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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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El ratoncito lerdo

Estaba la ratita limpiando su casita, cuando encontró un centimito. Y se dijo: "¿Qué me compraré? ¿Qué me compraré?". Tras descartar varias alternativas más funcionales, la ratita tomó una decisión: "Ya lo sé. Me compraré una cinta de raso para hacerme un lacito en la cola". Y dicho y hecho, se compró una cinta de raso de bellos colores rojo, blanco y verde, y salió a pasear exhibiendo su colita, la mar de pizpireta.

Así de glamurosa no tardó en encontrar pretendientes que se le acercaban melosos: "-Ratita, ratita, que bonita estás, ¿Te quieres casar conmigo?".

¿De dónde provenía su éxito? Los lectores del Señor de los Anillos lo atribuyen a la magia del lacito. Los economistas deducen del texto su famosa ley: "Si sólo tienes un céntimo dedícalo a publicidad". Y un filósofo donostiarra comentó amargamente que para tener oportunidades en Euskadi no hay nada como ponerse una ikurriña en la cola.

En el drama que se avecina en Euskadi, cada personaje hará su papel
A unos les reprochará su inmovilismo; a los otros ser causa de crispación

Sea como fuere, la ratita era consciente del poder que le confería el lacito. Por eso, convocó una consulta, y a todos sus vecinos les planteó la misma pregunta. Pregunta, por demás, bien sencilla de responder: "-¿Cómo harás por la noche?".

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Cada vecino, contestó a la pregunta de acuerdo a su particular modo de ser. El perro ladró, el gato maulló y el burro rebuznó. Al escuchar cada respuesta, la ratita observaba displicente: "-Ay no; demasiado ruido".

Observe el curioso lector que los pretendientes se comportaban cada uno de ellos tal como eran, con autenticidad. Qué más auténtico para un gato que maullar o para un burro rebuznar? Y, sin embargo, ¿quién de nosotros no se ha reído en la infancia con aquellos ladridos y sobre todo con aquellos rebuznos tan divertidos? Lo que hacía risibles a aquellos patéticos personajes es el haberse llegado a enamorar de una princesa que sólo estaba interesada en lucir su colita ante una corte de admiradores. Lo que esta ratita andaba buscando en realidad era un lerdo a quien dominar.

Hasta que llegó un ratoncito que a la pregunta: "-¿Cómo harás por la noche?" contestó sumiso: "Dormir y callar, dormir y callar...".

"-¡Pues contigo me he de casar!".

Y ambos se casaron o, mejor dicho, formaron una comunidad de libre asociación, y la ratita no dejó de pasearse exhibiendo siempre su colita, mientras el ratoncito permanecía callado o se unía al coro de buenas gentes que entonaba: "Ratita, ratita, que figura tan bonita, y qué bella la ikurriña, ondeando en tu colita".

Esto es una relectura de la fábula La ratita presumida. Me ha venido a la cabeza al leer el primero de los ocho (qué emoción) borradores del nuevo estatuto que prepara nuestro Lehendakari para sustituir al Estatuto Vasco, al que se ha empeñado en declarar difunto.

Lo esencial para entender de qué va este borrador, es que en él se contemplan dos clases de ciudadanos: unos, los nacionales, que accederán a la nacionalidad vasca y con ello a la plenitud de los derechos; y otros, los ciudadanos no nacionales, que como "vecinos" o residentes en alguno de los municipios del País Vasco tendrán un estatuto jurídico-político de segunda. El Parlamento Vasco, a iniciativa de un gobierno nacionalista sin posible alternancia gracias a este estatuto a su medida, establecerá soberanamente con sus leyes los requisitos que habrán de cumplir las personas que aspiren a que se les otorgue el título de nacionales. Y establecerá asimismo qué derechos tendrán y dejarán de tener tanto ellos como los vecinos de segunda.

En el drama que se avecina, cada personaje hará su papel. Unos dirán, "con ésos ni a misa". Otros dirán que este nuevo estatuto es inaceptable, "pero" que, con empeño, podría convertirse en aceptable; y se pondrán a redactar enmiendas. Siguiendo los cánones de la fábula, la ratita habrá de quejarse de unos y otros por su afán en meter ruido antes de tiempo. A los primeros les reprochará su inmovilismo; y a los segundos ser causa de crispación: ambos serán tachados de gente ruidosa que no comprende el deseo pacificador que anima a la ratita presumida. Y entonces, poniendo carita santurrona, les recordará algo tan sencillo como entrañable: ¿me aceptáis a mí y a mis descendientes como diferentes y superiores a vosotros, en tanto que propietarios legítimos del lacito desde la noche de los tiempos?. Este es el único medio en que podréis tener relaciones conmigo. Naturalmente el tipo de relaciones que requiera yo en cada momento.

En el reparto del cuento sólo quedaría por asignar el papel de ratoncito lerdo. Quién aceptará dormir y callar mientras la Señora del Lacito y su numerosa prole se pavonean y se dan la buena vida con los centimitos recaudados a los vecinos que carecen de lacito. Podría apostar que, en la fábula, Madrazo se presentará al casting; lo deduzco al oírle frenético reclamando la presentación de enmiendas de adición. Pero no nos desanimemos. Todos tendremos nuestra oportunidad de presentarnos a esta operación Triunfo que nos dejará reducidos a ratoncitos lerdos.

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