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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Alberti y El Puerto

En el colegio público Ginés Díaz-San Cristóbal, del municipio de Alhama de Murcia, un grupo de niños ha dedicado más de dos años de sus cortas vidas a estudiar la obra de Rafael Alberti. La noticia, en estos tiempos en que la palabra, frágil y desnuda, sufre los daños colaterales del ardor guerrero, es una urgente invitación a la esperanza. Porque hay algo aún más sorprendente: los chavales tienen hoy entre seis y siete años. O sea, que empezaron a reunir los fragmentos del poeta cuando contaban sus primaveras con los dedos de una mano. ¿Y quién ha conducido a estos párvulos por los senderos de la rima y sus misterios? Una mujer, obviamente: Carmen Molina y es sospechosa de acercar a sus alumnos a la funesta manía de amar la lectura.

Durante este tiempo, doña Carmen, como Miguel Hernández a Ramón Sijé en su Elegía, desamordazó y regresó a nuestro ilustre paisano, rescatándole de la indigestión de tanto homenaje oficial, de tanto hagiógrafo subvencionado, de tantos políticos iletrados que no han leído a Rafael en su puñetera vida. Y así, sin premuras, rebozando los versos de cariño y paciencia, paseó a sus pupilos por los sermones y moradas del verso, por las arboledas perdidas del teatro.

Cuenta la maestra que, para hacerles llegar la vida de Rafael, ideó paralelismos entre el pasado desconocido por los niños y el presente que les ha tocado vivir. Así, comprendieron el exilio asimilándolo a las dificultades de adaptación que se encontró la familia de una alumna de la clase que llegó de Marruecos. Asoció la guerra a la violencia que hoy infortunadamente vivimos. Y, sobre todo, respetó escrupulosamente el contexto social en el que escribió el poeta. Nada de desgajar los versos de la vida, nada de edulcorar groseramente la obra como han hecho tantas veces los generales de lo políticamente correcto.

Se imagina uno a la profesora, cada día, repartiendo a la vez besos y versos, creando al hombre nuevo cantando, al hombre nuevo de España, o recitándoles a primera hora de la mañana el Pregón del Amanecer (¡Arriba, trabajadores, madrugadores!) Y allí, invisible y presente, el tonto de Rafael, jugueteando con palabras y colores, merodeando travieso sobre su cabezas, con su gorra marinera y su voz de abuelo resucitado, dibujando palomas en el aire, regando los cuadernos con sal de la bahía. Contemplando, sobre los ángeles, los retornos de lo vivo lejano.

No sé si Carmen y sus pequeños albertianos conocen el Puerto. Desconozco si desde las instituciones oficiales (Junta, Diputación, ayuntamiento) tienen constancia de tan bella noticia. Sería, ciertamente, una hermosa manera de agradecerles su extraordinario trabajo invitarles a visitar la cuna del poeta, a ser ángeles marineros en nuestra tierra. Sólo así podrán reunir los miles de fragmentos de Rafael.

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