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Crítica:COMER
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ensalada de mango y música en directo

GILDA, un nuevo restaurante de moda en el centro de Madrid

José Carlos Capel

Para ver y dejarse ver no hay muchos lugares mejores en estos momentos en Madrid. El nuevo Gilda, el más sonado de los restaurantes de moda de la ciudad, sería otro enclave de vida presuntamente efímera si no fuera porque, a pesar de sus frívolas señas de identidad, ofrece una cocina seria.

Donde antes fracasó un mediocre bistrot se abre ahora un espacio umbrío que, tras la reconversión, recuerda los lujosos tugurios de jazz neoyorquinos o los famosos bares de los años veinte. Sus principales claves estéticas y funcionales sacan al visitante de dudas: las mesas, excesivamente juntas, casi obligan a participar en conversaciones ajenas; el servicio, desastroso, sin otro mérito que su amable voluntarismo, se mueve con dificultades entre estrecheces angustiosas, mientras que la iluminación, perfecta, montada con tubos de neón y halógenos dicroicos, realza la comida y disimula las arrugas femeninas.

GILDA

Jorge Juan, 8. Madrid. Teléfono: 914 31 85 88. Cierra domingos. Precio: entre 30 y 40 euros. Croquetas de chorizo, 9,40 euros. Arroz con alcachofas y mejillones, 10,50 euros. Solomillo de buey asado con patatas fritas, 14,70 euros. Tarta de manzana casera, 4,50 euros.

Pan ... 5

Café ... 6

Bodega ... 4

Ambiente ... 6

Servicio ... 4

Aseos ... 6

El joven Lander Beitia

Entre tantos condicionantes extragastronómicos resulta muy meritorio que la cocina consiga salir airosa. No en vano en la explotación comercial de Gilda participan dos restaurantes próximos: Matilda, simpático establecimiento del callejón de Puigcerdá, y Alkalde, tradicional restaurante vasco que ahora asesora Fernando Canales. Y detrás de este cocinero bilbaíno, su discípulo inmediato, el joven Lander Beitia, formado en los restaurantes Goizeko Kabi y Etxanobe de la capital vizcaína, último responsable culinario de la casa.

¿Qué se puede comer en un ambiente tan distendido? Platos aparentes y muy mediterráneos, que se elaboran con materias primas baratas e incluyen arroces, ensaladas, pastas, algunas carnes y poquísimos pescados, para no subir las facturas.

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Se puede empezar por las croquetas de chorizo (muy finas), el sabroso carpaccio de vaca (no de buey) al parmesano y por el revuelto de bacalao, jugoso, aunque demasiado salado. Están bien aliñadas las ensaladas de mango y la de rúcula con queso de cabra, y dan la talla el arroz con alcachofas y mejillones y el cuscús de verduras a la crema de ajo. Fallan las manitas de cerdo, impregnadas de ese tufillo propio de la casquería mal tratada, y resultan pobretones los chipirones (congelados), en compañía de un arroz de coliflor arrasado por el ajo.

A diario, la casa ofrece un menú -con un precio de 29,50 euros- sin ninguna ventaja: ni rota como debiera, ni resulta más económico que la carta.

Los martes y miércoles, el nuevo restaurante Gilda, en Madrid, acompaña la cena con música en directo.
Los martes y miércoles, el nuevo restaurante Gilda, en Madrid, acompaña la cena con música en directo.CLAUDIO ÁLVAREZ

BARRA, MÚSICA, POSTRES Y BODEGA

"GILDA, LUNCH & BAR", como reza su vistoso eslogan, se suma a la moda de los restaurantes dos-en-uno. Locales en los que el espacio destinado a bar tiene tanta importancia como los comedores que lo circundan. Desde las 12.00 hasta las 16.00, y luego entre las 20.30 y la medianoche, en las mesitas próximas a la barra se pueden degustar sándwiches, raciones de croquetas, jamón ibérico, queso manchego, anchoas y ensaladas. Cosas para compartir de manera desenfadada. Además, los martes y miércoles se cena con música en vivo, jazz y blues que interpreta un trío experimentado. Los fines de semana, el local se llena a rebosar y las conversaciones abruman con sus ensordecedores estruendos. Si no se dispone de reserva, conseguir mesa entonces se convierte en una misión difícil.

Donde la casa no pisa firme es en la oferta golosa. Una pobretona carta de postres compuesta por helados industriales y un puñado de dulces resultones, pero poco refinados, ratifican su voluntad de mantener las apariencias con escaso esfuerzo. Es agradable el helado de dulce de leche, correcto el de frambuesa y de gusto intenso el de violeta. Vulgar la tarta de manzana, que se monta con un hojaldre de medio pelo, y tan sólo correcto el biscuit de ciruela.

Otro punto negro es la lista de vinos, ridícula, extraña, desordenada y sin criterio. Relación en la que proporcionalmente abundan los vinos dulces, faltan muchos tintos españoles de relieve y, sin embargo, figuran desperdigados vinos italianos, franceses y americanos.

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Sobre la firma

José Carlos Capel
Economista. Crítico de EL PAÍS desde hace 34 años. Miembro de la Real Academia de Gastronomía y de varias cofradías gastronómicas españolas y europeas, incluida la de Gastrónomos Pobres. Fundador en 2003 del congreso de alta cocina Madrid Fusión. Tiene publicados 45 libros de literatura gastronómica. Cocina por afición, sobre todo los desayunos.

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