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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Elegías y exaltaciones

La celebración de la vida como un exceso que produce exaltación, y como convivencia con la muerte, la insularidad que marca racialmente y el cosmopolitismo universal configuran el esplendor de este libro del premio Nobel antillano.

Después de su excelente libro de crítica literaria La voz del crepúsculo y de su libro de poemas Pleno verano, se traduce ahora La abundancia, un libro posterior a sus Collected Poems de 1986 (Pleno verano estaba incluido en ellos) y posterior también a la concesión del Premio Nobel que recibió Derek Walcott en 1992. Buena ocasión, pues, para retomar el hilo, tanto poético como ensayístico, de este poeta antillano, profesor en la universidad de Boston pero que no deja de pasar largas temporadas en Santa Lucía, su isla natal a la que siempre vuelve. Y precisamente de esos retornos es testimonio este libro cuyo título es íntima y esencialmente paradójico pues si de abundancia se trata -la vida en sí misma como un exceso de realidades que conduce a la exaltación-, tampoco se oculta -al contrario, se insiste en ello- que con ella convive la muerte (máxima privación) representada por dos recientes desapariciones: la de la madre de Walcott y la de su amigo Joseph Brodsky. Esas ausencias y privaciones dejan un reguero de sutil acabamiento en todo el libro que se entrelaza con el ímpetu afirmativo que también hay en él, y del que depende directamente esa abundancia de la que el título es señal.

LA ABUNDANCIA

Derek Walcott

Traducción de Jenaro Talens y Vicente Forés

Visor. Madrid, 2003

171 páginas. 9 euros

Si muerte y vida se entrecruzan, también lo hacen culturas y escenarios. La isla natal es el epicentro del que emerge un poderoso sentimiento de apropiación que arrastra con él toda la vida del autor, también su infancia y con ella las principales orientaciones para comprender el mundo alrededor, la isla que no cesa de alentar visiones de arrobamiento e intensidad que cuajan en poemas de primera magnitud. Walcott, sin embargo, quiere recalcar que su isla, y los estratos culturales que adensa, no está aislada, y menos desde ninguna clase de negritud insular que niegue sus entronques con raíces nutritivas europeas, singularmente inglesas.

Tal vez por eso también este libro contiene frecuentes viajes al exterior y, por tanto, frecuentes recuerdos de otros escenarios que conviven sentimentalmente con los más autóctonos. Por tanto, frente a la insularidad racialmente marcada, el cosmopolitismo universal, las culturas que se interfecundan y enriquecen, las ciudades símbolo como Londres, París, San Petersburgo, Venecia, Granada, el hombre que viaja y absorbe realidades ajenas que convierten en propias por la fuerza de su capacidad de entroncar con lo que no es suyo pero hace suyo. España tiene un lugar en esas apropiaciones (Antonio Machado) e Italia también (Brodsky en Venecia). Y, al final, vuelta a la isla, a las emociones más entrañadas y sustanciales, y vuelta al mejor esplendor de este libro muy bien traducido, cuyas debilidades (posible verbosidad, posible exceso y abundancia retóricos) acaban siendo eficaces vehículos de la más importante alianza que hay en él (y probablemente en muchos de los mejores libros de poesía que se hayan escrito en cualquier tiempo y lugar): elegía y exaltación, es decir, sagrada celebración de la vida y no menos dolorida refutación de la muerte.

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