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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Una gran historia

En la edición de EL PAÍS del pasado 12 de junio aparecía una esquela que llamaba la atención por un detalle. Nos daba noticia de la defunción de don Carlos Atienza Toledo y se hacía referencia a su condición de socialista. Pero no, no era esto lo que resultaba curioso, si no que aparecieran resaltados los nombres de los padres del finado: Vicente y Ladislaa, que es algo que no se suele poner en esquelas que nos dan cuenta de la muerte de una persona, ya mayor, y cuyos ascendientes fallecieron hace años.

Pero en este caso se resaltaba este hecho, seguramente por voluntad del fallecido, para que cuantos conocen algo de la historia de esa familia se den por enterados.

La pequeña, o gran historia, según se mire, de la familia Atienza-Toledo, tiene que ver con Manuel Azaña y en particular con el periodo en que el presidente de Izquierda Republicana era perseguido por las derechas en el poder, en el llamado bienio negro. Una docena de atentados se organizaron contra la vida de Azaña, bien desde el Ministerio de Gobernación o bien por sicarios de Juan March.

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Los amigos y correligionarios de Manuel Azaña tuvieron que organizar un servicio de escolta permanente, y en el mismo se encontraban desde Casares Quiroga, frío y valiente ante las continuas provocaciones callejeras, hasta quienes actuaban como secretarios del entonces diputado Azaña: el teniente coronel retirado Juan Hernández Saravia y Santos Martínez. Sólo descansaban, según me refería Santos Martínez -en los años que le ayudé en México a ordenar sus Memorias-, cuando don Manuel se encontraba en su vivienda de la calle de Serrano, 38. Allí el matrimonio Vicente Atienza-Ladis Toledo, titulares de la portería, y sus hijos Carlos y Pepe, todos socialistas y fervorosos defensores del régimen republicano, cuidaban de don Manuel a todas horas, ante los intentos violentos de los señoritos falangistas del barrio.

Cuando Azaña accedió a la Presidencia de la República no se quiso separar de esta familia tan leal, y que tantas demostraciones de admiración y afecto le dispensaban, y nombró a Vicente para el cargo de mayordomo de la presidencia.

Siguieron a don Manuel en el peregrinaje de la presidencia hasta el final y los hijos demostraron su lealtad a la legalidad republicana incorporándose a su defensa durante la llamada Guerra Civil.

Pero esto es ya otro capítulo que, como lo anterior, pertenece a una memoria que parece que a nadie le interesa y menos aún a quienes han desvirtuado las ideas y principios de aquellos socialistas. Son tiempos intempestivos sin duda para estas historias.

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