Richard Strauss, con sonido Dresde, un privilegio
De las cuatro líneas fundamentales que Peter Ruzicka trazó para su etapa al frente del Festival de Salzburgo, dos de ellas están por ahora bien encaminadas: la atención preferente a Mozart que desembocará con la osada programación de todas sus óperas en 2006 -año del 250º aniversario de su nacimiento- y la parcela de música contemporánea. Las otras dos, materializadas en los ciclos dedicados a Richard Strauss y la llamada Música degenerada, han dado un paso atrás este año al programarse las correspondientes óperas en versión de concierto.
En el caso de Die Bakchantinnen, de Egon Wellesz, es chocante, pues su predecesora, El rey Kandaules, de Zemlinsky, fue uno de los éxitos indiscutidos del festival de 2002, con la interesante puesta en escena de Christine Mielitz.
Elena de Egipto (que se escuchó en Salzburgo anteayer) pertenece al grupo de óperas -junto a Electra, Ariadna en Naxos, Dafne y El amor de Danae- en que se manifiesta la admiración de Strauss por Grecia y la antigüedad clásica. En Salzburgo se ofrece la versión vienesa de 1932, estrenada precisamente en Salzburgo en 1933, con algunos cambios, sobre todo en el segundo acto, de la del estreno original en Dresde en 1928.
Densidad
El sugerente marco de la Felsenreitschule quedó oculto por unos paneles blancos. La versión musical de Fabio Luisi al frente de la Staatskapelle de Dresde fue de primerísima calidad. No creo que haya una sola orquesta en el mundo tan identificada con la sonoridad de Richard Strauss como la de Dresde. Es ideal para extraer la sensualidad, la carnosidad, la ligereza del trazo y la densidad en la concepción del sonido. Strauss adquiere alas mágicas y vuela con un magnetismo irresistible. Luisi, a lo maestro de capilla, fue un director ordenado, riguroso, enérgico y seguro. Un tipo curioso: tan en segunda fila y tan convincente siempre. Los coros de Dresde se integraron con comodidad en el concepto musical.
El texto de Hugo von Hofmannsthal es servido con brillantez por el elenco vocal. Deborah Voigt (Elena) está inmensa (vocalmente, pero también en el volumen corporal). Transmite simpatía la soprano americana. Además, se siente cómoda en los agudos y tiene temperamento e instinto dramático. La gran sorpresa de la noche fue la veterana Helen Donath como Aithra. Con una voz fresca, dio toda una lección de estilo, administrando a la perfección sus numerosos recursos. Falk Struckmann (Altair) fue un cantante homogéneo, con solvencia en todos los registros, y expresivo, y el tenor Albert Bonnema mostró buenas maneras y mucho empuje, a pesar de que se anunció que no estaba en plenas facultades. Entre los secundarios brilló la contralto Annette Jahns.
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