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OPINIÓN | Apuntes
Columna
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Cultura de puertas abiertas

Una consideración bastante generalizada ha venido siendo la de suponer que la cultura es como un cero a la izquierda en las cuentas que la institución universitaria tiene adquiridas con la sociedad, una sociedad que la envuelve, que a veces llega a rozar los muros de sus recintos, en bastantes ocasiones centenarios, y tantas otras ve negadas sus aspiraciones de establecer contacto con los saberes que a buen seguro se encierran en sus dependencias casi siempre rendidas a los resultados académicos en sus más diversas acepciones. Ninguna universidad, y la de Valencia no es una excepción en ello, está al margen de esa realidad poco satisfactoria. Todo es cuestión de mirar hacia un sitio u otro, y en ese cruce de posibilidades surgen más miradas hacia dentro que hacia fuera. Es así. Al menos, creemos que es así. Otra cosa es que esa situación quede reflejada en los puntos suspensivos eternamente pendientes de resolución y otra, como es el caso de la Universitat de València, que hayamos mostrado, desde hace ya bastante tiempo, señales más que elocuentes de ponernos al día para equilibrar aquellas cuentas pendientes que les indicaba anteriormente.

No es fácil atajar quinientos años de ensimismamiento intelectual que, eso sí, ha alcanzado larguísimas cotas de reconocimiento incluso universal. Pero teníamos que hacerlo, teníamos que intentar acercarnos a lo que la gente nos reclama. No hablamos de una estúpida vocación de servicio (en el sentido que lo decía Robert Musil en un artículo reproducido no hace mucho por L'Espill) sino de una imprescindible toma de postura a favor del compromiso. Lo que sucede en la calle nos pertenece igual que lo que se suscita en la universidad es propiedad inviolable de quienes nos exigen que no andemos lejos de sus necesidades. Los estatutos de nuestra institución así lo reconocen: que no miremos desde la lejanía los conflictos sociales, que estemos al tanto de lo que esos conflictos nos demandan, que no nos escabullamos cuando alguien nos pregunta qué hay que hacer para que el mundo sea mejor de lo que es, sea cual sea el momento de la historia que se esté viviendo.

Por eso la Universitat de València lleva ya muchos años trabajando ese compromiso, estableciendo territorios para el debate y la reflexión alrededor de lo que pasa, proponiendo que las dependencias universitarias no estén limitadas por los propios intereses de la institución, sino un espacio que se enriquecerá según progresen las corrientes de opinión que lleguen desde fuera. No hay una sola de esas dependencias que haya hurtado el compromiso cultural que repongo en estas líneas: todas las Escuelas y Facultades, los Colegios Mayores Lluís Vives y Rector Peset, o el edificio felizmente rehabilitado de La Nau. Si en esta ciudad ha habido asuntos urgentes que buscaban espacios públicos para la discusión, para la reflexión, ahí ha estado nuestra universidad. Nunca hurtó ninguno de ellos, antes bien, puso a disposición de esa discusión sus mejores sitios, los proyectos más sólidos y las personas que mejor podían avalar la dignidad intelectual de los debates. También, muchas veces, fuimos nosotros, desde dentro, desde la institución, quienes intuimos la oportunidad de no dejar pasar enfoques encontrados sobre cuestiones que contemplaban a priori difíciles acuerdos, y establecimos sobre ellas una reflexión sin ataduras, compleja como complejo es todo acercamiento a una realidad tan plural como puntos de vista inciden sobre ella, necesaria en la medida en que si una institución no se abre a sí misma las venas del debate interno es como si agonizara, como si se estuviera muriendo poco a poco y sin remedio.

Naturalmente después de la celebración de la efemérides de Cinc Segles de la creación de la Universitat de Valencia, el proyecto cultural había que volver a tomarle el pulso, dimensionarlo oportunamente, atendiendo a las principales líneas marcadas desde el seno de la institución. Por ello era necesario continuar con el acercamiento y colaboración tanto con las entidades públicas como con las privadas que se aproximaron a nuestro espacio. Y reforzar el papel de la Fundación General y de sus patronatos como una fórmula clara de tomar el pulso a la realidad social.

Pero no está todo el camino andado. Ni siquiera, a lo mejor, el más ligero de sus tramos. La Universitat de València, hablamos al menos desde la parcela que nos compete, no cerrará nunca sus puertas a lo que venga de fuera. Siempre se nos encontrará ahí, asumiendo iniciativas, en el centro mismo de la búsqueda de soluciones, en el convencimiento de que la cultura o rompe las rigideces del pensamiento único (o cualquier otro que promueva seguridades en vez de riesgos o incertezas) y reconoce los intereses de la colectividad o se convertirá en algo inerte, sin vida en su interior. Nada de lo que pasa nos es ajeno. Y hemos de conseguir que se nos vea como algo vivo y no con esa mirada de sospecha que nos convierte en una de esas estatuas brillantes que imitan, en los parques, personajes de la historia o de la literatura.

Volvamos al principio. La cultura en la Universitat de València no es sólo la cuota obligada para completar un más que extraordinario cartel de resultados académicos que nos enorgullece. Es una apuesta seria, rigurosa, absolutamente imprescindible, de no faltar nunca en los territorios de la reflexión conjunta que la sociedad nos reclama para sentirse menos sola, más segura de sí misma, al margen de los avatares políticos. Ahí nos encontramos, en ese punto. Y para lo que haga falta.

Rafael Gil Salinas es vicerrector de Cultura Universitat de València

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