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Columna
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Yo en Chile, tú en Catalunya

Fernando Vallespín

El Gobierno ha dedicado casi todo el verano a vilipendiar a Pasqual Maragall y su proyecto de reforma del Estatut, y por extensión a todo el PSOE por darle cabida en su nuevo "giro autonomista". La supuesta traición socialista a la única posición supuestamente sensata respecto a la organización territorial del Estado, el "inmovilismo constitucional", lleva visos de convertirse en el tema estrella de las próximas convocatorias electorales. También para los propios nacionalistas catalanes, que han visto la integración del proyecto maragalliano en los objetivos generales del partido nacional como demostración palmaria de su nacionalismo descafeinado. Para unos, los populares, estaríamos ante una irresponsable aventura de nueva desintegración nacional; y para los otros, los nacionalistas de CiU, el catalanismo del PSC no sería más que una cortina de humo que ocultaría un falso patriotismo. Es una estrategia de pinza de la que ambos grupos han sabido cosechar importantes rendimientos en otras coyunturas. Ahora esperan que funcione para que el PSC pierda votos por el flanco españolista, que irían al PP, y por el nacionalista, la marca de la casa de CiU.

Recientemente, este último partido ha presentado como "prueba" de deslealtad nacional el hecho de que Maragall "prefiriera" asistir a los fastos de celebración del 30º aniversario de la toma del Palacio de la Moneda en Chile, antes que conmemorar en casa el particular Once de Septiembre catalán. Maragall formalizó su decisión en un contexto adecuado, la reunión de diversos think tanks socialistas europeos congregados en Barcelona para discutir sobre el futuro de la UE desde la perspectiva del socialismo continental. La afirmación de un homenaje a Allende contribuyó a dar más cuerpo a ese otro alma del PSC, su europeísmo y su compromiso con los ideales del internacionalismo socialista. También su preocupación por las consecuencias de aquel otro 11-S en Nueva York y Washington. El resultado fue una imagen bien distinta de aquella que nos ha estado acompañando todo el verano, marcada indeleblemente por las acusaciones populares de separatismo disgregador. Frente a ella, volvieron a cotizar alto los valores de solidaridad, libertad y civismo propios de la nueva izquierda.

Para cerrar el círculo de oposición a dichas imputaciones, las más recientes declaraciones de Maragall nos lo presentan como un adalid de las reformas políticas y administrativas necesarias para alcanzar un mejor encaje del Estado autonómico. La reforma del Estatuto catalán -o de otros- no sería así un paso necesario para alcanzar un mayor particularismo identitario, sino el requisito imprescindible para una superior eficiencia de los servicios transferidos. También para que el Estado como un todo pueda ser dinamizado desde Cataluña y se consiga una más eficaz vertebración nacional dentro de una Europa abierta a nuevos esquemas de gestión territorial.

Maragall no sería un buen político si no incorporara en su programa gran parte de toda la herencia del catalanismo político. Sin ella no conseguiría alcanzar la victoria electoral. Lo que no parece sensato es pensar que dichos guiños a la legítima sensibilidad nacional catalana vayan a provocar, por definición, una estampida del voto socialista en el resto del Estado. El PSOE necesita casi imperiosamente una victoria del PSC en las elecciones catalanas, pero también un proyecto que haga creíble su apuesta por un Gobierno más cercano a las necesidades cotidianas de los ciudadanos. Y ahí puede encontrar una mina en muchas de las propuestas del PSC, bien experimentados en los problemas de la gestión municipal. Al final todo dependerá en buena medida de cómo éstos sean capaces de vender su programa dentro de Cataluña y de cómo el PSOE sepa hacerlo suyo en el contexto más amplio del Estado sin que cunda el temor a un constante destejer del Estado. El objetivo es precisamente el contrario, fortalecer y dinamizar. Podrá no estarse de acuerdo en algún punto concreto, pero el PSC aporta al menos una plena lealtad constitucional y un conjunto de inquietudes que sintonizan con lo mejor de la herencia socialista.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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