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Columna
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No impliquen a los dioses en la UE

Andrés Ortega

Bajo la apariencia de un pulso sobre los orígenes, los intentos de introducir una referencia al cristianismo en la futura Constitución Europea responden a una lucha por el papel de esta religión en el porvenir de Europa. El Vaticano está batallando en este sentido desde hace años, apoyado por un Papa polaco, con la inminente presencia de Polonia en la UE, y que deja presagiar un retroceso en la secularización, que se refleja en España con la reintroducción de la religión como asignatura puntuable y cuasi obligatoria con una alternativa que no es laica y que puede atentar contra la constitucional (en España y en el proyecto de la Convención) libertad de conciencia. La Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE) quiere ir más lejos, con una referencia a Dios (cristiano, musulmán o judío): "Recordar los límites del poder humano, la responsabilidad ante Dios; la humanidad y la creación, sería", decía el 5 de junio, "mostrar de forma clara que el poder público no es absoluto".

Sin duda, entre las raíces de Europa está el cristianismo. Pero no sólo por una cuestión de valores, sino también por la sangre derramada en su nombre. Las guerras de religiones, entre cristianos, obligaron a los europeos a aprender por la vía más dura, primero, el concepto de la tolerancia, y luego, de laicismo, que más tarde desarrolló la Ilustración, en la que esta construcción europea encuentra sus mejores simientes. Pero, aunque resulte duro aceptarlo -y no convendría olvidarlo-, también la actual integración europea nació de la guerra, entre Francia y Alemania, y contra el nazismo y contra el estalinismo, horrores del siglo XX que no van a quedar citados en la Constitución pero que han contribuido. Y la tolerancia debe abrirse a nuevas diferencias que pueden llevar a nuevos mestizajes.

El intento de mencionar el cristianismo, batalla en la que se ha metido Aznar, va a llevar a otros países (como Francia, cuya laicidad republicana es parte de su identidad) a querer introducir, como mínimo, referencias a la Ilustración y a los valores del laicismo y la secularización, además de a otras religiones. Ya se intentó en la Convención constitucional, con un popurrí que acabó perdiendo todo sentido.

Europa, como indica la socióloga de Exeter Grace Davie (Europe: the exceptional case, 2002) es, en términos de secularización, una excepción en un mundo en el que la relación entre religión y política es, en general, estrecha. ¿Hasta cuándo este excepcionalismo? Más útil aún resulta preservarlo a medida que aumenta la complejidad social. Si no sus miembros (pues, de los Quince, cinco tienen religiones de Estado y varios otorgan ventajas especiales a algunas iglesias), al menos preservemos la Unión Europea como un espacio laico. Aunque deseable, resultaría difícil lograr una mención específica a la laicidad. El proyectado artículo 1.51, basado en el principio de subsidiariedad, señala que "la Unión respeta y no prejuzga el estatuto reconocido, en virtud del derecho nacional, a las iglesias y las asociaciones o comunidades religiosas en los Estados miembros (...)" y "el estatuto de las organizaciones filosóficas y no confesionales".

El famoso In God we trust (Confiamos en Dios) en los billetes de dólares de EE UU es algo relativamente reciente, que respondió a motivos electoralistas de Eisenhower. Estuvo en las monedas desde 1861 (en respuesta al aumento de la religiosidad tras la guerra civil), y en 1956 se adoptó como lema oficial de Estados Unidos y se imprimió en los billetes verdes. Estados Unidos abandonó su anterior lema que quizás los europeos deberían recuperar hoy para sí mismos: E pluribus unum (Uno de muchos) o, mejor aún, como propuso, desde un concepto liberal de ciudadanía, ese gran pensador judío secular que es Michael Walzer: "Dentro de uno, muchos".

aortega@elpais.es

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