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Columna
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Orgasmo

Parece lógico pensar que vivimos en una sociedad de servicios, donde la mayor parte de la gente gana su sueldo ocupándose en atender a los demás. Ya saben, me refiero a trabajar en educación, sanidad, en las administraciones del Estado y cosas parecidas. Sin embargo, este largo puente del Primero de Mayo se parece más a una explosión orgiástica de la vieja sociedad industrial. Las grandes noticias son los sindicatos, el viaje del Papa, la estampida de vacaciones y la campaña electoral. Se supone que en una sociedad de servicios, los sindicatos obreros se diluyen en planes de pensiones, la religión institucional se convierte en religiosidad personal y privada, las vacaciones se distribuyen a lo largo de la semana, el mes o durante todo el año, en lugar de echar a correr cuando suena la sirena y las elecciones cada cuatro años no son tan dramáticas, porque los ciudadanos participan en el día a día de la organización social. Pues nada, por aquí parece que todos trabajamos todavía en la mina de carbón, un trabajo digno pero ya claramente minoritario.

Pero además surge descaradamente el temor a la violencia directa, cuando el clima de los que atienden a los demás acostumbra a tener un poco más de dulzura pacífica. El Papa se ve obligado a desplazarse en papamóvil, los dirigentes sindicales terminarán haciendo lo mismo y los ciudadanos vamos por las carreteras abarrotados de airbag para amortiguar el ataque de los demás. Es difícil explicar este panorama, a no ser que la guerra recién acabada, según dicen, nos haya obligado a regresar a tiempos pasados.

No puedo evitar acordarme aquí de un colega de ciencias sociales de Dinamarca, que hace ya unos años publicó un estudio sobre lo que él bautizó como "war-gasm", una especie de orgasmo bélico que definía como un caso especial de emociones violentas social y políticamente consentidas en tiempos de guerra. Decía que los psicópatas, los sociópatas y otros marginados estaban normalmente más contentos cuando estallan las guerras en comparación con los demás individuos. Las personas normales también pueden dejar de lado una temporada sus problemas, relegar las dificultades de sus relaciones interpersonales, y hasta los paranoicos tienen la oportunidad de tratar con un enemigo que también está reconocido por los demás. La verdad es que parece una buena descripción de la etapa que acabamos de pasar por estas tierras.

Pero lo peor de todo, añadía, es que la amenaza real del orden público puede llegar en el período de transición de la guerra a la paz, porque el aburrimiento y la esperanza de ambiciones no realizadas pueden activar procesos donde se disparan los excesos públicos. ¿Será posible que nos esté ocurriendo algo de todo esto? No estoy seguro, pero lo cierto es que encaja muy bien con los acontecimientos que se están produciendo durante este largo puente del Primero de Mayo.

Por mi parte, estoy deseando olvidar la pasión trasnochada que nos embarga. Tengo la esperanza de que, una vez concluido este largo e intenso wargasm, podamos fumarnos un dulce pitillo, vestirnos de nuevo el uniforme civil y volver pacíficamente a nuestros planes de pensiones, la mística de un buen café en compañía y las vacaciones diarias en el Corte Inglés.

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