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La privatización de Irak

Sami Naïr

Algunos mantenían, yo entre ellos, que la intervención militar estadounidense en Irak tenía como único objetivo la conquista del petróleo. Nos equivocábamos... Los estadounidenses quieren apoderarse de todo el país, convertirlo en el banco de pruebas de una privatización ultraliberal con la que no se hubieran atrevido a soñar ni los partidarios más fanáticos de la OMC (Organización Mundial de Comercio). A principios de mayo, el Wall Street Journal reveló que se había encargado a BearingPoint Inc., un gabinete de asesoría, la ejecución de un plan secreto estadounidense titulado "Para que la economía iraquí pase del renacimiento al crecimiento sostenido".

Este documento muestra a las claras las intenciones de Estados Unidos. Se trata, ni más ni menos, de vender las industrias públicas, sobre todo las del sector petrolífero, crear una Bolsa e implantar un régimen fiscal similar al de EE UU para favorecer las inversiones extranjeras. La mayoría de las empresas públicas en las que la población contaba para obtener un puesto de trabajo serán declaradas insolventes y liquidadas. Aquellas que sean consideradas potencialmente rentables serán vendidas en el marco de lo que el plan denomina el "gran programa de privatizaciones masivas". Así, tras haber destruido las principales infraestructuras, la reconstrucción de Irak es como el maná para EE UU: el coste se calcula en 100.000 millones de dólares. Se informa asimismo de que el Gobierno de Bush ya ha reunido a una decena de grupos de trabajo para planificar la transformación de Irak, de la agricultura al sistema bancario.

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Irak cuenta con unas reservas de petróleo que alcanzan los 112.000 millones de barriles. Antes de la guerra, los pozos iraquíes producían 2,5 millones de barriles diarios. Se calcula que con una inversión de unos cuantos miles de millones podrían generar siete millones de barriles diarios en los próximos años, lo que proporcionaría unos ingresos anuales de 60.000 millones, de acuerdo con el precio actual del petróleo.

La resolución 1.483 de la ONU (aprobada el pasado 22 de mayo) creó un fondo para el desarrollo de Irak que será financiado por el petróleo y que estará en realidad bajo el control de EE UU y el Reino Unido. Ambos países decidirán en solitario cómo emplear los recursos, a través del próximo Gobierno provisional iraquí. Philip Carroll, ex presidente de Shell Oil, ha sido nombrado supervisor del Ministerio del Petróleo.

Al parecer, los denominados "contratos para luchar contra el fuego en los pozos petrolíferos", concedidos en secreto a una sucursal de Halliburton durante la guerra, no se limitarán a este cometido, sino que también se encargarán de las "operaciones y de la distribución de los productos". Esto significa que la compañía que dirigió el vicepresidente norteamericano, Richard Cheney, de 1995 a 2000, y que hoy en día le sigue reportando casi un millón de dólares al año, va a gestionar los pozos y a controlar toda la producción de crudo de Irak. La filial Kellog Brown & Root (KBR) ha conseguido un contrato sin concurso previo que no contiene limitaciones en lo referente a la duración ni a las sumas implicadas.

El contrato para la administración del puerto de Um Qasar (de un valor de 4,8 millones de dólares) ha sido concedido a la empresa estadounidense Stevedoring Services of America. Otro contrato de asistencia técnica para la reconstrucción ha recaído en la empresa International Resources Group, que compartirá la tarea con una subcontrata británica, Crown Agent, agencia británica de ayuda al desarrollo, que también fue objeto en su día de una privatización. La Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional, que coordina los planes de reconstrucción, ya ha concedido a media docena de grandes compañías de ingeniería civil con sede en EE UU el derecho exclusivo a realizar una oferta para el principal contrato de obras de infraestructura (carreteras, puentes... hasta la impresión de manuales escolares). Según varios artículos de prensa, los principales aspirantes a este contrato son Bechtel Corp y Parsans Corp. Esta última habría subcontratado a Kellog Brown & Root, perteneciente a Halliburton, después de que esta última fuera eliminada de la candidatura debido a una polémica sobre los vínculos que la unen al vicepresidente Cheney.

La Administración estadounidense aparta a las empresas extranjeras de los principales contratos, pero trata asimismo de elegir las compañías subcontratadas entre los países que la apoyaron durante la guerra: "Oficialmente, Washington garantiza que los procesos de selección de las empresas subcontratadas serán justos. Pero, en privado, los responsables norteamericanos muestran una actitud muy diferente", afirma el Wall Street Journal. Un responsable llegó a decir que Bechtel tiene instrucciones de excluir a "todas las empresas francesas".

¿Y los iraquíes en todo esto? Una situación económica deplorable, falta de seguridad, una parodia de reapropiación política de su país con la "creación de un Consejo de Gobierno transitorio" que refleja la política étnica y confesional que los estadounidenses quieren hacer prevalecer. Este Consejo incluye a 14 chiíes (para así poder controlarlos), cuatro suníes, un turcomano, un cristiano y cinco kurdos. Además de una representación acorde con sus deseos, los estadounidenses también han velado por que, entre estos miembros, aquellos que vuelven del exilio puedan servir de portavoces de los regímenes de la región que han aceptado o apoyado la conquista de Irak: Arabia Saudí, las monarquías del petróleo e Irán. Según la visión estadounidense del futuro Irak, este Consejo sólo debe tener una función consultiva. Pero la presión de la resistencia iraquí sobre el Ejército norteamericano (no cesa de crecer el número de estadounidenses muertos desde el final de las operaciones militares en mayo de 2003) ha obligado a la Administración de Paul Bremer a ceder algunas migajas de poder: el Consejo podrá nombrar los ministros y deberá preparar la nueva Constitución. Sin embargo, Paul Bremer conserva el derecho de veto sobre todas las decisiones de este organismo y puede disolverlo en todo momento.

Este concepto tan particular de "democracia" a la estadounidense no parece suscitar la adhesión del pueblo iraquí. Así lo demuestran los rápidos avances de la resistencia iraquí. Por otro lado, la comunidad musulmana chií, contenta de haberse librado de Sadam Husein, no quiere ver a los estadounidenses ocupar y repartirse su país (la mayor parte de las víctimas civiles de las bombas estadounidenses y británicas fueron chíies, sobre todo en los alrededores de Nasiriyah e Hillah). En Masul, al norte de Irak, al igual que en Basora y su región, se producen enfrentamientos sangrientos todos los días.

El caos se ha instalado en el país. Las tropas de ocupación parecen atascarse con más rapidez de lo previsto. Por ello, el Gobierno estadounidense ha decidido no emprender la repatriación inicialmente prevista de la Tercera División de Infantería. Estos 9.000 soldados, que debían regresar a EE UU en septiembre, permanecerán en Irak por tiempo indeterminado. Pero en EE UU, por el momento, prefieren ignorar los interrogantes de una opinión pública desestabilizada por el número cada vez mayor de muertos y la manipulación sobre las supuestas "armas de destrucción masiva". El principal columnista sobre Asuntos Exteriores del New York Times, Thomas Friedman, escribe: "Ahora contamos con un 51º Estado de 23 millones de habitantes. Acabamos de adoptar un bebé llamado Bagdad". Todavía más provocador, Max Boot, comentarista de derechas y portavoz de la coalición que respalda a Bush, escribió un texto publicado en USA Today titulado '¿Imperialismo americano? No hay que rechazar esta etiqueta'. Para él, toda oposición armada en Irak está condenada a fracasar, ya que, para su regocijo, "más de 125.000 soldados estadounidense ocupan Mesopotamia. Cuentan con el apoyo de los recursos de la economía más rica del mundo. En la carrera por el control de Irak, EE UU puede superar y aplastar a cualquier oponente" . Por tanto, de la ocupación a la colonización de Irak el camino está abierto.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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