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ANÁLISIS
Columna
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La resaca de la guerra

LA OCUPACIÓN MILITAR DE IRAK ha sido recibida por Aznar como el agua de mayo que el PP necesitaba para remediar la eventual sequía electoral provocada por el abrumador rechazo de los españoles a esa guerra; no resulta fácil, en cualquier caso, prever las futuras consecuencias del puntapié dado por Bush al avispero mesopotámico. El presidente del Gobierno aseguró el lunes ante la junta directiva nacional del PP que el final de las hostilidades ha sido una "mala noticia" para la oposición, supuestamente partidaria de "un conflicto largo"; un psicoanalista podría interpretar ese avieso comentario como una proyección de las pasiones inconfesables de Aznar, proclive a concebir la política en términos de derrota o de victoria personal y célebre por sus rabietas cuando pierde y por su chulería cuando gana. El eufórico presidente del PP comparó también el fondo de armario de los populares -"unos vamos vestidos" (con los cueros vivos); "otros están en pelota, con perdón"- de los socialistas; a la vista de la campaña militar de Irak, sería más pertinente la contraposición indumentaria elegida por Norman Mailer para titular su novela de ambiente bélico Los desnudos y los muertos.

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Tras gallear primero en las Azores como triunviro y refugiarse después en el burladero de la ayuda humanitaria por si venían mal dadas, Aznar se dispone ahora a dar la vuelta al ruedo. Aunque el PP -se jacta su presidente- podría "cantar victoria, sacar pecho y decir ¡y ahora qué!", los populares se limitarán, al parecer, a explicar con serenidad y humildad -"pero con la cabeza muy alta"- que "hemos hecho lo mejor para España". El anuncio de la aprobación por el Consejo de Ministros de un sobre-sorpresa de medidas económicas sirvió al presidente para recordar a su auditorio que no sólo de honor, sino también de pan vive el hombre. Los adversarios -especialmente los socialistas- recibieron una buena tunda maniquea de manos de Aznar, que comparó sus negros vicios ("demagogia, resentimiento, rencor, irresponsabilidad, ambición de poder, ira") con las blancas virtudes del PP ("seriedad, eficacia, transparencia, libertad, progreso, moderación").

Aznar acudió ese mismo lunes a la primera cadena de RTVE para repetir sus mensajes. La protesta de la oposición contra ese uso ventajista del principal medio público de comunicación -los comicios municipales del 25 de mayo habían sido oficialmente convocados hace tres semanas- fue rechazada por la Junta Electoral con el estrafalario argumento de que Aznar había sido entrevistado como jefe del Gobierno y no como presidente del PP y candidato a concejal; ni la milagrosa bilocación de los santos ni la artificiosa demediación del titular de distintos cargos por el desempeño de sus funciones justificarían ese deferente trato de favor.

Aunque el formato del programa era una charla con tres periodistas, Aznar hizo caso omiso de las preguntas y embutió como contestación las respuestas que llevaba preparadas desde casa; salvo cuando amalgamó a Zapatero y a Llamazares como socios de una conjura diabólica secundada por los nacionalistas, el jefe del Gobierno abandonó el tono desabrido y amenazante que convirtió los debates en el Congreso sobre Irak en daguerrotipos de la España negra. Aznar, por lo demás, siguió negando tercamente la evidencia sobre las razones que le llevaron a comprometer a España en la aventura de esa guerra ilegal. La rápida derrota del ejército iraquí -parcialmente desarmado por Naciones Unidas y diezmado tras las guerras contra Irán y Kuwait- dejó en ridículo la afirmación de que Sadam Husein era el Hitler de nuestro tiempo y una amenza mundial. Si Irak hubiese tenido realmente arsenales de destrucción masiva, ¿no los habría utilizado en la defensa de su territorio? Las vinculaciones de Sadam Husein con redes terroristas capaces de operar en Estados Unidos y en Europa tampoco han sido demostradas. Así pues, Aznar siguió faltando a la verdad acerca de los motivos de su viaje sin retorno a las Azores.

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