El muerto al hoyo...
Leo en los papeles que el cementerio de Montjuïc se ha convertido en un foco de prostitución urbana. Al parecer, desde hace cosa de un año, las prostitutas abordan a sus posibles clientes en las entradas del cementerio y, de llegar a un acuerdo (6 euros la fellatio y 12 el completo), se pierden con ellos en el interior del recinto. Una señora que había acudido al cementerio en compañía de su hijo para visitar la tumba de su esposo confesó haber visto a una prostituta que se acababa de vestir semiescondida entre dos lápidas y, junto a ella, a un hombre que se subía los pantalones. Una de las mujeres que diariamente venden flores en la puerta principal del cementerio se muestra indignada por la presencia de esas prostitutas. La mujer dice que el cementerio es "un lugar sagrado" y que prostituirse en él es hacerles "una ofensa a los pobres difuntos".
Confío en que la situación ya esté controlada y la próxima vez que esa madre y su hijo visiten la tumba del esposo y del padre, respectivamente, no vuelvan a encontrarse con esa imagen tan desagradable de un hombre subiéndose los pantalones. Aunque, a decir verdad, esa imagen no debería extrañarnos. Siempre se ha fornicado en los cementerios, y no necesariamente pagando, y en cuanto a esa imagen del hombre subiéndose los pantalones, no necesariamente hay que acompañarla de la mujer, prostituta o no, acabándose de vestir semiescondida entre dos lápidas. Podría ser muy bien que el hombre se subiese los pantalones después de defecar sobre la tumba de fulano o de zutano, tal como solía hacer un caballero en la tumba de Édouard Drumont, feroz antisemita, el "immortel auteur de La France juive" , como reza su epitafio, en el sector II, división 94, del cementerio del Père-Lachaise de París (aunque la mayoría se limitan a mearse: como hacía Jean-Paul Sartre, según propia confesión, sobre la tumba de Chateaubriand).
Claro está que el cementerio de Montjuïc, comparado con el del Père-Lachaise, es un camposanto más bien modesto. Aquí no tenemos ningún Abelardo, ni ninguna Eloisa, ningún Chopin, ningún Jim Morrison (el mítico cantante de The Doors), ni siquiera tenemos al marqués de Casa Riera, pero con un poco de buena voluntad (dinero para pagar a un investigador y más dinero para promocionar el invento), podríamos tener un cementerio la mar de chulo.
Me resisto a creer que en nuestro cementerio no encontraríamos un menage à trois como el que hallamos en la décima división del Père-Lachaise: la tumba de la señora Chantelouve, la que inició a J.-K. Huysmans (el autor de Là-bas) en las misas negras, junto a sus amantes: el escultor Clésinger y el escritor Remy de Gourmont (en Montjuïc, a falta de un escultor y de un escritor, podríamos sustituirlos por un diputado de la Lliga y un fabricante de nubes). La tumba de la señora Chantelouve es uno de los lugares del Père-Lachaise que los amantes prefieren para faire l'amour. Y si por desgracia no contamos con la sepultura de Oscar Wilde (lugar de reunión de las drag queens de París), a buen seguro que encontraríamos algún personaje del Eixample, no necesariamente escritor, que hiciese las funciones que el ilustre irlandés ejerce en el cementerio de París. Más difícil se me antoja hallar un sustituto de una de las grandes atracciones (junto con Jim Morrison) del Père-Lachaise: la tumba de Allan Kardek, el Papa del espiritismo, donde suelen celebrarse misas negras y alguna que otra orgía (tras sobornar a los guardianes). Pero algo encontraríamos, y si no nos lo inventamos, procurando, claro está, que el invento no coincida con la tumba de un notario de Unió Democràtica ni con la de una señora de las Conferencias de San Vicente de Paul.
Pero tampoco han de ser todo celebridades. En el Père-Lachaise también se copula sin tanta parafernalia. En 1963, en una capilla abandonada de la décima división, se descubrió el siguiente mensaje: "Je ne viendrai pas demain, rapport à mes règles. A mardi prochain, mon gros lapin. Je t'embrasse par tout. Mireille" . Con mensajes así, ¿cómo es posible que los pobres difuntos se sientan ofendidos? Para quienes se muestren interesados por cuanto ocurre en el Père-Lachaise, les recomiendo un par de libros: Au Père-Lachaise , de Michel Dansel, Prix de l'Humour Noir (Fayard, 1973), y Mémoires d'entre-tombes, de Bertrand Beyern (Le Cherche Midi, Éditeur, 1997).
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