Balance humano de la Campus Party
El encuentro informático termina hoy entre la satisfacción de los asistentes y críticas a la organización
Vista desde arriba, la Campus Party es, en cierta manera, asombrosa. Asomándose a la pasarela instalada debajo de l'Umbracle, pueden verse dos inmensas hileras de mesas que parten desde ella para, podría decirse, perderse en el horizonte. Sobre las mesas hay torres y monitores, y sobre ellos asoman las cabezas insomnes de miles de internautas que apuran las últimas 24 horas de la Campus, que termina hoy.
Con edades mayoritariamente comprendidas entre los 14 y los 28 años, los participantes forman parte de una generación para la que PC no ha significado nunca otra cosa que ordenador -o Personal Computer en caso de los más leídos-, y para la que la utopía, de llegar, lo hará a base de fibra óptica y banda ancha, no de vanguardias revolucionarias.
A ras de suelo, puede apreciarse perfectamente los estragos causados por 4.000 personas que, durante seis días y cinco noches, han permanecido asidos a un ratón. El aire, respirado demasiadas veces, está exhausto. El suelo sucio. Junto a las inevitables botellas de agua vacías, refrescos, colillas -muchas colillas aunque se prohíbe fumar- plásticos y papeles, hay objetos que sería extraño encontrar tirados en otra parte, como decenas de cd.
Los asistentes, a qué negarlo, son básicamente locos por los ordenadores. Muchos estudian informática, diseño gráfico, o ambas cosas a la vez. Algunos, más maduros, se dedican a ello profesionalmente.
Juan Antonio del Corral es un buen prototipo de fanático de los ordenadores. Con la mirada perdida en la pantalla y provisto de los auriculares de rigor, Juan Carlos compite con varios compañeros de mesa en el Quack 3 Arena. En el juego, Juan Carlos, de 21 años, maneja la mirilla de una ametralladora con la que literalmente descuartiza a cuantos oponentes se ponen por delante.
Estudiante de tercer curso de Ingeniería informática, asegura haber pasado 48 horas sin dormir, "conectado a la red y jugando".Su media de sueño el resto de las noches ha sido de 3 horas. "De seis o seis y media a nueve de la mañana", dice, y se justifica diciendo que de madrugada Internet funciona más rápido y, como abren las lonas de la carpa, "es el único rato en el que se está fresco".
Juan Antonio llegó el lunes y tenía pensado volver a Algeciras anoche en un viaje de 16 horas de autobús. Mápex -ése es su nickname o seudónimo que utiliza en los chats de intenet- confiesa que desde que entró apenas ha abandonado la carpa. Sólo un par de escapadas al Carrefour para proveerse de Coca Cola y botellas de agua, poque "es más barato que las máquinas de aquí". Como todos los participantes, Mápex destaca el buen rollo con el resto de gente y la rapidez de la conexión a Internet, y critica sin miramientos la organización del encuentro: no se fía de los sistemas de seguridad -"la verdad es que no puedes ni girarte porque te levantan las cosas en un segundo"-; y afirma que el aire acondicionado sencillamente "no existe" -lo cual parece cierto, porque aunque bajo el techo de la carpa se extienden tres aparatosos tubos de colores, su efecto, de haberlo, resulta inapreciable-.
Pero lo que más le disgusta a Juan Carlos está, probablemente, fuera del alcance de la organización: "lo que faltan son tías". Según sus cálculos, que ha contrastado con los diversos foros de Internet con los que cuenta la Campus, el número de chicas oscila entre 178 y 300. "Y somos 4.000", apostilla.
No todo es jugar. Un joven de 26 años, asturiano, que se identifica como Ray0, afirma haberse pasado la semana descargándose música y vídeos "de todo tipo". Tras cinco minutos de conversar con él, sin embargo, resulta que todas las secuencias que aparecen en su monitor son pornográficas. "Es que estoy haciendo un archivo", argumenta.
Hay otros que han aprovechado la semana para algo más que el ordenador. Yolanda y Enrique se sostienen mutuamente las cabezas, apoltronados en sus sillas. Tienen 15 años y sus rostros delatan sendas insondables resacas: han pasado la noche en la discoteca Puzzle. Yolanda explica, la boca lenta y distraída, que ella es de Castellón y él de Barcelona, que se han conocido aquí, que su actividad se ha centrado en "bajar pelis y piratear" y que la experiencia ha valido mucho la pena. Enrique, conciso, dice: "muy caro, muy corto", y que no tiene nada que añadir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.