Una apacible vejez en la milicia
Es cierto que cuando Dios cierra una puerta y te da en los morros, abre una ventana y es de guillotina. Mis amigos mayores del barrio y yo nos encontrábamos mohínos a causa de la reciente utilización espuria del mazo de la baraja por parte de los Desaprensivos de la Tierra. Nos veíamos abocados a una vejez condenada a no jugar al póquer, ni siquiera al socorrido vicio del solitario, so pena de ver la cara de Sadam o la de Arafat (última contribución del país donante de muros y misiles, Israel, a los juegos de azar) encarnada en los ases. Yo es que estoy como obsesionada y no ligo ni un pinche trío. Me tiemblan las manos con el temblor de la falsificación, que diría Patricia Highsmith.
"Es una pena que no dé más cancha a Ana Botella, a quien sólo reseña por el nombre y el apellido"
Pero mira tú por dónde, gracias a la nueva Ley de Defensa, nos van a movilizar a todos los españoles sin reparar en edad longeva alguna, lo más parecido a la Golden American Express Card Infinitum Gastum; nos espera una Edad de Oro de verdad. Lo vengo diciendo en los establecimientos del ramo (de cualquier ramo: con tal de que estén abiertos), que si me tienen que militarizar a las órdenes de los polacos, bien sea para defender a ¡España! o a cualquiera de nuestros ¡Aliados!, procuren ponerme bajo el mando de las hermanas Koplowitz. Ya me veo integrando la Brigada Lourdes & Czestochowa. Lujazo de sillas de ruedas con motor y estandartes vistosos, y puede que hasta con capellán Manos Largas adjunto, Boston Style.
Los mayores de mi barrio están muy entretenidos conmigo, porque les voy dando el parte a diario. Hablando de partes: gracias, oh CNN International in English, por haber pasado de Emerging Irak a The Irak Conflict, justo al mismo tiempo que yo sugería que os deshicierais del optimismo (aunque tal simultaneidad me estremece; algo habré hecho). Por lo menos, el nuevo epígrafe es neutro. Que no neutral. Lo neutral sería The Irak Occupation. Mas no me quiero poner picajosa.
Durante este caluroso agosto he sido jaleada convenientemente por dos hileras de ancianos caballeros, incluido el capitán del barrio (tan mayor que a mí me llama nena), sentados en camiseta y pantalón corto a ambos lados de la acera, con una sinalcohol en la mano, mientras yo ensayaba para ellos estos artículos a voz en grito, con esa impunidad que te permiten la sordera ajena y la propia desesperación. Puedo asegurarles que rugen de entusiasmo cuando comprenden, trompetilla mediante, que me acerco al final.
Por ejemplo. Días atrás me precipité a una librería de guardia y me hice con las memorias de Hillary, Living history, en inglés, para practicar el idioma con vistas a mi nueva nacionalidad (puedo hacerme estadounidense inclusive, si allí echan a Bush Jr.; cualquiera, mejor que nosotros) y también para que la aparición del libro en la edición española, creo que ahora mismo, me pille leída. Además, me moría de ganas de comentar su contenido con los habituales de la taberna de la tercera edad, potenciales defensores de la patria todos.
Total, que me ensimismo donde Hillary, para succionar inteligencia, y me quedo lela. Desde ya puedo afirmarles que jamás había leído a nadie que escribiera (o haya permitido que otros firmen bajo su nombre) con tanta cursilería acerca de sí misma y de sus importantes amistades: las palabras que más repite, cada vez que conoce a alguien de la realeza, a otras primeras damas, a políticos o artistas de cine, son excited (lo está cuando le introducen a un VIP) y delightful (lo que el VIP suele resultar). Hasta Carlos de Inglaterra le parece ingenioso, y en cuanto a su padre, Felipe el Dos Pasos Atrás, le encuentra buen conversador después de haberle escuchado la entera historia de la Armada británica durante un almuerzo; en cuanto a la reina Isabel, con tiara de diamantes, le recuerda a su mamá. Tal vez sea verdad. En cualquier caso, es una pena que no dé más cancha a Ana Botella, que prácticamente ha bebido en sus fuentes y a quien sólo reseña por el nombre y el apellido, igual que hace con su augusto esposo, nuestro presidente.
Son tantos los términos cursis que repite (de ahí la grandeza del lenguaje original: es como si la estuvieras escuchando a ella), que una, francamente lo he de confesar, empieza a entender que Bill Clinton buscara como loco todo tipo de garajes para aparcar su bimotor. Cualquier cosa con tal de no darse en todo el glande con los lazos repolludos que adornan el cielo raso de su paladar. Así se lo conté a mis chavalones, quienes se limitaron a preguntar, lacónicos, dónde se encuentra la oficina de alistamiento más cercana.
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