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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sí a la inversión pública

Sin inversión no hay desarrollo económico. Las dotaciones de capital, en todas su modalidades, son precondiciones para la prosperidad de un país. Su crecimiento ha de ser tanto mayor cuanto más bajo es el nivel de bienestar, reflejado en la renta por habitante. Es el caso de España, todavía distante de esa convergencia real con las economías de nuestro área que ha de ser el objetivo fundamental de cualquier gobierno en materia económica. De poco sirven los indicadores al uso si un año con otro no se observa un estrechamiento significativo de esa brecha, en nuestro caso superior a 15 puntos porcentuales frente al promedio de la UE.

Procurar el fortalecimiento de la base de capital de la economía es, por tanto, una decisión que denota voluntad de gobernación para más allá del corto plazo. Su concreción será tanto más cómoda cuanto menores sean las restricciones financieras existentes, en particular las asociadas a la disponibilidad de recursos financieros y a su coste. Y las existentes actualmente son las más propicias de la historia. Sobre esa base es difícil entender el empeño del Gobierno, renovado para el ejercicio fiscal próximo, en mantener su obsesión por el equilibrio presupuestario, a costa de avances más ambiciosos en el aumento de la inversión en capital físico, tecnológico y humano, cuyas limitaciones son obvias.

Si diversos indicadores vienen dejando constancia de las limitaciones de la capitalización de nuestra economía, ahora viene a subrayarlo un estudio de la Fundación BBVA. Llaman la atención dos hechos. El primero, la desigualdad de contribución entre la inversión privada y pública: las cuatro quintas partes del capital español es privado y la mayoría de este último es de carácter residencial (la inversión en viviendas de las familias), siendo las infraestructuras de transporte las que acaparan la mayor parte del capital público. El segundo, lo manifiestamente desigual de su distribución territorial.

La conclusión no puede ser más contundente: la necesidad de aumentar el ritmo de capitalización de la economía española para que consiga abandonar las posiciones de cola de los países desarrollados en productividad, fundamento de un crecimiento de mayor calidad que el actual. Algo relevante en estas fechas en las que se anticipan las líneas básicas de los próximos presupuestos y todavía se disfruta de unas condiciones de financiación que serán, probablemente, irrepetibles.

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