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Reportaje:

Las siete vidas de Tony Blair

Irak, el euro y los servicios públicos minan la credibilidad de un primer ministro que no tiene rival en la oposición

Tony Blair ha vivido una de esas semanas terribles en las que todo parece temblar bajo sus pies. Otra vez, como en tantas ocasiones, el primer ministro británico ha salvado los muebles con holgura y ha demostrado que, como los gatos, tiene siete vidas. Pero esta vez ha quedado un regusto amargo, un aroma de duda que no ha desaparecido con un simple voto en los Comunes. La idea de que ha podido mentir para ganar la batalla de la opinión pública sobre Irak puede marcar un giro en su credibilidad y quizá marcar el inicio de su declive.

El primer ministro está más que acostumbrado a las tormentas políticas. Su carisma, su oratoria, el formidable aparato de propaganda que le arropa en Downing Street y la clamorosa debilidad del líder conservador, Iain Duncan Smith, le han convertido en imbatible. Pero esta crisis parece haber afectado a una de las claves de su éxito político: su capacidad de persuasión. Los británicos siempre acaban creyendo a Tony Blair. Pero ese principio ha empezado a tambalearse ahora, cuando el Gobierno ha sido acusado de manipular las informaciones de los servicios secretos para magnificar el peligro que suponía Sadam Husein y superar así la reticencia de los británicos a ir a la guerra.

Los británicos siempre acaban creyendo a Blair, pero ese principio ha empezado a tambalearse
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Pese a la dureza y el tono agrio vivido el miércoles en los Comunes, Blair superó una votación de la Cámara por un margen de casi 100 votos y la oposición de sólo 11 laboristas. La mansedumbre de los rebeldes en un asunto capital para ellos prueba que el partido se ha tomado muy en serio las acusaciones contra Blair porque pueden acabar minando la credibilidad del primer ministro y del laborismo cuando la legislatura se encamina ya hacia las elecciones generales de 2005. Nadie cree que los conservadores sean una alternativa de poder, pero los sondeos marcan un cambio de tendencia y algunos comentaristas se preguntan si no está llegando Blair a ese punto de no retorno que todos los políticos alcanzan inevitablemente cuando pierden la confianza del público. Para Margaret Thatcher fue la poll

tax, para John Major el miércoles negro que expulsó a la libra del Sistema Monetario Europeo (SME). Para Felipe González, el GAL y la corrupción.

The Economist publica esta semana una terrible portada con el título "Bliar?", un mordaz juego de palabras entre Blair y "liar" (mentiroso). Y subraya que las acusaciones contra el jefe del Gobierno refuerzan la hostilidad de quienes se opusieron a la guerra y aumentan el desasosiego de quienes resolvieron sus dudas creyendo sus palabras. Las informaciones de que el Pentágono sabía desde septiembre del año pasado que no había "información fiable" para probar que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva no son precisamente una ayuda para Tony Blair.

El primer ministro cuenta con la ventaja de no tener rival. El líder conservador, Iain Duncan Smith, demostró esta misma semana sus límites y acabó siendo arrasado por la vehemencia de Blair en los Comunes. El ministro del Tesoro, Gordon Brown, eterno aspirante a mudarse del 11 al 10 de Downing Street, parece haber pactado una larga tregua con el primer ministro: a cambio de su apoyo a Blair durante la guerra, éste ha aceptado que el referéndum del euro se retrase una vez más.

Sin embargo, ése es otro punto que puede debilitar al primer ministro. Mientras el gran público puede perder su fe en él -si llega a la convicción de que ha mentido-, la influyente élite proeuropea, que marca a menudo el debate intelectual y la toma de decisiones en el mundo de la empresa, también está perdiendo su fe en el muy proclamado pero poco ejercido europeísmo del líder laborista. Por no hablar de la merma de la influencia británica en Bruselas o la reducción de la inversión extranjera que llegaba al país dando por sentado que la economía británica se integraría en la zona euro. Blair demostró su europeísmo al llegar al poder en 1997. Firmó el Capítulo Social del Tratado de Maastricht, lanzó la iniciativa de Defensa Europea junto a Francia y, sobre todo, acabó con la hostilidad verbal de los tories hacia Europa. Pero poco más.

En el conflicto de Irak, Blair quiso hacer de puente entre Estados Unidos y Europa y acabó convirtiéndose en el mejor aliado del presidente estadounidense, George W. Bush. La socorrida relación especial entre Washington y Londres quizá explique en parte esa elección, o el simple hecho de que Blair prefiriera genuinamente la acción militar en detrimento de las inspecciones de Naciones Unidas. Pero eso no cambia el hecho de que se ha alineado con Estados Unidos, no con Europa.

En la Convención Europea la posición de Londres es discreta. Pero, a pesar de la bronca euroescéptica por la Constitución Europea, tras las buenas formas del laborismo subyace la misma posición de fondo de los tories: la misma defensa de la Europa de los Estados, las mismas reticencias a la integración, el puro y duro pragmatismo que llevó a Margaret Thatcher a firmar el Acta Única y a John Major a defender el Tratado de Maastricht.

Con el euro pasa algo parecido. Por las razones que sean, muchas de ellas llenas de sentido común, el Reino Unido no está en disposición de integrarse en el euro tras seis años de laborismo. Así lo anunciará mañana lunes el ministro del Tesoro, Gordon Brown, arropando esa decisión con todo tipo de cánticos pro europeos y promesas de futuro. Pero, al margen de las razones técnicas que puedan apoyar la decisión del Gobierno, para los europeístas del Reino Unido supone una enorme decepción y, sobre todo, revela que los laboristas han hecho muy poco, nada, para entrar en el euro. En la práctica han seguido la misma táctica de "esperar y ver" que implantó Major como doctrina oficial de los tories para cerrar el debate interno sobre la moneda europea.

Pero el mayor problema de Blair no es ni Europa ni Irak, sino el patético estado de los servicios públicos. Por muchos millones que el Gobierno quiera inyectar en el sistema de salud, las escuelas o el transporte, la percepción de que las cosas funcionan mejor -si es que de verdad funcionan mejor- necesita mucho tiempo para calar. De momento las encuestas apuntan más bien lo contrario: menos de un tercio de los votantes cree que los laboristas están salvando la sanidad o la educación. Pero la gran fortuna de Blair es que creen que los tories aún lo harían peor.

El primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, habla ante las tropas británicas estacionadas en Basora (Irak) el pasado 29 de mayo.
El primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, habla ante las tropas británicas estacionadas en Basora (Irak) el pasado 29 de mayo.ASSOCIATED PRESS

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