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Columna
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Aznar

Cuando se tiene mayoría absoluta, y no se es un verdadero demócrata, un presidente de Gobierno puede vivir de renta y chulearse ante la oposición negándose a acudir, una y otra vez, al Parlamento a dar cuenta de sus actos políticos. Éste es el caso de José María Aznar. Hasta cinco veces se ha negado a aceptar la petición de todos los grupos parlamentarios del Congreso para que acudiese a la Cámara a explicar, ante el pleno de la misma, por qué y para qué ha metido a España en una guerra como la de Irak donde nada se nos ha perdido. ¿Qué hacen allí los soldados españoles, aunque sea en una zona "hortofrutícola", como dijo el ministro Trillo -un paraje, por lo visto, semejante a la huerta de Valencia-, un lugar paradisíaco, o poco menos, donde aquella mesnada no iba a correr peligro alguno? (A los pocos días, el ministro tuvo que rectificar diciendo que, "algo de peligro" sí que parece que iban a correr los soldados españoles). El caso es que Aznar no hizo caso, como era su obligación democrática, de la petición de los grupos de oposición. Pero el pasado miércoles, nuestro rumboso primer ministro, cada vez más satisfecho de haberse conocido, no tuvo más remedio que acudir a la sesión de control a responder a las tres preguntas que le pueden hacer desde la oposición una vez a la semana en que se celebre pleno ordinario. Y allí le preguntó el líder del PSOE, Rodríguez Zapatero, qué hacían los soldados españoles en Irak. Nuestro Aznar montó en cólera, sacó su habitual mal genio, y después de insultar a Zapatero llamándole "irresponsable" y que le daba "vergüenza" oírle, afirmó que las tropas españolas están allí "para eliminar y erradicar el terrorismo también en Irak". ¿También? ¿Es que acaso aquí, en España, después de ocho años en el Gobierno, ha acabado con el terrorismo? ¡Éste es nuestro Aznar! Pero qué le van a exigir estos mindundis de la oposición, ¡a él!, que ha llegado a alcanzar el alto honor de tomarse una copa con Bush, puestos los pies sobre una mesa. ¡Ahí es nada!

fburguera@inves.es

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