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Columna
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'Bokerones' irredentos

Si algo tiene éxito en Málaga es la queja constante de que todos los males vienen de Sevilla. Tiene tanto éxito como, entre los socialistas, acusar de todas nuestras desgracias al Gobierno de Madrid. Esto último, naturalmente, sólo desde que en la Moncloa gobierna el PP. Antes, Madrid era para los socialistas otra cosa: un lugar reverenciado desde donde se designaba a los presidentes de la Junta.

No hay duda de que los recelos de los malagueños respecto a Sevilla y los de los socialistas hacia los actuales ocupantes de la Moncloa tienen bastante fundamento. No olvidemos que hasta los paranoicos tienen algo de razón. Es sólo cuestión de medida.

Con menos de siete días de diferencia, dos malagueños se han quejado de la iniciativa parlamentaria de crear un grupo de trabajo sobre el urbanismo en el litoral. El primero fue el presidente del PP de la provincia de Málaga, Joaquín Ramírez. No me cabe duda de que Ramírez es una persona inteligente. De hecho, de los políticos que firman a veces en estas mismas páginas, es quizá el único que maneja con cierta elegancia y humor el lenguaje, y usa argumentos de cierta originalidad, sin ceñirse a la sectaria rutina del argumentario.

Por eso no pienso que Ramírez se crea lo que dijo hace justamente una semana: "Los malagueños debemos de preocuparnos de que nadie nos diga desde otros ámbitos lo que tenemos que hacer en la Costa del Sol". Ramírez olvidaba que Málaga ocupa sólo una parte -quizá la más esquilmada, eso sí- del litoral y, aunque el Parlamento esté en Sevilla, no está compuesto en exclusiva por sevillanos.

En cualquier caso, no es una novedad el que buena parte de nuestros intereses sean administrados desde lejos. No desde Sevilla ni desde Madrid. Desde Bruselas o Frankfurt -sede del Banco Central Europeo- se dictan normas de política agrícola, se deciden los tipos de interés de los que dependen nuestras hipotecas o se impone el tallaje de los preservativos.

Lo conveniente sería que las normas urbanísticas no vinieran desde Sevilla o desde Madrid, sino desde la mismísima Bruselas. Así se evitaría no sólo buena parte de la corrupción y de la presión que las constructoras ejercen sobre los alcaldes, sino también un urbanismo dictado por los intereses cortoplacistas de unos políticos locales cuyo único horizonte son las próximas elecciones. Además, conviene recordar que los problemas medioambientales afectan no sólo a los vecinos. Hace tiempo ya que estos problemas son considerados universales, sucedan donde sucedan.

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Las tesis de Ramírez se repetían el miércoles de boca de José Prado, recientemente elegido presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de Málaga. Prado calificó de "tontería" el estudio, recientemente hecho público, del Instituto Andaluz de Criminología. Sin duda, Prado cae en el error habitual de creer que todas las mafias son como las de las películas. No me creo que este hombre se haya leído algo más que las noticias periodísticas del informe que descalifica.

Prado, además, recurría al irredentismo bokerón y superaba a Ramírez: "¿Por qué cuando (...) despuntamos en algo (...), todo Sevilla se lanza contra nosotros?". Todo es, según él, envidia.

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