La lucha por la lejanía
La Seu, el aeropuerto. Alturas del castillo, hoy exquisito hotel. El final idóneo de las antiguas fortalezas militares es adherirse a la cadena Relais & Châteaux. Visión de la montaña de Ensiura. La cumbre de la montaña cortada a cuchillo para instalar allí el aeropuerto. La mandó cortar hace 25 años un hombre de negocios, bien colocado en Madrid. El casino. El hombre había conseguido del entonces presidente, Adolfo Suárez, la promesa de que se autorizaría la apertura. Evoluciones de lo prohibido en el imaginario franquista: masones, rojos, separatistas, pornógrafos y jugadores. El PCE, que se autorizó antes que la ruleta. El aeropuerto era imprescindible para poner en marcha la ruleta. Con el permiso oral del presidente, el hombre de negocios se puso a rebañar la montaña. Hasta que la tarde en que entró Tejero en las Cortes se fue a hacer puñetas el casino. Vino otro Gobierno y no asumió el compromiso. Para que la literatura revisionista minimice las consecuencias del 23 de febrero.
El aeropuerto de La Seu se abrió para atraer clientes a un casino nunca construido
Yo no quiero pensar en los curas, pero pienso. Entonces en el seminario de La Seu (con capacidad para medio millar de novicios) no estudiaban cinco como ahora. El aeropuerto se abrió. Dado que no había ruleta, la pregunta era para qué. Algunos problemas. Las maniobras de aproximación debían hacerse visualmente. Las condiciones meteorológicas no eran siempre las indicadas. Se sabe que algunos pilotos eran muy exigentes con las condiciones meteorológicas. Ante la perspectiva de pasar una noche en La Seu (¡sin casino!), metían el morro para Barcelona. O sea que cerraron el aeropuerto.
Dentro de tres años estará otra vez funcionando. Los nuevos ingenios evitarán la necesidad de la aproximación visual. La evolución de la aviación regional garantiza el funcionamiento de las líneas. También la evolución y mejora en el concepto de ocio de los pilotos. El esquí, la nieve, las montañas. Decía Josep Maria de Sagarra respirando a pleno pulmón: "No hi ha res com les muntanyes!". Con el aeropuerto se ayudará a la resolución del único problema de La Seu. Cuesta llegar.
Pero es preciso llegar. Penetraciones en la ciudad. Austera y delicada. La arquitectura moderna. La incrustración de la biblioteca entre los arcos góticos de la antigua iglesia de Sant Agustí. El pabellón de deportes de Enric Soria: ¡qué indecencia que allí se sude! Las casas de Lluís Cantallops para la joven burguesía. El alcalde Joan Ganyet es arquitecto, sobrará decirlo. Un claro ejemplo de vocación realizada a través de los otros. Cuarenta y siete años. Más de veinticinco dedicado a la política. Alcalde desde 1983. Completamente integrado en el paisaje. Los vecinos lo contemplan (y lo usan) como hacen con los parques fluviales o con los pórticos medievales de la calle Major. Me acompaña hasta el claustro sobre el río Valira. Un lugar solitario y pacífico. La mejor obra de Luis Racionero. En los capiteles, Franco, Stalin y Marilyn Monroe. Demonios donde se consume el hombre. Los capiteles dieron lugar a la polémica más analfabeta (¡y ya es difícil!) de la Cataluña moderna. Varias esculturas tienen la cara deshecha. No ha sido el tiempo.
Ganyet en el restaurante de una inglesa muy bella. Contento de verla. La política. Ilustraciones didácticas. Entre Andorra y La Seu hay apenas 12 kilómetros. Andorra es una ciudad muy potente, asfixiada. Algunos andorranos vienen a La Seu. Respiran y se vuelven. Si La Seu hubiese crecido en la dirección andorrana, habría acabado de suburbio. Hace años le propusieron a Ganyet una promoción muy importante de viviendas. Iba a servir para acoger a unos cuantos miles de los ciudadanos portugueses que trabajan en Andorra a bajo precio. La magnitud económica de la operación era notable. Las presiones también. El alcalde dijo que no. La política. Absortos en el globalismo, es difícil identificar la contundencia de determinadas decisiones que afectan para siempre e intensamente a la vida de muchas generaciones. Se puede decidir. Es extraño, se puede. El gobierno de La Seu tiene poco interés en el crecimiento. Ni crecer ni mucho menos multiplicarse. Sólo aprovechar el intersticio en que le ha colocado el azar de la geografía y la historia. La calidad profunda y moderna de su vida.
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