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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Palabras de Aznar

El pasado martes, tras su entrevista con el Rey en Mallorca, el presidente Aznar deslizó la idea de que la oposición "cifra sus esperanzas" (de desgastar al Gobierno) en la "llegada de féretros" con cadáveres de soldados españoles enviados a Irak. La insidia, reveladora de la mentalidad con que Aznar considera a quienes no comparten sus ideas (o prejuicios), resulta especialmente chirriante por el momento y lugar en que fue pronunciada. Es impropio que el presidente del Gobierno aproveche su despacho con el Jefe de Estado, que es además Jefe del Ejército, para ofender de esa manera; no sólo a los políticos de la oposición, sino a muchos ciudadanos que estuvieron contra la participación española en la guerra y tampoco ven con buenos ojos el actual envío de tropas a Irak.

Si Aznar tiene constancia de que algunos de sus adversarios políticos se han manifestado en el sentido que él denuncia, debe decir con toda claridad quiénes son para que los ciudadanos tomen nota. Pero si no tiene constancia y, como parece, se trata de la misma argucia que ha venido empleando desde su aparición en la vida pública española -atribuir gratuitamente a sus rivales políticos ideas o sentimientos innobles-, tendría que pedir excusas por haber hablado tan a la ligera. Pero sobre todo, conviene que alguien de su confianza le haga ver el efecto que esa actitud suya está teniendo en la sociedad española, más allá de sus incondicionales. En este caso, sobre todo, entre los soldados y sus familias; es decir, entre quienes saben que, efectivamente, existe un riesgo en la misión decidida por su Gobierno.

Aznar sigue negándose a dar explicaciones en el Parlamento sobre la presunta manipulación de los informes sobre las armas de destrucción masiva. El presidente ha desdeñado también cualquier intento de ampliar el acuerdo parlamentario sobre el envío de tropas; ni siquiera ha considerado necesario defender personalmente, como habría sido de esperar, esa decisión en el Congreso. La ampliación del acuerdo era improbable, pero la renuncia a intentarlo forma parte de un estilo de gobierno que está marcando esta larga despedida de Aznar, y tal vez condicionando a su sucesor. El legado de Aznar de que hablan sus seguidores más devotos ¿consiste en la búsqueda del enfrentamiento cueste lo que cueste?

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La de Irak es la primera crisis internacional de este periodo democrático en la que se ha roto el consenso básico existente en España en política exterior. La oposición no es que tenga derecho, sino que está obligada a exigir explicaciones al Gobierno; a no olvidar que siguen sin aparecer las armas químicas y biológicas que Sadam se disponía a poner en manos de grupos terroristas, según el argumento central utilizado por Aznar. Hasta el embajador ante la ONU acaba de reconocer que sin tales armas todo el discurso justificador de la guerra quedaría flotando en el vacío. La oposición no debe dejarse intimidar por las palabras de Aznar en Mallorca y tiene que seguir exigiéndole razones en lugar de descalificaciones: por qué España se ve envuelta en la aventura de enviar más de un millar de soldados -ayer partió de manera casi clandestina un nuevo contingente- a colaborar en la ocupación de un país extranjero.

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