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Columna
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Lectura de verano

Eduardo Castro no lo puede remediar. Por muchas vueltas que le dé a la cosa, por mucha voluntad de entendimiento que le eche -y eso que lleva décadas en el empeño- la creencia en el más allá le sigue pareciendo la idiotez más idiota y la tontería más tonta, además de peligrosa, de cuantas son capaces los seres humanos, sea la religión la que sea y el dogma el que quieras. Así las cosas, el epígrafe del último libro del escritor y periodista de Torrenueva, El burro del Cardenal (Granada, Dauro, 2003) no puede sorprender a los que le conocemos:

- Con la iglesia hemos dado, Sancho.

- Ya lo veo. Y plegue a Dios que no demos con nuestra sepultura.

El burro del Cardenal no va realmente de burros, pese a que el Cardenal del título -que no es ningún cardenal sino "el más famoso bandolero sureño de todos los tiempos"- suele ir montado en uno de nombre Pelele, dueño de facultades saltadoras asombrosas. Tampoco nos puede engañar el hecho de que el libro reproduce, a modo de colofón, una amena y erudita disertación de tema asnal dictada por el autor en la Primera Conferencia Internacional sobre el Burro, celebrada en Rute en 1992. El libro de lo que realmente trata es de una Iglesia que traiciona la esencia del cristianismo, de la brutalidad del hombre para con su prójimo, los animales y el medio ambiente -aquí hay detalles realmente estremecedores-, y del asesinato de la dignidad individual y colectiva llevado a cabo, metódicamente, por el franquismo. Todo ello con una ironía digna de Mariano José de Larra y una manera de decir modesta, de tono menor, de no insistir demasiado.

De las dieciocho "teselas narrativas" que integran esta "especie de mosaico novelado" -los términos son del autor-, nueve, el núcleo, fueron redactadas en 1972, sin poder ver la luz entonces, y casi todas las restantes en 2002. Los relatos, unidos entre sí, como señala Castro, por su temática, sus personajes y su geografía (estamos en una "ardiente comarca" del sur nunca especificada pero que yo diría mayormente alpujarreña), abarcan, pues, treinta años de la vida del escritor. En ellos vemos al hombre entero.

Sobre todo, tal vez, en la indignación y la compasión que impregnan Los de las chozas, uno de los relatos compuestos en 1972. A través de una voz angustiada que aconseja paciencia y aguante a un campesino que va a ser desahuciado por el alcalde del pueblo, que quiere edificar un gran complejo turístico sobre el terreno, se nos hace vivir en este texto toda la miseria de un sistema donde se ha hecho realidad la sentencia bíblica de que a quien posee se le dará más y a quien no posee nada se le quitará hasta lo que no tiene. A Castro le duele su tierra, y en este libro hay también unas páginas admirables sobre el incumplimiento de las Capitulaciones de Granada y la tragedia que cayó a continuación sobre la población morisca, tan española, al fin y al cabo, como la cristiana (como nos acaba de recordar, en Jaén, el gran arabista Pedro Martínez Montávez). Les recomiendo El burro del Cardenal. A mí, la verdad, me ha paliado gratamente los rigores del ferragosto.

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