Telescopio
Todo lo que es hermoso tiene su instante y pasa, dice un verso de Cernuda. Anoche miraba el planeta Marte con un gin-tonic en la mano junto al mar y un grupo de jóvenes a mi lado trataba de captarlo también a través de un telescopio rudimentario. Han tenido que pasar 60.000 años para que Marte y la Tierra se volvieran a encontrar a esta distancia, la más corta en su alucinante camino por el universo. Cuando el planeta rojo cruzó la última vez por este punto, nuestra historia no había comenzado. Aquí reinaban todavía los neandertales. Si toda belleza tiene su instante y pasa, alguno de aquellos primates sería el primero en inaugurarla al descubrir en la noche estrellada una luz que brillaba con el color de la sangre. No parecía fácil manejar aquel telescopio. Los jóvenes no conseguían enfocar correctamente el planeta rojo y a veces dudaban si ese resplandor que captaba la lente sería la que deseaba su corazón. Con el gin-tonic en la mano yo había optado por imaginar que el tiempo había sido un infinito número de partículas de basura con sólo unos esporádicos momentos de belleza desde que Marte estuvo la última vez en esa misma posición. Colgado sobre el acantilado de Denia habría reflejado el primer verbo de subjuntivo que el hombre del cromagnon aprendió a conjugar y también el hacha de sílex, la vela que impulsó la imaginación sobre el mar, la creación de la zarza ardiente, los dedos sagrados del alfarero, el puñal de Abraham detenido en el aire por un arcángel, el bisonte rupestre, los cánticos rituales en torno a los ídolos de la lluvia, el primer relámpago aceptado por el terror de la conciencia. Así habían pasado los instantes de belleza por la historia hasta que oí cerca un grito de júbilo. Después de varios intentos y muchas disputas, los jóvenes estaban seguros de haber captado, por fin, la luz de Marte. Unos y otros se iban relevando en el telescopio mientras contaban sus propios descubrimientos. Una silueta oscura, casi geométrica, sobre un fondo blanco, era la imagen reiterativa que excitaba a aquellos astrónomos aficionados. Algunos añadían otros matices concretos. El más imaginativo de aquellos jóvenes creía ver en medio del planeta rojo la imagen de una gaviota. Pensaba yo que el álgebra de los astros aún era pura, cuando oí una carcajada. La figura geométrica que los jóvenes habían captado en Marte era una grúa de construcción con una luz roja de peligro y la gaviota del anuncio de una inmobiliaria. Todavía estaban aquí los neandertales.
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