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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK | La situación en el Norte

Halabha no olvida

La ciudad kurda bombardeada con armas químicas aprende a vivir sin el miedo a Sadam

Jorge Marirrodriga

El 16 de marzo de 1988, poco después de las nueve de la mañana, cuatro aviones procedentes del interior de Irak dejaron caer varias bombas cargadas de sustancias químicas sobre la localidad kurda de Halabha, de 50.000 habitantes y ocupada por Irán. Apenas minutos después, los cadáveres de 5.000 personas se esparcían por las calles de la ciudad. Otras 5.000 sufrieron secuelas irreversibles. EE UU esgrimió este ataque como ejemplo de que Sadam Husein era capaz de usar armas químicas contra sus propios compatriotas. Quince años después, los vecinos de la ciudad, situada a los pies de unas montañas fronterizas con Irán y rodeada de prados, celebran la caída de Sadam.

"Todos esperábamos su caída, no podía seguir para siempre en el poder. Ahora ya forma parte del pasado y lo que hay que hacer es mirar hacia el futuro", opina Ahmed Karim, de 44 años, pediatra en un hospital de la ciudad, que asegura que no hay malformaciones congénitas en los niños nacidos tras el ataque. "Eso sí, nos falta de todo. Los años del embargo han sido muy duros y nos los podíamos haber ahorrado, porque los americanos debían haber acabado con Sadam en 1991", añade.

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Tajbin Alí Faraj, un empresario local, tenía 15 años cuando se produjo el ataque químico. "Los iraquíes comenzaron a bombardear por la mañana en la periferia. Las bombas sonaban muy fuertes y la tierra temblaba, pero tras un rato comenzaron a sonar unas explosiones muy débiles y nos alegramos porque pensamos que se estaban alejando. Lo extraño era que los aviones seguían sonando demasiado cerca". Cuatro aviones iraquíes habían dejado caer bombas con carga química en el centro de la ciudad, matando a los pocos segundos a miles de personas.

La voz de lo que ocurría corrió como la pólvora. "Alguien vino a casa y nos dijo que saliéramos corriendo de la ciudad porque la gente estaba muriendo. Mi padre y dos de mis hermanas cayeron inconscientes y los demás empezamos a sentirnos mal. Cogimos un todoterreno, nos metimos 13 personas y salimos hacia las montañas". Faraj nunca olvidará lo que vio por las estrechas calles de la localidad. "En algunas partes había gente muerta cruzada sobre el asfalto, parecía una alfombra humana. Estábamos cada vez peor. Simplemente no podíamos bajar a apartarlos y pasamos directamente por encima de ellos". En medio de un caos de coches que pugnaban por salir de Halabha no pararon hasta llegar a la frontera iraquí. "Era una pesadilla, pensábamos que mi hermana había muerto, pero al poco tiempo volvió en sí". La ciudad quedó vacía a excepción de los soldados iraníes que la ocupaban y que estaban protegidos contra el ataque. Los iraníes se retiraron en agosto de ese mismo año y, lentamente, la gente volvió. "Nosotros tardamos en regresar tres años".

A pesar de que las calles atestadas de gente paseando y el bullicioso mercado semanal crean la imagen de una localidad de las que suelen ser catalogadas como "donde nunca pasa nada", la tragedia de 1988 está presente constantemente en las conversaciones. "Aunque en los colegios no hablamos de ello, todos los niños conocen la historia, sus padres se la han contado", indica Kamer Husein, de 41 años, profesor en una escuela secundaria. Todos los años se cuelgan las fotos de las víctimas por la ciudad en el aniversario del ataque. Para Husein ha llegado la hora de que Halabha deje de estar marcada por la tragedia del bombardeo. "Queremos recordar pero no mirar siempre hacia atrás, yo quisiera un Kurdistán independiente pero soy realista, con un Irak unido estaremos mejor. No podemos perder por una bandera lo logrado en 10 años de autonomía".

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Una familia kurda se concentra cerca de la fosa común donde están enterradas parte de las víctimas de Halabha.
Una familia kurda se concentra cerca de la fosa común donde están enterradas parte de las víctimas de Halabha.AP

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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