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Columna
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Telefónica hace el agosto

Tengo un amigo que se acogió a una oferta estival de Telefónica que parecía una ocasión de lo más conveniente y acabó por ser un proceso de pesadilla en cuyo pack se incluyó el ya clásico y famoso timo del tocomocho. A domicilio. Como si llevara meses pergeñando el golpe, los de julio y agosto debieron de parecer a la Compañía ideales para pillar a la gente desprevenida, relajada o simplemente ausente, momento que esta Gran Empresa ha aprovechado para atracar a sus incautas víctimas como se haría con alguien que fuera turista en su propia casa: lo que se entiende por la tan traída y llevada seguridad ciudadana.

Mi amigo necesitaba instalar en su casa una línea ADSL de conexión a Internet y tuvo la mala suerte de darse de bruces con la oferta de Telefónica, que a él, como es lógico, en principio le pareció un chollo: la mitad de su precio habitual si el pedido se realizaba durante los meses de julio y agosto. Como era mediados de julio, mi amigo se sintió destinatario natural de tales beneficios. Para mayor facilidad, podía realizar la gestión completa por teléfono, comodísimo. Así lo hizo, y Telefónica prometió enviarle a casa el pack autoinstalable (facilísimo también de autoinstalar). Éste fue el punto, esta espera, en el que mi amigo se las prometía muy felices, soñaba con la inminencia de su navegación internáutica y sentía esa satisfacción por la gestión bien realizada, rápida y eficaz. El pack de Telefónica llegaba a casa en un par de días.

Pero pasaron dos, tres, cuatro, hasta siete días, y mi amigo no recibía el pack. Así que decidió llamar a Telefónica. Mi pobre amigo aún no sospechaba que en el mismo instante en que, aún alegremente, marcaba esas fatídicas cifras, estaba entrando en esa espiral pesadillesca de la que aún no ha logrado salir, una especie de episodio que (como hacen los italianos Wu Ming) pudiera haber sido escrito al alimón entre Kafka (un clásico de la desintegración del individuo en el entramado social), Larra (el españolazo que describió la impotencia del españolito frente a la cara dura estructural de la burocracia) y Mario Puzo (una de mafiosos). Telefónica le informó de que su pack ya había sido entregado en la dirección correcta, cosa que él negó amablemente. Le sugirieron que esperara un día más, para que se aclarara la cosa. Se convirtieron en seis. Mi amigo empezaba a perder la paciencia, así que llamó de nuevo. Le repitieron que se había hecho la entrega, y él que no. A estas alturas ya le llamaban señor Secall con un retintín mecánico que exasperaba a mi amigo: cuando los de Atención al Cliente comienzan a llamarte señor Tal o señora Cual con el mismo tono imperturbable que si leyeran tu sentencia de muerte, algo empieza a ir rematadamente mal. Entonces le dijeron, señor Secall, que, al no hallarse en su domicilio, el pack se había entregado a una vecina. ¿A una vecina? Mi amigo no conoce a sus vecinas, ni tiene por qué, y el plazo de la oferta pasaba, pues tenía previsto irse de vacaciones. El señor Secall había hecho ya alrededor de quince llamadas, varias de las cuales pasaron a un 902 que no es gratuito, y amenazó con poner una denuncia en la policía. Quedaron en enviarle un nuevo pack, que llegó al día siguiente. No funcionaba. Llamó de nuevo. Quedaron en mandarle un técnico a casa.

El técnico era un joven de mirada oblicua que desplegó su portátil y, en décimas de segundo, demostró a mi amigo que allí la cosa funcionaba, así que el problema era de su ordenador: supuestamente, necesitaba un router, que Telefónica podía proporcionarle por un módico precio. El técnico hacía todo de una forma tan rápida y esquinada que mi amigo sospechó y le pidió que volviera a intentar la instalación en el portátil. El técnico se sonrojó. Cuando probó de nuevo, la conexión fue inútil. Mi amigo exigió otro pack. Para ello, según el joven técnico, tenía que volver a hacer el pedido paso a paso. Pero antes debía pagarle una factura de 39 euros por la visita. Mi amigo rugió y se negó a pagar. El joven técnico, sobrepasado, llamó a Telefónica: que tengo un problema con el señor Secall. La casa de mi amigo es muy pequeña y no pudo alejarse mucho. El señor Secall pudo oír con nitidez cómo, al otro lado del móvil del joven técnico, una voz apremiaba: "¿Pero ha firmado?". Por supuesto, no firmó. Ni tiene pack, ni conexión a Internet, ni tiempo ya para acogerse a la oferta de Telefónica. ¿Un timo legal?

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