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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La pandilla basura

Bueno, ¿no era Baudelaire quien decía que las perlas líricas hay que buscarlas entre la basura? A la poesía literaria, la cultura popular le contrapone la poesía de la vida. No hay una cultura basura, pero sí un basurero donde la cultura académica acumula todo lo que no acepta. Charles Fort ya lo había visto a inicios del siglo XX y así lo expuso en su emocionante Libro de los condenados. Allí se daban cita algunos de los fenómenos excluidos por la ciencia, desde las lluvias de monedas hasta la existencia de un supermar de los Sargazos por encima de nuestras cabezas. La cultura popular es cultura de basurero, pero está viva, y la cultura académica es cultura de promoción y diploma. La cultura popular puede entrar en un museo y estarse unos días aguantándose la risa. Dalí soñó con abarrotar los museos de objetos inútiles hasta que no quedase más remedio que emplazarlos en los desiertos. La cultura, cuanto más inútil, mejor. No es un bien de consumo, sino uno de los caminos del ser humano en su quimérica búsqueda del placer. Lo bueno de la cultura popular es que proporciona mucho placer. La cultura popular no es la Pantoja cantando en el teatro del Liceo de Barcelona, eso es una engañifa. Mil veces mejor, una sesión de cantos tiroleses a bordo de las golondrinas. La imagen de lo que tiene de subversivo la cultura popular es la de un niño en una clase de literatura que lee Mortadelo bajo el pupitre. Por eso acaban los tebeos en los basureros. Los marionetistas, por poner otro ejemplo, son la cultura popular de los teatros nacionales. Como coleccionista que soy de la revista Tp (el Teleprograma, vamos), suelo abandonarme tardes enteras a su lectura. Allí se pueden ver todavía las marionetas de Juan Sin Miedo, cuyo creador, por cierto, escribió un libro de título formidable: Manual de la

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La belleza de los mitos del mal gusto

risa, por Manuel de la Rosa.

Tamara, Posesión infernal, el tema ovni, Los Chiripitifláuticos, el "pasa, pasa, pasa" de Juan Tamariz... Todo eso nos hace felices. Los banderines con vistas de Zaragoza, el llavero de Naranjito, la hucha Heidi que salía la mano de un esqueleto y agarraba la moneda, el burrito que ofrece cigarrillos por los cuartos traseros... El delirio es otra forma de conocimiento, esto ya lo decían los surrealistas. El Antiguo Testamento, Rabelais y Cervantes, nada sería de la cultura académica sin la cultura popular. Pero pasa por delante de sus narices y, en vez de tirarse a ella para devorarla hasta la hartura, como haría Carpanta ante un pollo asado, o como hizo Gloria Fuertes en su poesía, la arroja al cubo de los desperdicios.

En los años ochenta, una colección de cromos escandalizó a los padres de España, y de otros países de Europa, porque salían niños en forma de inodoro (Inodoro Telesforo), electrocutados (Qué

descarga, Leonarda), etcétera. Eran los cromos de la Pandilla Basura, que anunciaban que algún día los chicos de esa fenomenal pandilla llamaríamos a los timbres de los museos y saldríamos por piernas antes de que alguien abriese la puerta (¡corre, Jordi Costa, corre!).

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