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El Museo de América descubre al Diego Rivera menos conocido

La Colección de Veracruz propone una retrospectiva en 36 obras

Dibujos y bocetos, acuarelas, retratos llenos de color y hondura, bodegones cubistas, paisajes academicistas, campesinos mexicanos y obreros de la URSS... La obra menos conocida (caballete y pequeño formato) del pintor y muralista mexicano Diego Rivera (1886-1956) se enseña desde mañana en el Museo de América de Madrid (avenida de los Reyes Católicos, 6, junto al faro de Moncloa) hasta el 19 de octubre. La retrospectiva, muy manejable y didáctica, está formada por las 36 obras de la Colección del Estado de Veracruz.

Las leyendas múltiples de Rivera, hombre polémico, agitador cultural, vividor apasionado, viajero compulsivo, animal político, creador de la identidad nacionalista mexicana, amigo de Troski y Modigliani, comunista conflictivo hasta el final además de pareja de mujeres excepcionales, entre ellas la célebre Frida Kahlo, se ponen de manifiesto en esta pequeña y variada exposición. La comisaria, Dolores Tomás, y los museógrafos, entre ellos Paula Ramírez, la han organizado por orden cronológico, alterando así la estructura original de la colección (distribuida por géneros y técnicas) para tratar de explicar mejor al visitante español (la muestra viajará luego a Zaragoza y Gijón) la evolución del genial artista de Guanajuato.

El breve recorrido ofrece una visión muy plural de las influencias y los universos que Rivera fue conociendo y adoptando como propios a lo largo de su febril trayectoria vital y artística. Empieza en sus primeros años de formación académica en la Escuela de Bellas Artes del DF, del que da un ejemplo el brumoso paisaje Barranca de Mixcoac (1906), que al parecer enamoró a Teodoro A. Dehesa, gobernador de Veracruz, lo cual permitió al artista, de 21 años, irse becado a Europa, generosidad que luego compensaría donando las 36 obras de la colección. El visitante conoce después su estancia en España, donde Rivera trabajaría en el taller de Chicharro, conocería a Baroja y a Valle y pintaría los paisajes Tierra quemada de Cataluña (1911) y Paisaje de Toledo (1913).

Luego, su llegada a París para conocer de primera mano la eclosión de las vanguardias: Picasso, Gris, su compadre revolucionario Modigliani... Sus collages están llenos de trazos cubistas en esos años, mediados y finales de la década de los diez. Poco más tarde, cuenta Paula Ramírez, Rivera cruzó la frontera a Italia para conocer a los maestros del Renacimiento, "y allí se convence del mayor poder comunicador del realismo y de la figuración frente al hermetismo de las corrientes modernas".

A su vuelta a México, ya en plena era posrevolucionaria, Rivera redescubre lo autóctono y alcanza su madurez plástica, según se ve en los pequeños y espléndidos dibujos y bocetos de obreros y campesinos, algunos realizados más tarde, en Rusia, cuando ya le consumía el cáncer que finalmente acabaría con su vida.

Si la colección se mira con el criterio original, por temas y técnicas (bodegones, retratos, desnudos, paisajes, dibujos y bocetos), se aprecia de otra forma, según Ramírez, la evolución del artista: "Ahí está más claro su viaje desde el concepto del arte como actividad intelectual a su fe en el arte social y la propaganda, su visión del futuro del arte mexicano como manifestación popular y la madurez de su compromiso socialista".

De la intensidad de su vida sentimental y amistosa dan noticias ejemplares la hondura psicológica de sus retratos, desde el de su madre, realizado en 1904, hasta el de la actriz americana llamada Melanie, que quizá recuerda un poco al pincel satírico de Otto Dix (1948). En medio están el de su compañera rusa, Angelina Beloff (1909); el de su segunda mujer, Lupe Marín (1924), madre de sus dos hijos (y muy parecida a la Kahlo); el de la etérea Señora Dreyfus (1927) y el del enigmático Óscar Morineau (1927), que Rivera retrata en un espectacular contrapicado.

Pero quizá lo más impactante de todo sean los dos desnudos. El primero, de 1919, muy sensual y lleno de aliento simbólico, enseña a una joven sonrosada que se quita una prenda por la cabeza. El segundo, Desnudo con girasoles, es de 1946 y muestra en primer plano el enorme trasero de una mujer negra agachada. Según el texto del catálogo que firma Julio César Martínez, Ébano representa la pasión y el deseo, dos de las grandes aficiones de Rivera.

<i>Desnudo</i> (1919), óleo de Diego Rivera que se expone en el Museo de América.
Desnudo (1919), óleo de Diego Rivera que se expone en el Museo de América.
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