"Ellos sólo son ocho; nosotros, millones"
Hasta en el madrugón de los antiglobalizadores hay diferencias. Los que optan por intentar parar la cumbre y enfrentarse a la policía renuncian a casi todo. Incluso al concierto de Manu Chao. A las tres de la mañana ya pasaban los organizadores de los bloqueos de carreteras por las tiendas de campaña de Annemasse animando a formar un ejército. Pero la batalla a campo abierto es para los profesionales. La masa optó por el plan habitual: charlas, debates, concierto y, al fin, la gran manifestación.
Nada es fácil en estas protestas. Todo supone esfuerzo y autogestión, porque las autoridades no ponen ni siquiera transporte. Pero la marcha de ayer, 10 kilómetros a pleno sol en medio de pueblos desiertos, fue una prueba de resistencia. Superada con música, gritos de ánimo -el más oído, "ellos sólo son ocho; nosotros, millones"- y el apoyo de unos pocos vecinos, que desde sus casas regaban a los jóvenes.
Había gritos en todos los idiomas, pero algunos son comunes: "Anticapitalismo", "Terroristas", "One solution: revolution", y todos los insultos posibles contra George W. Bush. Un nutrido grupo de españoles llevó hasta Annemasse el "Nunca máis".
La policía, concentrada en reprimir los bloqueos, ni apareció. Tampoco hizo falta, porque miles de personas desfilaban con aire de fiesta. Ni siquiera se vieron agentes al cruzar la frontera con Suiza por un puesto fantasma.
Cada pequeño grupo tiene una pancarta. Cada persona, una camiseta con un lema. Cada uno hace su protesta. Desde los ecologistas hasta los manifestantes argentinos, con su propio lema: "¡Que se vayan todos!". Sólo hay un consenso: "No a la guerra, no al G-8".
La aduana abandonada se transformó en espacio de concentraciones. Un gran speakers corner en el que se hablaba de transgénicos, de sida, de pensiones... También se mezclaban los símbolos antiguos -como el Che Guevara o Mao- con otros más modernos, como el del grupo contra los flujos especulativos de capital Attac.
Al final, agotado, y con 12 horas de autobús por delante para llegar directamente al trabajo, un manifestante español ironizaba: "Qué duro es ser antiglobalización".
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