque expresamente acepta la posibilidad de llegar al conflicto institucional al proponer un referéndum si su plan no es convalidadado por las Cortes. Luego, más vale tomarle la palabra.

Si un día el nacionalismo decide romper con el rupturismo sobrevenido, podrá incluso acogerse al precedente de Arzalluz, que en 1978 declaraba que "la Constitución aprobada por el Congreso es para mí, lealmente, más positiva que la de la República en muchos aspectos, y concretamente en el autonómico. (...). No me parece racional decir no a esta Constitución, creo que debemos acatarla".

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