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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Papas, emperadores y esta agnóstica

Al comenzar mayo florecen los signos y se convierten en símbolos. De niña las flores nacían rojas en el empedrado de mis calles de Burdeos cada Primero de Mayo. En cambio, a este lado de la frontera, las flores eran blancas y crecían en los altares de la Virgen. Medio siglo después, ciudadanos y devotos siguen cruzándose en este mes de las flores, formados en distintas procesiones.

El día 1 de Mayo las manifestaciones aún son rojas, aunque hace años que ya no son sagradas. El heroísmo consiste hoy en sobrevivir al paro; y el palo que antes se dirigía contra la burguesía, ahora golpea al líder sindical en la cabeza. Hasta en Pekín el virus capitalista se ha hecho mutante y la policía comunista ya no sabe a quién aporrear.

El sentido de todo está cambiando y debemos descubrirlo o desvelarlo
Hace ya sesenta años que otro Papa declaró Cruzada a la guerra civil

El 2 de Mayo es el día en que el pueblo de Madrid se levantó contra los franceses, y de paso contra los pocos españoles afrancesados y liberales, en favor de un rey absoluto. Ese mismo día de otro año la Villa de Bilbao levantó el sitio al que la tenían sometida los vascos absolutistas. Dos significados muy distintos de la libertad. En uno, la libertad de la patria se convirtió en cadenas para sus ciudadanos. En el otro, la derrota militar del ejército sitiador de la ciudad supuso la libertad para el conjunto de sus habitantes. Por eso algunos bilbaínos suben a Mallona ese día y luego se reúnen, brindan por la libertad y se conjuran por el levantamiento del nuevo sitio practicado por los absolutistas contra la mitad de la ciudadanía. Este año Agustín Ibarrola ha dicho que derechas e izquierdas animaron hace un siglo el progreso de Bilbao y hoy deben volver a unirse para asegurar la libertad. Ibarrola es un artista sitiado, fuerte y sabio.

El 3 y 4 de mayo el Papa ha venido a España para proclamar la santidad heroica de cinco españoles. El santoral católico está cuajado de héroes que obtuvieron su título dedicando su vida al más allá. Ahora, una vez más, esta condición heroica ha sido revelada por el ser supremo al hombre a quien sus fieles llaman Santidad. A mí esta reunión de masas enfervorizadas en torno a la plataforma blanca de la madrileña plaza de Colón me trae a la memoria otra reunión celebrada al otro lado del océano, en torno a la plataforma gris del portaviones, donde el Emperador, revestido con ropajes sagrados de piloto de cazabombardero, ha proclamado estos días la heroicidad de la soldadesca de los países que integran el eje del bien. Un Papa y un Emperador que, como casi siempre en la historia, compiten por arrogarse la competencia exclusiva y excluyente para decidir sobre qué guerra es justa y cuál no lo es. Hace ya más de sesenta años que otro Papa declaró "cruzada" a la guerra civil entre españoles. Y, mira por dónde, el Papa que le ha afeado la conducta al Emperador por declarar santa y justa la invasión de Irak es el mismo que, unas semanas después, proclama la santa heroicidad de un sacerdote fiel a la cruzada franquista. No tengo razones para dudar del currículo beatífico de este sacerdote asesinado durante la guerra civil y ahora proclamado santo. Lo que me cuesta creer, a la vista de los hechos, es que el Papado se haya vuelto pacifista. En este tema del pacifismo de los pontífices soy agnóstica practicante.

En este comienzo de siglo, que ya empieza a parecer interminable, se hace necesario aprender a movernos bajo esas constelaciones de signos mutantes. Apenas empezamos a mirar de cerca unos valores cívicos que creíamos afianzados y ya se nos están dando la vuelta. No es que se conviertan en su contravalor sino en su epígono, en post-valores, pasados por la licuadora y depurados de riesgos cancerígenos, engordantes o excitantes. ¿Heroísmo? ¿Santidad? Vivimos una época postheroica y posmoderna donde una canonización compite en audiencia con el Hotel Glamour. Como hace un siglo en la vitrina de los cambalaches, "se ha mezclao la vida". Pero ya ni siquiera quedan antihéroes como Charlot. Si eres bombero y te cae encima un rascacielos, debes estar preparado para que, a la vez que te declaran héroe de NY, en el mismo acto litúrgico te honren dando tu nombre a un campo de concentración.

No me entiendan mal. No quiero decir que todo se haya vuelto carente de sentido, sino que el sentido de todo está cambiando y debemos descubrirlo o desvelarlo. Y mejor si lo intentamos cada uno en privado o en muy pequeños grupos, aunque sea a tientas y equivocándonos en cada intento. Porque si no, será el Papa o el Emperador quienes nos lo impongan, como ha venido sucediendo durante mil setecientos años. O aún peor, será algún aprendiz de brujo neolítico lleno de certezas. De esos que mezclan en su marmita todo tipo de deshechos y nos los sirven aliñados en un referéndum pringado de salsa ilusionante.

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