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Columna
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Cartelera

¿La neumonía atípica vendrá a matarnos o sólo a asustarnos? ¿Representa una amenaza real o sólo una amenaza fantasma? Ya no lo sabremos nunca. Ni hay medios para dilucidarlo ni tampoco naturalezas a diferenciar. Fundidas las industrias de información, comunicación y entretenimiento, el artículo que se lanza al mercado está compuesto de los mismos ingredientes, dentro y fuera del plató. La superpelícula del Matrix 2, el super best-seller del quinto Harry Potter, la guerra de Irak, la catástrofe del Prestige, la plaga mundial del virus misterioso se alistan en un único anuncio de estrenos. Tras el consumo de un título de audiencia internacional, aparece otro que le sustituye en las carteleras planetarias y nunca será recomendable que compitan dos o tres puesto que la atención del público se disipa y la excepcionalidad pierde interés. La forma de vivir el mundo en el actual capitalismo de ficción requiere que estos artefactos logren el máximo impacto real, lleguen al colmo de la sensación y se agoten en la plena satisfacción de las emociones. Desde uno a otro suceso, sea bélico, sanitario, criminal o sísmico, va recibiéndose la mejor impresión sobre la nueva amenidad del mundo. Puede que otras épocas fueran más tranquilas pero hoy no las soportaríamos. La lógica de la cultura del espectáculo exige, sin interrupción, escándalos y volteretas de la palpitante actualidad. Y no de cualquier actualidad, sino de una global, superfuerte y sobrecogedora. Una actualidad, en suma de enorme potencia, tanto por su escala como por su calidad real. Así, cada día más, la película de estreno, la exposición, la pasarela, la política, se relacionan con la muerte puesto que la muerte es lo más convincentemente real que hay. El mundo se abarrota de infinitas ficciones pero se trata de ficciones indistinguibles de lo real porque su juego consiste -como ahora con la neumonía asiática y asesina- en resolver la frontera entre el amarillismo y el realismo, entre el negocio de los medios y el desarrollado negocio de la verdad. Porque ahora la verdad, la realidad, lo natural, constituyen la base fundamental del nuevo comercio, la suprema materia prima del negocio, del espectáculo puro, de la vida en directo o, en definitiva, del omnipresente reality show.

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