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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK | La situación en el sur

Una bomba en el patio del colegio

Un gran número de proyectiles que no explotaron durante la guerra amenazan la vida diaria de los habitantes de Basora

Guillermo Altares

La escuela primaria de la localidad de Granata, a una decena de kilómetros de Basora, fue arrasada durante los saqueos. No tiene luz, sólo funciona un grifo y los ladrones se llevaron hasta los enchufes. Pero eso no es lo más grave. Desde el sábado, 500 niños de entre 6 y 12 años acuden cada día a clase, entre las ocho y las once de la mañana, a pesar de que en el patio del colegio hay un misil sin explotar. El agujero, de un metro de diámetro, puede verse claramente. Los responsables del centro dicen que han tomado medidas de seguridad.

Esas medidas se reducen a un par de hierros en el suelo que, en teoría, impiden el paso de los alumnos. Poco importa: si llegase a estallar, la escuela sufriría gravísimos daños. Y no es el único caso.

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Un equipo de investigadores de la organización humanitaria estadounidense Human Rights Wacht (HRW) ha pasado una semana en Basora, la ciudad más importante del sur de Irak, que estuvo cercada durante casi dos semanas por las tropas británicas, y ha encontrado al menos 30 zonas civiles donde hay proyectiles sin explotar. Amnistía Internacional (AI) tiene actualmente un equipo en la ciudad realizando un trabajo similar. Fueron ellos los que encontraron la escuela y los proyectiles perdidos en Al Zeitún, una paupérrima barriada de chabolas.

"Sabemos que hay municiones sin estallar", señala el mayor Giles Harrison, comandante del escuadrón B de los Queen's Royal Lancers de la Séptima Brigada Acorazada, las famosas ratas del desierto, responsable de Granata. "Hemos localizado todos los lugares donde están y hemos lanzado una campaña de información entre los habitantes, sobre todo los niños", agrega el mayor.

Harrison reconoce que visitaron la escuela; pero no tiene idea de cuándo podrán ir los ingenieros para desactivar el misil: su unidad se marcha el lunes a Kuwait y está preparando el relevo. "Nuestra prioridad es asegurar la zona para dar seguridad a nuestras tropas y a los europeos, para que las ONG puedan actuar y ayudar a la gente. Nosotros proporcionamos agua y comida a la población; pero no podemos solucionar el problema de los explosivos. Hemos retirado algunas minas y granadas, que son especialmente peligrosas para los niños".

Harrison reconoce que en Basora, una ciudad de 1,2 millones de habitantes, hay de todo: cajas de granadas, municiones de AK-47, minas enterradas o abandonadas, además de todo tipo de explosivos y bombas.

Un investigador de HRW, experto en armas, asegura que por lo menos en dos zonas quedan restos de proyectiles de artillería de fragmentación lanzados durante el asedio. Para las dos organizaciones humanitarias, la existencia de este tipo de material militar es uno de los problemas de seguridad más graves que sufre Basora. Todavía no hay cifras de heridos después de la guerra, aunque en el Hospital General de la ciudad aseguran que los ingresos de niños heridos son diarios. En Bagdad, el pasado 26 de abril, 14 personas murieron cuando estalló un polvorín y los proyectiles alcanzaron una zona civil.

En la puerta de una casa del barrio de Al Zeitún hay un cartel del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) con la descripción de los diferentes proyectiles. En el patio de la humilde casa de ladrillos de hormigón, en la que viven 15 personas sin agua corriente ni luz en medio de un intenso hedor provocado por los charcos insalubres que proliferan en un barrio sin alcantarillado, hay dos cabras y una vaca. Junto al establo, unas piedras señalan el lugar donde se encuentra una bomba sin explotar. Debe de ser potente, porque la vivienda de atrás quedó arrasada en el mismo ataque.

"Había cañones iraquíes en la zona y los ingleses bombardearon. Ocurrió en la noche del 26 al 27 de marzo. En el barrio murieron cinco personas", explica Alí Salim Obed, de 30 años. Vive allí junto a su mujer, sus hijos y la familia de su hermano y no tienen ningún lugar a donde ir. "Hemos explicado a los niños que no se acerquen, pero nos preocupa mucho que la vaca haga explotar la bomba", dice. El patio es tan pequeño y hay tanta gente que resulta difícil pensar como alguien puede no acercarse durante la vida diaria.

Otro vecino, Jabar Morsen, de 55 años, padre de 10 hijos, asegura que todo su ganado (tres vacas y cinco ovejas) murió durante el ataque y cada cinco minutos pregunta por la indemnización que espera recibir aunque nadie se la ha prometido. El hecho de que sea el más viejo del barrio demuestra las terribles condiciones de vida.

"Los británicos vinieron por aquí y nos dijeron que los niños no se acercasen al misil", señala Yamil Juma, de 58 años, vigilante de la escuela de Granata. "Les explicamos que los niños iban a volver el sábado [cuando se reanudaron las clases en Irak], pero han hecho caso omiso", explica Habib Yoref, un profesor de 47 años que vive junto al colegio mixto. Los militares británicos prometieron una unidad de ingenieros para desactivar el misil, pero nadie ha aparecido por allí. Salvo los niños que, cada día, a las ocho de la mañana comienzan sus clases sentados sobre un polvorín.

Unos niños, ayer en Basora, junto a unos proyectiles sin explotar.
Unos niños, ayer en Basora, junto a unos proyectiles sin explotar.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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