Nos debe una disculpa, señor Aznar
¿De qué tiene miedo la fiscalía? ¿Qué hay detrás de todo el escándalo de Madrid para que la Fiscalía Anticorrupción no intervenga? ¿Por qué el fiscal general del Estado prefiere seguir por el camino más difícil para el prestigio y la credibilidad de la fiscalía antes que dejarse llevar por la apertura de diligencias previas? ¿Quién iba a criticarle por intervenir en este caso al igual que se ha hecho en Marbella? Si todas las preguntas conducen a la desconfianza, ¿por qué el fiscal general prefiere sembrar desconfianza a su alrededor antes que tirar por el camino más cómodo anunciando la apertura de una investigación? Aunque parezca de locos, no encuentro otra interpretación que la que me obliga a pensar que la fiscalía no interviene porque está segura de que lo que se encontraría al final de su investigación no sería agradable para el PP. Si la fiscalía estuviera segura de que detrás de esta trama lo que se encuentra es el PSOE, Cardenal ya hace tiempo que hubiera ordenado, incluso, la entrada en la sede del partido socialista. En esta España gobernada por el PP hemos empezado a interpretar el mundo al revés y a juzgar intenciones como en la época franquista. "Nosotros estamos para la Fiscalía Anticorrupción, pero la Fiscalía Anticorrupción no está para nosotros", me dijo hace unos días un militante socialista que comienza a pensar que, de nuevo, ser socialista en España es una desventaja con respecto a quien profesa otra ideología. Intenté aleccionarle para que sepa interpretar los acontecimientos a la luz del achicamiento de la democracia en la etapa del Gobierno del PP. Si el fiscal no interviene en el caso de la Asamblea de Madrid, no es porque no exista corrupción (interpretación en la normalidad democrática), sino porque cuanto más lejos se encuentre el fiscal general de los hechos, más cerca están esos hechos del PP (interpretación en la anormalidad democrática). Es cierto que cada día nos desayunamos con más indicios de que el PP sabe más de lo que cuenta en ese asunto; en la normalidad democrática, el fiscal ya habría intervenido, pero en la democracia estrecha en la que vivimos, la prueba de la cercanía del PP a la corrupción es la lejanía de la fiscalía de los hechos.
Acude a la villanía de acusarnos de desear la muerte de un español para ganar votos
No es democrático que el presidente del Gobierno mantenga un lenguaje oficial delirante para hablar de los asuntos que a todos nos afectan como españoles; lo delirante es que se acepte ese lenguaje como normal. El presidente delira y su delirio es la normalidad del sistema democrático español. "Algunos [los socialistas] están deseando que los soldados españoles regresen muertos de Irak", dijo el presidente unas semanas después de que 63 soldados españoles regresaran muertos de Afganistán tras una azarosa aventura aérea por la que todavía ningún responsable ha pagado algún precio político. Sólo quienes tienen en su código ético desear la muerte de algún ciudadano para deteriorar al Gobierno están dispuestos a atribuir a los demás semejante vileza. Tal vez si recordamos lo que dijo Aznar cuando asesinaron a Tomás y Valiente podamos entender que nos atribuya tan miserable deseo. Si el presidente piensa que unos españoles deseamos la muerte de otros para deteriorar al Gobierno, ¿a qué espera para acusarnos de alegrarnos de los atentados de ETA porque el asesinato de un compatriota puede elevarnos unos puntos en la carrera electoral? ¿Y cuándo va a acusarnos de alegrarnos de la muerte de las más de cincuenta mujeres a manos de sus parejas porque así estaremos en mejor situación de ganarle las elecciones? La maldad del presidente es como el amor; nunca es suficiente. Si es capaz de acusarnos de querer la muerte de los soldados españoles en Irak, ¿por qué no va a poder acusarnos de desear la muerte de España dividiéndola y troceándola para entregársela frágil y debilitada al Arzalluz de turno?
Estas líneas que escribo en este periódico que acoge mis opiniones no son para lamentarme. El país ha estado ciego durante siete años y entregó en 1996 la guarda del gallinero al zorro y a los lobos que traicioneramente hicieron todo lo posible en los años anteriores por desalojar del poder a Felipe González "poniendo en peligro la estabilidad del Estado", según reconoció Luis María Anson en una entrevista periodística que tampoco fue investigada por la fiscalía.
En aquellos años, los socialistas bajamos los brazos y dimos por concluido nuestro mandato al frente del Gobierno de España. Ahora, la historia se repite. El objetivo del zorro y de los lobos ya no es Felipe González, ahora van a por José Luis Rodríguez Zapatero. Algunos ya han vuelto a bajar los brazos y sus comentarios son jaleados por los lobos que escriben diariamente en la prensa antisocialista. Yo no pienso dejarme arrastrar por la maldad y la vileza de quienes pretenden asustarnos o desacreditarnos por nuestras ideas. No se trata sólo de defender nuestras ideas, nuestro partido y a nuestro secretario general; se trata de defender una democracia donde el presidente del Gobierno no pueda decir lo que dice sin pagar políticamente. Yo jamás acusaría a Aznar de enviar tropas españolas a Irak para ganar prestigio ante el Congreso norteamericano; yo sólo acuso a Aznar de ser un demócrata de ida y vuelta. No le gustó la Constitución cuando había que defenderla en referéndum. Ahora no le gustan los socialistas y, para dejarlo de manifiesto, acude a la villanía de acusarnos de desear la muerte de un español para ganar votos. ¿Cuántos en España pensarán igual? Cuando dice semejantes disparates y le jalean los lobos es porque tales ofensas calan en determinados sectores de la población. No se puede seguir siendo un minuto más presidente del Gobierno sin pedir disculpas a quienes legítima y constitucionalmente militamos en un partido democrático como el socialista. ¿Qué diferencia existe entre acusar al PNV de amparar a los que matan y acusar a los socialistas de desear que algunos mueran?
Espero sus disculpas, señor Aznar, porque usted no tiene derecho a decir, y ni siquiera a pensar, eso de sus compatriotas.
Juan C. Rodríguez Ibarra es secretario general del PSOE de Extremadura
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