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Columna
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El arte de despedirse

Andrés Ortega

El arte y la dignidad en política a menudo consisten en saber decir a tiempo "hasta luego" para que no se convierta necesariamente en un "adiós". Pues dimitir, por causas justificadas o simplemente ante la duda, no significa salir de la política, sino, en ocasiones, poder volver. La lista de tales dimisiones fuera de nuestro país puede ser larga, y entre ellos cabría citar a Peter Mandelson (dos veces dimitió; la primera, por un crédito blando para comprar una vivienda), Robin Cook y Claire Short (entre los laboristas), o, finalmente exculpado por la justicia, Dominique Strauss-Kahn entre los socialistas franceses.

Cabe recordar que los republicanos intentaron iniciar un procedimiento de destitución de Clinton por mentir sobre sus relaciones con una becaria en la Casa Blanca. Pero el gran engaño sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Husein no ha producido ninguna dimisión ni gesto, aunque puede acabarle rebotando a Bush en las elecciones de 2004. La cuestión iraquí no se irá, como desgraciadamente ha puesto de manifiesto la muerte del Dr. Kelly y las mentiras o manipulación de la información que perseguirán a Bush, Blair y Aznar (que ahora parece querer desmarcarse, al menos en los problemas, de los otros dos del trío de las Azores).

En estas circunstancias, ha pasado casi inadvertida la más importante dimisión hasta la fecha (habrá que esperar a ver si Blair sobrevive en su partido) vinculada a la crisis de Irak: nada menos que la de una primera ministra, la primera mujer que llegaba a este cargo en Finlandia. Anneli Jäätteenmäki, conservadora de 48 años, dimitió el 18 de junio, tres meses después de ganar el Gobierno su Partido de Centro. Durante la campaña electoral, acusó al Gobierno de Paavo Lippponen de comprometer la neutralidad de Finlandia por apoyar en secreto a Bush en la crisis de Irak. Para ello, en un debate en televisión, se basó en un informe del Ministerio de Asuntos Exteriores, previamente filtrado en parte a la prensa. Ella negó que hubiera solicitado el documento, aunque un funcionario admitió habérselo pasado. ¡Qué candidez, la del uso indebido de documento secreto, comparado con todo lo que ha rodeado esta guerra montada sobre varias mentiras! El caso es que Jäätteenmäki no convenció y, como ella misma dijo al presentar su dimisión, "si la confianza se pierde, simplemente se pierde".

La confianza es un valor superior en política, incluida la internacional. Con las trampas y mentiras de la Administración de Bush, el ex asesor de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski opina que la superpotencia está perdiendo su bien más preciado: confianza y capacidad de liderazgo. A esta pérdida de confianza están contribuyendo las acusaciones cruzadas sobre las informaciones de los servicios secretos, en concreto sobre la afirmación de Blair de que Sadam Husein podía lanzar un ataque químico o bacteriológico 45 minutos después de haber dado la orden, y de Bush, de que Bagdad trató de hacerse con uranio enriquecido en Níger. La famosa relación especial entre Washington y Londres tiene una base fundamental en las relaciones de sus servicios secretos, y éstas han quedado dañadas.

Volviendo al arte de dimitir, o de despedirse, uno se encuentra con comentarios de legaciones extranjeras en Madrid sobre la falta de dimisiones en España. El Prestige, el accidente del Yak-42, el AVE o lo ocurrido en la Comunidad de Madrid, comentan diplomáticos europeos, hubieran sido, cada uno, en sus países suficientes para provocar dimisiones de importancia. Pero aquí, la cultura de la responsabilidad política no ha prendido suficientemente, desviada hacia la judicialización de la política. El que no se hayan producido dimisiones políticas, en un lado y otro, con todo lo que ha acaecido afecta también a la imagen internacional de la democracia española. Esta resistencia a las despedidas no contribuye a que nos tomen por un país serio. Y eso también cuenta para nuestro peso en el mundo. ¡Ay si todo esto hubiera ocurrido en la Finlandia de Jäätteenmäki!

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