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Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
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Religión en la escuela: ¿retorno al nacionalcatolicismo?

Juan José Tamayo

La Ley Orgánica de la Calidad de la Educación y su desarrollo normativo colocan no sólo al Partido Popular, sino a la toda sociedad española, a un paso del nacionalcatolicismo y nos retrotrae a épocas que creíamos superadas, sin tener en cuenta las profundas transformaciones producidas en nuestro país en todos los campos, y muy especialmente en el religioso.

El retorno al nacionalcatolicismo no debe entenderse como una exageración de los críticos de la ley. Vayamos al Concordato de 1953 y comparémoslo con la situación actual para comprobarlo. En él se garantiza "la enseñanza de la Religión Católica como materia ordinaria y obligatoria en todos los centros docentes, sean estatales o no estatales, de cualquier orden o grado" (art. 27, 1). En los centros de Enseñanza Media se encomienda la docencia de la religión a sacerdotes o religiosos y, subsidiariamente, a profesores seglares nombrados por la autoridad civil competente, siempre a propuesta del obispo de la diócesis (27, 7). Tanto los programas como los libros de texto de Religión requerían la aprobación de la competente autoridad eclesiástica (27, 8).

En su discurso de presentación del Concordato a las Cortes el 30 de octubre de 1953, Franco glosaba lo referente a la enseñanza en términos inequívocamente nacionalcatólicos, que rememoraban la más rancia teología política del régimen: " reconoce a los prelados el libre ejercicio de la misión de la defensa de la fe, que es consecuencia directa del alto magisterio y que fluye del sentido de unidad religiosa y de fidelidad a una tradición milenaria que diera a la Patria sus más limpias glorias".

Pues bien, la legislación actual es, en algunos puntos, similar a la de entonces e incluso más regresiva. En aplicación del Acuerdo sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, firmado entre la Santa Sede y el Estado Español el 3 de enero de 1979, se mantiene en los Centros docentes de Primaria y de Segunda Enseñanza la Religión como asignatura fundamental y de oferta obligatoria para cuantos deseen optar por ella en vez de la asignatura alternativa, que siempre aparece como comodín. Se conservan intactos algunos de los privilegios concedidos a la jerarquía católica en el Concordato de 1953. Es a ella a la que se reconoce el derecho de seleccionar y conceder o denegar la missio canonica a los profesores que han de impartir esa materia en la escuela. Es ella la que tiene que dar el oportuno dictamen para la aprobación de los libros de texto por parte del Ministerio de Educación. Y ciertamente el celo episcopal en la selección y el cese de los profesores y en la censura de los libros de texto de religión, tanto en editoriales religiosas como laicas, es digno de imitar por el Gran Hermano. La indefensión del profesorado de catolicismo es total.

La nueva ley y los decretos que la desarrollan resultan, en algunos aspectos, más regresivos en materia religiosa que el propio Concordato de 1953, en lo que a la obligatoriedad se refiere, ya que entonces se contemplaba la dispensa de la enseñanza de la religión y moral católicas a "los hijos de no católicos cuando lo soliciten sus padres o quienes hagan sus veces" (27, 1), mientras que en la legislación actual es obligatoria en una de las dos modalidades, y no admite excepción alguna. Además, es evaluable dentro del currículum tanto para pasar curso como para la nota media de la reválida. La religión confesional sigue siendo impartida por profesores pagados por el erario público y elegidos a dedo por los obispos entre los más acordes con su mentalidad, sin someterse a los cauces de acceso a la docencia del resto de los profesores.

Algunas religiones van al alza en sus reivindicaciones al Estado, sobre todo en materia económica y educativa. Reclaman la protección estatal y social para su supervivencia institucional y su reproducción ideológica. La búsqueda de condiciones de plausibilidad fuera por parte de las confesiones religiosas es un síntoma claro de la situación de crisis en la que se encuentran y de su falta de vitalidad interna.

Con la nueva ley puede darse, y no tardando, esta situación: que en un mismo centro, en un mismo curso y grupo de alumnos y a la misma hora se impartan simultáneamente las siguientes modalidades confesionales de religión: católica, evangélica, musulmana, judía (budista e hinduista, si algún día se reconocen el budismo y el hinduismo como religiones de notorio arraigo) y la alternativa no confesional. Cada profesor se reúne con sus "adeptos", a quienes confirma en sus creencias (y, en algunos casos, contra las creencias de los compañeros de clase), en los comportamientos propios de cada religión, sin posibilidad de diálogo ni comunicación interreligioso. El escenario puede ser lo más parecido a un campo de batalla, a una reedición de las viejas guerras de religión. El tiempo de recreo puede convertirse en el más apropiado para esa guerra en vez de servir para el ocio y la convivencia pacífica en un clima de tolerancia y respeto. Al final se da la razón a Huntington y se convierte la escuela en el espacio privilegiado para el choque de civilizaciones.

Además, ya conocemos el resultado por la experiencia del pasado: muchos de los que reciben enseñanza confesional, con frecuencia bajo la presión de los padres o del ambiente, terminan cayendo en actitudes de ateísmo, agnosticismo, indiferencia religiosa o, lo que es peor, de rechazo visceral a la religión en cualquiera de sus modalidades doctrinales y manifestaciones culturales y sociales. No hace mucho preguntaban a un prestigioso intelectual español si era creyente, a lo que respondía: por supuesto que no; me eduqué en un colegio de jesuitas.

El estudio de las religiones y el clima de tolerancia y de pluralismo religioso se logran mejor, a mi juicio, con la enseñanza laica de la religión que con la confesional. La única razón para la presencia de la religión en la escuela no es porque se derive de unos acuerdos o de una ley, ni tampoco por la mayoría sociológica de una religión, sino por razones estrictamente culturales. ¿Por qué privar, entonces, del estudio del fenómeno religioso y del conocimiento del rico mundo de las religiones a los alumnos y alumnas que eligen la religión confesional?

El estudio de la religión en la escuela ha de ser crítico, en la tradición de la crítica de las religiones, desde Epicuro hasta los "maestros de la sospecha". Un estudio que desvele y cuestione sus perversiones: fundamentalismos, dogmatismos, integrismos, sexismos, fanatismos que desembocan en violencia contra quienes piensan de distinta manera. Pero debe exponer también con objetividad las aportaciones nada desdeñables de las religiones en los distintos campos del saber y del quehacer humano: fe-razón, filosofía-teología, contribución a la cultura, actitudes de solidaridad, etcétera. Ha de ser un estudio laico, no confesional, de los textos religiosos a través de los métodos histórico-críticos, ya que el fenómeno religioso trasciende las distintas manifestaciones confesionales.

Otra característica es la interdisciplinaridad. La teología no agota el estudio de las religiones. Hay otras disciplinas que lo hacen con rigor y deben estar en permanente diálogo: filosofía, sociología, fenomenología, antropología, psicología, historia de las religiones, etcétera.

El estudio debe tener carácter intercultural, conforme al actual pluralismo cultural, que constituye una verdadera riqueza para toda la humanidad. El origen y la evolución de las religiones responden a contextos culturales muy concretos, si bien, con el paso del tiempo y con su gradual expansión, al entrar en contacto con otras culturas, trascienden los contextos en que nacieron. El estudio de las religiones puede constituir un ámbito privilegiado para el diálogo intercultural, que reconoce el valor de las culturas en sí mismas sin jerarquizaciones previas, que responden siempre a motivaciones ajenas a las propias culturas. La interculturalidad debe ir acompañada del diálogo interreligioso. No vivimos en tiempos de religión única como en la Edad Media, sino de pluralismo religioso. El nuevo clima religioso pluralista exige un cambio radical de actitudes: del anatema al diálogo, de la confrontación bélica a la discusión dialéctica. El estudio de las religiones en el marco escolar debe contribuir a flexibilizar las actitudes religiosas rígidas, autoritarias y fundamentalistas.

Con la actual Ley de Educación y su desarrollo normativo volvemos a tiempos premodernos donde las religiones separaban. Con la enseñanza no confesional de la religión entraríamos de lleno en la modernidad. ¡Otra ocasión perdida!

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid.

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