Un reñido pospujolismo
La retirada de Jordi Pujol deja a la política catalana bastante huérfana de guión. Durante 23 años, el pujolismo ha marcado la pauta y no ha dejado margen a cualquier atisbo de libre albedrío. Las urnas y la historia le han dado a Pujol -paradójicamente gran pragmático y mejor tacticista- el báculo de indiscutible patriarca de la política catalana. Pero los tiempos cambian. Los profetas se extinguen. Y las elecciones que fueron convocadas el pasado miércoles -y que se celebrarán el próximo 16 de noviembre- colocan al electorado catalán por vez primera ante un papel completamente en blanco, sin la tutela paternal del pastor.
Todo está por escribir y el futuro está abierto. Por vez primera en 20 años, el candidato que Convergència i Unió presenta -Artur Mas- no es el favorito para ocupar el cargo de presidente de la Generalitat. Pasqual Maragall, el cabeza de lista del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), es el hombre al que todas las encuestas dan como ganador. Pero nadie confía en nada. Si CiU está preocupada por los desfavorables sondeos actuales, en el PSC hay quien recuerda que llevan 23 años en fresco las botellas de cava que ya en 1980 esperaban saludar la llegada del socialista Joan Reventós a la presidencia de la Generalitat.
Tanto populares como socialistas no pierden de vista las generales de 2004, en las que CiU puede ser necesaria para conformar la mayoría en el Congreso
Por vez primera, el candidato convergente no es el favorito para ocupar la presidencia de la Generalitat. Las encuestas dan vencedor a Maragall
Tanto convergentes como socialistas tienen claro que estas elecciones las ganará quien obtenga un diputado más que el otro y tenga habilidad de llegar antes que su antagonista a sumar la mitad más uno de 135 parlamentarios autonómicos: 68. Maragall aparece como un líder más valorado que Mas en las encuestas, aunque éste sigue avanzando en imagen. CiU, a pesar de la retirada de Pujol, es una marca que vende entre el electorado, de acuerdo con los sondeos. Este conjunto de elementos ha provocado que los nacionalistas se hayan inclinado por agotar la legislatura con la esperanza de que ello erosione a Maragall y dé mayor proyección a la figura de Artur Mas.
El PSC aventaja a CiU, y Maragall, a Mas. Pero hay menos cosas decididas este verano que a principios de año. Los socialistas superaban a los nacionalistas en una horquilla de ocho y nueve puntos el pasado invierno. Ahora, la distancia, aún favorable a las huestes de Maragall, se ha reducido entre 2,6 y 7,2 puntos.
La incertidumbre también planea sobre las futuras alianzas. El poder puede ser tanto para socialistas como para convergentes. Tal vez para ambos si al final se fuese a una gran coalición. Esta vez, los cinco partidos parlamentarios catalanes aspiran, como mandan los cánones y más que nunca, a figurar en el futuro Gobierno catalán. Todos ellos -excepto CiU (ERC por un pequeño periodo)- están inéditos en eso de tocar poder autonómico y no han entrado más que como invitados en el Palau de la Generalitat. Y hasta ahora, sólo el Partido Popular (PP) e Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) han expresado claramente cuáles son sus socios favoritos.
El PP concurrirá a los comicios liderado por un Josep Piqué que puede ver reducido su estatus político y pasar de ex ministro a jefe de filas de la cuarta fuerza en el Parlamento catalán. Piqué está decidido a jugar fuerte y quiere tener carteras en un Ejecutivo con CiU. De lo contrario, promete que no habrá apoyo a Mas. Pero el delfín de Pujol no quiere, por ahora, oír hablar de parentescos ni de proximidades con el PP. En esta última legislatura -la sexta del Parlamento catalán-, CiU ha arrastrado la cruz de penitente por su pacto con el PP, lo que le ha comportado fuga de votos hacia los independentistas suaves de Esquerra Republicana. La oposición de izquierdas y los republicanos acusan a Pujol de haber sido entronizado presidente en 1999 gracias a los votos de un PP con el que, además, CiU ha pactado los presupuestos y al que desde hace un año, ya en vísperas electorales, los convergentes descubren súbitamente una faz diabólicamente antiautonomista.
Lo cierto es que CiU ha podido contar desde 1996 con los votos de un PP siempre presto a contener a la izquierda y a ayudar a evitar, salvo una, las engorrosas comisiones de investigación parlamentaria.
En el otro extremo del espectro político, Iniciativa per Catalunya reclama un gobierno de la izquierda plural, encabezado por Maragall. ICV y sus aliados de Esquerra Unida i Alternita -el referente catalán de Izquierda Unida- son los únicos socios seguros con que cuentan los socialistas. Pero ICV, al igual que el PP, reclamará presencia en el Gobierno catalán.
Y en el centro, y como gran incógnita, se halla Esquerra Republicana de Catalunya, partido al que las elecciones municipales colocaron como tercera fuerza política local. Los republicanos de Josep Lluís Carod Rovira son quienes, aun siendo minoritarios, ven el poder más cerca. Ellos se sitúan, si se cumple el vaticinio de las encuestas -y aumentan de 13 a 18 o 20 el número de sus parlamentarios autonómicos-, como el ingrediente necesario para que el vencedor de las elecciones del próximo 16 de noviembre disfrute de una mayoría sólida. ERC, que hasta ahora ha vivido inmersa en la llamada equidistancia respecto a CiU y PSC, se debate entre una cúpula que preferiría una victoria socialista y una base más partidaria de un pacto con los nacionalistas de Pujol.
Otros escenarios
Pero además del escenario catalán, tanto populares como socialistas no pierden de vista las elecciones de marzo de 2004, las generales, en las que CiU podría convertirse en elemento necesario para consolidar una mayoría en el Congreso de los Diputados. Todo está más abierto que nunca y en medio de una insólita situación en Cataluña. A la retirada de Pujol se suma el hecho de que todos los partidos, excepto el PP, se han decidido a abrir el melón del Estatuto de Autonomía y, si hiciera falta, de la Constitución. Y todo ello en campaña.
"Es insólito que cada partido vaya a las elecciones con un modelo de estatuto; es como si las fuerzas políticas españolas se presentaran a los comicios generales cada una con un proyecto de Constitución", asegura un alto dirigente de Convergència i Unió. En los 23 años de autonomía catalana, nunca se había enfatizado tanto en la reforma del Estatuto, que ahora se ha convertido en un arma arrojadiza electoral. A CiU, su estatuto le sirve para mostrar los límites de la soberanía del PSC respecto al PSOE. Para los socialistas catalanes, ahora CiU toma la bandera del Estatuto para expresar de forma clara su distancia con el PP, que puso como condición para apoyarle desde 1999 el compromiso de evitar la reforma de la ley marco catalana.
Muchos envidian a Joan Laporta
MAS AÚN NO CUAJA. Maragall aún gana, pero no acaba de marcar una distancia nítida y tranquilizadora -para los socialistas- respecto a su más directo rival. La retirada de Jordi Pujol ha devuelto quizá la normalidad a la vida política catalana. Las mayorías absolutas de CiU ya acabaron hace años. Tampoco nada hace prever que se repitan mayorías cimentadas sobre la absoluta sumisión del socio, tal como ha sucedido recientemente con el PP o en los años ochenta con la Esquerra Republicana de Heribert Barrera.
Con la pérdida del liderazgo místico que le daba la figura de Jordi Pujol, CiU entrará en el terreno desconocido de la política de alianzas. "La marcha de Pujol devuelve a los mortales las riendas de la política", afirma un destacado dirigente de la federación nacionalista. Por eso, muchas miradas convergentes se vuelven, envidiosas, hacia el flamante presidente del Barça, Joan Laporta. Es un hombre capaz de fijar la celebración de un partido a las 0.05 de un miércoles 3 de septiembre sin que nadie le tosa. Pero no sólo eso. Laporta es aclamado desde las gradas del estadio como un victorioso general romano de retorno de campaña después de un partido Barça-Sevilla en el que los azulgrana no logran pasar de un modesto empate. Todo un paradigma en época de liderazgos débiles.
"Muchos de nuestros políticos cierran los ojos y sueñan con parecerse a Laporta", asegura un dirigente de CiU. Y es que con la desaparición del liderazgo de Pujol, los nacionalistas pierden además un referente antifranquista. Desde CiU se mostraba con orgullo la hoja de servicios del presidente de la Generalitat, condenado a prisión por el franquismo.
Sin embargo, ahora, en las elecciones del 16 de noviembre, Mas será el único candidato a la presidencia que no ha vivido en primera línea la transición, aunque tuviera la edad suficiente. Otra cosa eran los otros. El popular Josep Piqué se alineaba aquellos años con los comunistas del PSUC, mientras que Josep Lluís Carod (ERC), Joan Saura (ICV) y Pasqual Maragall (PSC) estaban implicados de lleno en la militancia antifranquista.
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