Los restos del naufragio
En Barcelona viven más de 2.500 personas que carecen de hogar, según la Fundación Arrels
La Rambla de Barcelona es famosa porque en ella puede verse de todo. Los paseantes están acostumbrados a ello, y con la misma facilidad que ocurre, se olvida. Pero ver a un hombre comer, con su tenedor de plástico, directamente de una papelera, no es una imagen fácil de olvidar, aunque los transeúntes y turistas sigan su camino y él siga su peregrinar por la ruta de los contenedores de basura. El hombre parecía hambriento y devoró en un momento los restos de una ensalada de frutas de las que venden en la Boquería, que alguien había arrojado a la papelera. Es un indigente, uno de los 2.500 vagabundos que viven al raso en Barcelona.
Algunos de ellos forman ya una estampa cotidiana. Como las dos mujeres que suelen recabar en la Rambla de Catalunya con dos enormes carros de supermercado cargados hasta rebosar de mugrientas pertenencias. O como el hombre que sube cansinamente por la calle de Ferran, en dirección a la plaza de Sant Jaume, arrastrando un fardo y un carro con latas de comida abiertas, tetrabriks y un abrigo. Son los restos del naufragio. Durante todo el trayecto grita hasta desgañitarse: insulta, maldice y menta a la madre de todos con los que se cruza. Cuando alcanza la plaza brama "no tenéis ni puta idea de política" y habla de sus atributos sexuales. Un grupo de alemanes se aparta sonriente, dos mossos lo observan entre la curiosidad y el aburrimiento y el resto va a lo suyo. Es otro de los sin techo, entre los que se encuentran muchos enfermos mentales que no han recibido la atención adecuada y de los que nadie se ha hecho cargo.
Sólo el 15% de los 'sin techo' son percibidos por el resto de los ciudadanos
La Fundación Arrels es una de las entidades que se ocupan de los indigentes. Estima que en la ciudad hay entre 2.500 y 3.000 personas sin hogar: un tercio de barceloneses, otro tercio de gente del resto de España, y el resto inmigrantes, mayoritariamente subsaharianos. El Ayuntamiento, en cambio, sólo tiene contabilizados unos 300. "Contamos sólo a los estables, los autóctonos, no a las personas que están de paso", dice un portavoz municipal. Para estas personas, la ciudad tiene 45 centros, entre albergues, comedores sociales y servicios de limpieza, mayoritariamente gestionados por religiosos.
Sean estables o de paso, se encuentran sobre todo en la parte vieja de la ciudad, por los alrededores de la estación de Sants, en Poble Sec o por la Sagrada Familia. Son doblemente invisibles. Primero, porque casi nadie los mira. No quieren verles. Y segundo, porque sólo el 15% de los sin hogar son perceptibles como tales, aquellos que ya llevan mucho tiempo a la intemperie y acusan en el aspecto y el comportamiento la completa soledad en la que viven.
"Muchos de los sin hogar llevan traje y corbata, y van todo lo aseados que pueden, tratando de disimular la situación tan precaria en la que se encuentran", advierte Salvador Busquets, de Arrels. Muchos confían en que la pérdida del hogar sea una fase transitoria de la vida. Y tratan de mantener, en la medida en que pueden, la apariencia de normalidad. Busquets recuerda que en muchos municipios, los centros sociales para indigentes están junto a las comisarías, y subraya la dureza de una sociedad que a veces percibe como culpables a los que sufren esta situación, "cuando son víctimas de graves rupturas en el ámbito familiar y laboral". Otro de los tópicos sobre estas personas, "que tienen nombres y apellidos, e historias muy duras detrás", recuerda Busquets, es que rechazan de plano la ayuda que se les ofrece. "No es cierto, y además está demostrado que si reciben una atención a largo plazo, su situación mejora de forma clara", asegura.
Otro tópico es que tras años en la calle, su salud mental se acaba quebrando, "cuando es al revés: muchos sufren algún tipo de trastorno que no ha sido percibido a tiempo, y cuando todo naufraga, esa falta de cuidados es precisamente lo que les lleva a la calle", explica Busquets. Según datos de Arrels, el 90% de los sin techo son hombres de mediana edad, pero cada vez hay más jóvenes que se ven abocados a esta situación a causa de la precariedad laboral y el brutal encarecimiento de la vivienda.
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