Guerra fría y desarraigo
Una foto de familia, una niña pequeña y dos adultos, cierra esta La pesadilla de Susi; antes, en los primeros créditos, se advertía que la película se basaba "en una historia real". Una historia de guerra fría, de familias desunidas por una emigración clandestina, y sus consecuencias: para poder escapar de la Hungría estalinista, una joven pareja (Kinsky y Goldwyn) se ve forzada por las circunstancias a hacerlo sólo con su hija mayor, mientras la pequeña, que se queda en el país y no tiene siquiera un año, será criada hasta los seis por una gentil familia de campesinos. Para cuando se produzca la reunificación del núcleo familiar, pasada la mitad de los cincuenta, todo parecerá cerrarse. Y sin embargo, sólo entonces comienza el verdadero drama.
LA PESADILLA DE SUSI
Directora: Eva Gardos. Intérpretes: Nastassja Kinski, Scarlett Johansson, Tony Goldwyn, Mae Wittman, Raffaela Bensági, Agi Bánfalvy. Género: drama, EE UU-Hungría, 2001. Duración: 100 minutos.
Peripecia seguramente autobiográfica -la vida de la propia directora, Eva Gardos, una profesional formada en EE UU, donde fue sobre todo montadora, aunque no le hizo ascos a otros cometidos-, La pesadilla de Susi resulta un sólido drama, nada maniqueo aunque no falten brindis por "el mejor país del mundo, los EE UU", o denuncias de la brutalidad estalinista. Y lo es porque, lejos de contar una vulgar historia de enfrentamientos madre / hija (Kinsky, espléndida, y Johansson, convincente como rebelde adolescente de los sesenta), la película ahonda en el drama íntimo de quien descubre que lo que tiene no le gusta, y suspira (es el caso de la hija) por un país del que la sacaron y al que sueña con regresar.
Con un ritmo pausado, considerablemente lejano al de una película americana de las que se adscriben al últimamente concurrido subgénero del enfrentamiento madre / hija, Gardos narra con contención una historia difícil, áspera e infrecuente, y muestra con contenida emoción el insalvable desarraigo de quien ha sufrido la emigración. Y aunque se le va la mano en un final demasiado rosa, lo que queda en pie es una narración bien templada, una historia íntima contada con un tono adulto, una modesta lección de cómo hablar de cosas que importan sin tratar de llevar al espectador al lagrimón fácil y a la empatía de manual.
Babelia
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