Eduardo Zaplana
Ciertos sectores de la izquierda valenciana consideran que democracia es que ellos mismos siempre ganen las elecciones. Se sienten poseídos por una particular legitimidad histórica e ideológica que los hace vencedores naturales en cualquier confrontación electoral. En su propia opinión, si no gobiernan sus partidos es inevitable que se produzca un retroceso en el respeto a las libertades, ya que todo lo que no sea vieja izquierda y nacionalismo de los 70 es carcundia e incultura de barraqueta. Y, por eso, cuando pierden en las urnas, siempre buscan una razón que explique semejante anomalía del sistema. Tienden a no aceptar los resultados adversos y en todo menosprecian a sus rivales.
No perdonan a Zaplana. Porque ha demostrado que las políticas sociales no son patrimonio exclusivo de nadie; que se puede ser valencianista dignamente y sin complejos; que nuestra Comunidad alberga ambiciones mayores que la de comparsa del vecino; que el tiempo histórico pasa deprisa y que la intransigencia política a veces es puro conformismo, pánico ante los cambios; que las elecciones las gana el mejor candidato y no el que se cree mejor. Zaplana es el político valenciano más influyente desde la transición y a muchos se les parte el alma sólo con pensarlo, siguen fingiendo que no lo saben.
Me consta que Pla tiene la campaña de Zaplana del 95 como modelo de la suya y hace bien. Perderá igual, pero al menos, cuando Zaplana y Camps lo celebren, será el primero que entenderá por qué.
Esteban González Pons es portavoz del Grupo Parlamentario del PP en el Senado.
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