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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Salto cualitativo

En Irak, una etapa de desestabilización genérica está dando paso rápidamente a otra de ataques bien planeados, con medios técnicos y capaces de atemorizar a la comunidad internacional y sugerir que Estados Unidos no controla ya el país en el que ganara una guerra en tres semanas. La escalada del terror materializada en el devastador ataque de ayer contra la sede de Naciones Unidas en Bagdad -con casi una veintena de muertos, entre ellos el alto representante de la ONU Sergio Vieira de Mello- apunta a elementos cualificados, organizados y con acceso a arsenales explosivos. La magnitud del atentado ha disparado las alarmas en el Consejo de Seguridad y la Casa Blanca, pese al ritual mensaje de Bush anunciando que no se desviará del camino.

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Al menos 17 muertos en un atentado contra la sede de Naciones Unidas en Bagdad

Este enemigo, al que por el momento no se le pone rostro ni nombre, utiliza los mismos métodos en lugares distantes y ha sustituido las escaramuzas individuales por objetivos bien elegidos y, cuestión crucial, de carácter indiscriminado en los que las víctimas pueden ser también iraquíes de cualquier condición o los atentados o sabotajes dirigirse contra los mismos intereses económicos del país árabe. El hostigamiento a una patrulla está siendo sustituido por un ataque con morteros contra una prisión, las repetidas voladuras de un oleoducto esencial o un camión bomba -ayer, en un momento escogido con precisión- del mismo tipo que el que hace 10 días provocó otra carnicería ante la Embajada de Jordania.

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El objetivo de esta guerra de desgaste, que nadie reivindica, ya no es específicamente EE UU, sino cualquier blanco significativo que traslade a los ojos del mundo la inoperancia de la superpotencia, con sus 140.000 soldados, en su ocupación del país árabe. Nada hace más mella en la opinión internacional que la sensación de caos que transmite Irak. Los nuevos procedimientos arrojan nueva e inquietante luz sobre misiones como la de las tropas españolas allí desplegadas, presentada por el Gobierno poco menos que como versallesca y que presumiblemente habrá que replantear sobre la marcha -y debería ser ante el Parlamento- con todas sus consecuencias.

El terror en Irak ha dejado de ser de aficionados. Y esta escalada es tanto más significativa en cuanto a que acarrea un reflejo mediático instantáneo y universal. Las razones que han llevado a esta situación son de índole diferente, pero la principal es la incapacidad de EE UU, que ya se adivinaba desde la misma invasión en contraste con su probada eficacia militar, para crear situaciones políticas estables. A Washington, que ha ganado una guerra fulgurante, le supera hacer el trabajo necesario para la pacificación. El inevitable descoyuntamiento iraquí ha sido agravado por el Pentágono con medidas precipitadas que no deberían haberse adoptado sin tener antes soluciones de recambio o por la arrogancia de las tropas estadounidenses en su trato con los sometidos locales.

Irak se ha ido convirtiendo, además, en un banderín de enganche para cientos de fanáticos islamistas, con el perfil de Al Qaeda, que han visto en la deteriorada situación el caldo de cultivo ideal. Y con él la posibilidad de edificar sobre las cenizas del país árabe no el Estado moderno y democrático ingenuamente anunciado por la Casa Blanca en tiempos mejores, sino una nueva teocracia islámica en línea con la del vecino Irán.

Puesto que EE UU se ha arrogado el control exclusivo de la situación, es a EE UU al que hay que culpar por la evolución de los acontecimientos iraquíes. Pero este corolario tiene una lectura más indulgente y debería ser un argumento para que Bush, empecinado en presentar una versión rosa de la realidad ya de todo punto insostenible, promueva con urgencia el entendimiento con otras potencias democráticas, Europa a la cabeza, que exigen mayor protagonismo de la ONU. En vez de retórica, Irak necesita con urgencia un nuevo marco, amparado por una resolución del Consejo de Seguridad, que transforme la ocupación estadounidense en una empresa colectiva internacional que legitime las medidas de reconstrucción física, económica y política que se hacen acuciantes.

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