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Entrevista:REINER STACH | Biógrafo de Kafka | 62ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

"Kafka era un neurótico, pero tenía una estrategia"

El escritor alemán Reiner Stach cuenta que se enamoró de "la intensidad, la perfección y la autenticidad" de los textos de Franz Kafka cuando tenía 25 años. Hoy tiene casi el doble, ha escrito y leído millones de palabras sobre él y no ha perdido una pizca de esa fascinación. Más aún: Stach es el biógrafo de Kafka, y pasará a la historia por eso. De momento, ha venido a Madrid para presentar (hoy firma, de 19.00 a 21.00, en la caseta 189) el primero de los tres volúmenes de esa biografía monumental, que cubre desde 1910 a 1915, la etapa más creativa del autor de El proceso. Se titula Los años de las decisiones (Siglo XXI España), lo ha traducido Carlos Fortea y es un auténtico lujo: la pluma de Stach no es, como suele pasar, sólo una pálida sombra de la del autor al que analiza, y su narración novelística combina inteligencia, emoción, sabiduría y sabor. Su idea es que Kafka fue tan grande y tan fuerte que anticipó los males psíquicos del hombre moderno: "Sufrió neurosis y depresiones, y a la vez se recetó y se curó escribiendo. Eso le calmaba y le hacía feliz, pero lo cierto es que la desproporción entre esfuerzo y resultado fue casi estrafalaria: vivió 40 años y 11 meses y sólo acabó 350 páginas; el resto, 3.400, quedó sin terminar".

"¿Fragilidad? Fue una fuerza de la naturaleza dedicada a sacar visiones geniales"
"Lo kafkiano estaba en sus textos, no en su vida. Pero bajo su máscara dulce era impenetrable"
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Pregunta. Dice en la presentación que el biógrafo de Kafka corre el riesgo de parecer banal porque su escritura surgía de un abismo interior. Y añade que es conveniente tener empatía y ser neurótico, judío, inteligente y frío. ¿No son demasiadas condiciones?

Respuesta. Sí, parece que la única forma de poder escribir su biografía es ser él, ¿verdad?

P. Pero aquí está: 700 páginas. ¿Cree que él estaría contento?

R. Bueno, habría sabido algunas cosas de la familia de su prometida Felice Bauer que le habrían ayudado a tener menos culpa por no haberse casado. No sé si le habría gustado

todo, pero sé que una cosa sí: él no daba gran valor a la psicología, creía que llamar neurótico o paranoico a alguien era sólo una etiqueta, y decía que el psicoanálisis era sólo la imagen especular del manuscrito de las personas: enseña las palabras, pero no explica el texto porque está al revés. Quizá le hubiera gustado eso, que el libro trata la doble complejidad de su mundo, sus dos grandes presiones: la interior y la exterior.

P. Su doble pesadilla.

R. Lo kafkiano está en sus textos, no en su vida.

Y la biografía tiene ese filtro inevitable, esa carencia: cuando uno es feliz no necesita escribir, y Kafka sólo escribía en su diario si estaba deprimido. Pero también tuvo momentos felices, sabemos que en su vida normal no daba la impresión de estar atormentado. Era amable y sociable, aunque no, desde luego, transparente. Llevaba una máscara dulce, pero era impenetrable. Conscientemente, no dejaba que nadie viera su lado oscuro, ni sus amigos: su depresión era suya, y sólo la compartió con Felice Bauer, porque pensaba que si iba a vivir con ella, era justo que lo supiera.

P. La escritura y la vida.

R. Sin duda, sus fantasías más negativas y violentas están en sus textos y sus diarios. A veces tenía miedo de volverse loco, y no es raro. No es fácil aguantar esa intensidad y esa complejidad durante 24 horas. Debía ser insoportable.

P. Quizá por eso nunca escribió nada muy largo...

R. Nadie puede escribir 400 páginas seguidas tan perfectas, intensas y auténticas como sus cosas cortas. Y menos que nadie, él. Primero porque era un perfeccionista compulsivo que podía discutir horas sobre una coma. Y segundo, porque su arte consistía en dar forma a visiones y temores del inconsciente, a cosas incontrolables, y en eso se parece a los surrealistas. Pero a veces tenía sueños tan terribles que no podía ni llevarlos al papel, como el de la máquina que le cortaba en rodajas como a una salchicha. Lo terrible es que la realidad de la guerra ha superado después todas esas fantasías.

P. Así que no era sólo un hombre y su tiempo, sino el hombre y su futuro.

R. Claro, el problema es distinguir en su obra lo subjetivo de lo objetivo: ¿Qué son las infinitas instancias de El proceso? ¿Sus demonios personales? ¿O sus demonios políticos, un ataque a la burocracia? No busquemos culpas individuales, sino compartidas: su padre es autoritario, pero él es hipersensible. Su padre está sentado delante de él y al mismo tiempo en su cogote. Ése es su habitual doble sentido: no sabemos si lo que ocurre ocurre dentro o fuera. La puerta de su dormitorio da al juzgado.

P. La esquizofrenia moderna: miedo dentro y miedo fuera.

R. Más que prever el dolor que supondrá la máquina, lo siente; y así anticipa lo que será la automoción, el ritmo y la violencia de la sociedad industrializada... Por una parte lo inventa, y por otra lo vive: recordemos que trabajaba en seguros por accidentes de trabajo. Bauer vendía dictáfonos, y él protestaba diciéndole que las secretarias no dejarían jamás de trabajar, que sus jefes podrían dictar las 24 horas, mandarles trabajo a casa...

P. Usted dice que Kafka fue a la vez genio y fracaso porque no acabó una sola novela larga. Pero, visto así, su obra parece también una metáfora, un aviso: no tenemos tiempo...

R. El proceso es un fragmento en el que cabe un cosmos. Y es evidente que su influencia no es igual que la del Ulises de Joyce, la de la obra acabada: lo importante en él es la atmósfera, las imágenes, las ruinas. Y lo que más se parece a eso es el sueño: sin recordarlo del todo, produce una impresión terrible, asusta. Por eso sus obras largas estaban destinadas a morir. Y lo bonito es que sólo la literatura aguanta eso. Si habláramos de un pintor de seis cuadros sin acabar nos reiríamos de él.

P. ¿Así que debemos estar agradecidos a Max Brod por no haber destruido todo lo que no acabó?

R. Brod era menos perfeccionista que Kafka. Le decía: "Si no acabas El proceso lo acabo yo". Afortunadamente, no le obedeció; es verdad que le mandó destruir todo, pero también es cierto que corrigió cosas hasta el último día, y que quemó él mismo muchas cosas que no tenía esperanza de acabar. Había cierto grado de juego en su petición: conservó todo lo que pensaba que podría terminar antes de morir. Es trágico el poder que tenía en él el perfeccionismo.

P. Kafka parece el clímax de la contradicción.

Vegetariano, poco activo sexualmente, solterón, neurótico, y a la vez tan fuerte como para pasar a la historia...

R. Ésa es la clave del libro. Llegó a la estabilidad a través de la reducción: comía poco y sano, no fumaba, no tomaba café, hacía deporte, bebía mucha agua, era un asceta. Tenía una estrategia y mucha fortaleza: sufría una angustia impresionante, pero era capaz de manejarla solo. ¡Hoy vamos todos al psiquiatra! A pesar de la neurosis y las circunstancias creó una obra genial. No veo ninguna fragilidad en eso. Fue una fuerza de la naturaleza dedicada a sacar imágenes geniales de su interior. Y si no se casó ni tuvo hijos fue porque eso iba contra su idea de simplicidad. Durante su vida, contó casi cien veces la anécdota de Flaubert: siempre decía "yo soy literatura", pero un día visitó a una mujer que tenía cinco hijos y se echó a llorar. Ése fue su problema.

P. Empezó la biografía por 1910 porque lo crucial del periodo previo está en el legado de Brod. ¿Finalmente le dejan verlo?

R. Ahora voy a Tel-Aviv a ver a su familia. Su heredera tiene 97 años y dos hijas. Sería bueno que alguien de confianza pudiera verlo antes de que muera la madre, porque si no el legado se dividirá. Pero hay cartas de amor y cosas así que no quieren dejar ver. Y me temo que yo no soy esa persona.

Reiner Stach, ayer en Madrid.
Reiner Stach, ayer en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ

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