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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK | La nueva Administración

Tikrit sí celebra el cumpleaños de Sadam

La ciudad natal del ex presidente iraquí festeja a escondidas su 66º aniversario entre fuertes medidas de seguridad

Guillermo Altares

Un soldado se baja de un hunvee en el primer puesto de control estadounidense en las afueras de Tikrit y arranca un cartel en árabe en el que puede leerse: "Sí, sí a nuestro líder. No a los americanos". La ciudad natal de Sadam Husein, a 170 kilómetros al norte de Bagdad, celebró ayer discretamente el 66º cumpleaños del dictador bajo el sonido de los helicópteros Apache y sin que las patrullas estadounidenses, con carros de combate, se inmutasen cuando un reducido grupo de personas saltaba a las calles para gritar consignas a favor de Sadam.

Tikrit fue tomada el 14 de abril con poca resistencia. Pero las medidas de seguridad son mayores que en otras ciudades: antes de llegar al centro hay que atravesar tres controles, donde los vehículos iraquíes son detenidos y registrados, algo que no ocurre en la capital. Desde las primeras horas de la tarde, un camión militar recorre sus calles anunciando el toque de queda para las diez de la noche.

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La vida cotidiana ha regresado: la mayoría de las tiendas están abiertas y, pese a la constante presencia militar, no se han producido enfrentamientos destacables. Pero es evidente que los invasores no son bienvenidos. "Para mí y para la mayoría de la gente, el 28 de abril es el mejor día del mundo", señala Ibrahim Dahash, un abogado de 55 años. "Es un valiente y no quiso negociar con nadie", agrega. Sobre la presencia de las fuerzas de EE UU, dice: "Es muy doloroso, muy triste". Como otros ciudadanos consultados, cree, contra toda evidencia, que las torturas, las desapariciones, los horrores de la dictadura, simplemente no existieron. "En sus países también se castiga a los ladrones y a los asesinos", asegura Mohamed Abdulraján, quien recuerda que "hoy es el cumpleaños de su excelencia".

Mientras Sadam gobernaba, el 28 de abril había celebraciones en todo el país que culminaban con un gran desfile en Tikrit. Ayer, esta ciudad de 200.000 habitantes vivía con normalidad, sin los fastos de antaño. "En cada casa hay una fiesta, con pasteles y zumos. Sadam está vivo y goza de buena salud. Está en el corazón de todos los iraquíes", dice Mohamed Alí, un funcionario de 58 años.

En una zona más apartada del centro, unos cincuenta niños, mujeres y algunos hombres recorren la calle con fotos del dictador y gritando consignas, como la clásica: "Daremos nuestra sangre y nuestras almas por Sadam". En un par de casas hay una imagen del depuesto presidente y un cartel dice: "Los hijos de Tikrit celebran el cumpleaños de su gran líder". Una patrulla estadounidense pasa a unos 200 metros sin detenerse.

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De su tierra natal, de su tribu, procedían la mayoría de sus dirigentes y allí es donde el culto a la personalidad de Sadam alcanzó cimas más delirantes. Construyó cuatro palacios, uno de ellos en Owja, la aldea a cinco kilómetros de Tikrit donde nació. En la entrada de la ciudad, sobre los cuatro carriles de la autopista de Bagdad, todavía puede verse un inmenso mural: al frente de sus ejércitos, sobre un caballo blanco y con una espada en la mano, Sadam avanza hacia Israel. La comparación con el otro personaje histórico nacido en Tikrit es evidente: allí vio la luz, en 1138, Saladino, el guerrero kurdo que expulsó a los cristianos de Jerusalén durante las Cruzadas.

La mansión que Sadam construyó en Owja recibió dos impactos de misiles y está en ruinas, aunque la estructura se conserva: el vestíbulo es fastuoso, la bañera del cuarto de baño principal tiene el tamaño de una piscina. Sobre los lujos de Sadam, Abu Irak, un baazista convencido de Tikrit, dice: "Eran palacios del pueblo, para todos". Las medidas de seguridad que rodeaban estas instalaciones dicen lo contrario.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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