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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Espantada de Menem

Argentina no se merecía que Carlos Menem, su presidente entre 1989 y 1999, la despreciara de ese modo. Su renuncia, cuatro días antes de los comicios, a disputarle la segunda vuelta de las presidenciales al también peronista Néstor Kirchner no es sólo un acto de cobardía y egoísmo ante una derrota cantada y humillante, sino, ante todo, de irresponsabilidad política. La presidencia, ahora automática, de Kirchner, nace debilitada y con un déficit de legitimidad, que el propio Menem se ha encargado de subrayar al salir del juego rompiendo la baraja y sembrando dudas sobre la limpieza del proceso electoral. Nunca antes en la historia democrática de Argentina había llegado a la presidencia un candidato con apenas el 22% de los votos, resultado logrado por Kirchner en la primera vuelta. El nuevo presidente tendrá que intentar, con su gestión, conseguir una legitimidad de ejercicio que compense esa debilidad de partida. Porque además, durante meses, hasta las legislativas, tendrá que gobernar con el Congreso actual.

Menem ha dado un espectáculo propio de su estilo marrullero. Los supuestos años dorados en que estuvo al mando acabaron por llevar a Argentina a la catástrofe económica. Debió creer que el recuerdo de los primeros buenos momentos de su mandato le garantizaría la victoria, pero los argentinos también tienen presente que, mientras arreciaba la crisis, el ex presidente se retrataba jugando al golf en el extranjero. Menem fue el más votado en la primera vuelta, aunque el 24,5% obtenido era compatible con un amplísimo rechazo del resto de la población: los sondeos otorgaban a Kichner 30 puntos de ventaja para la segunda vuelta, convocada para el próximo domingo y ahora innecesaria, según el sistema que Menem exportó de Francia en 1994. Ahora se retira para que en su palmarés no figure una derrota electoral, y posiblemente pensando que así preserva el grupo de intereses en que se ha convertido el menemismo.

Kirchner pasa, pues, automáticamente a la presidencia. Pero en estas circunstancias, se convierte en un recambio a Duhalde -que tiene en su favor haber roto el nudo gordiano de la crisis financiera de 2001-, y aún no en la persona que ha de iniciar una refundación económica y política, desde la democracia. Los votos muestran que el marchamo peronista aún funciona. Tanto que bajo esa bandera se presentaron en la primera vuelta tres candidatos que representan intereses diversos. Desaparecido el radicalismo, para salir del marasmo actual, el país no tiene otro remedio que regenerar su tejido político, con un cambio de políticas, pero también generacional y de personal político. Porque el fuerte anclaje de las oligarquías caciquiles cierra los horizontes de una Argentina que no ha de llorar este mutis de Menem realmente a la altura del personaje.

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